Historias
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Eustoquio Frías
Creo que soy yo, quizás, el único argentino que puede decir a las actuales generaciones que ha conocido y hablado a un oficial de San Martín, que pasó los Andes con el glorioso Regimiento de Granaderos a Caballo y luchó en todas las campañas inmortales de la Independencia Americana, desde la emancipación de Chile y del Perú hasta las victorias definitivas de Junín y de Ayacucho: el Teniente General Eustoquio Frías.
Era yo niño cuando lo conocí, ha más de sesenta años, llevado por mi padre, su comprovinciano, que le profesaba veneración y solía visitarlo. Había nacido en Salta hace más de siglo y medio. La presencia de este glorioso veterano me conmovía de tal manera que, estremecido de emoción al contemplarlo y al oírlo, le miraba como a la imagen viva de la patria misma. En aquel tiempo frisaba los noventa años y era el último sobreviviente de los que forjaron con su espada a las naciones sudamericanas.
Además de las veces que tuve la fortuna de oirle en su casa, le veía desde lejos en las mañanas al pasar el tranvía que me llevaba al colegio por la calle Suipacha entre Tucumán y Lavalle, donde en la puerta de su domicilio aparecía la silueta del viejo soldado, tomando mate, vestido con una larga bata, tocado con un gorro de terciopelo con borla, calzado con pantuflas, abrigado con un poncho y mirando curiosamente a los transeúntes. Alto, erguido a pesar de su vejez, el general Frías semejaba un patriarca con su barba blanca que le caía hasta el pecho, su nariz aguileña, sus ojos oscuros que habían visto tantas hazañas heroicas, su ademán amplio e imperioso y su perfil de centurión romano como cincelado en una medalla antigua.
En año 1816 fué a Mendoza, cuando San Martín organizaba la campaña de los Andes para emancipar a Chile; allí se presentó al coronel Matías Zapiola, jefe de los granaderos a caballo y se incorporó antes de cumplir diez y ocho años, al primer escuadrón. Actuó en toda la epopeya Libertadora: en la campaña de Chile y del Perú, a las órdenes de San Martín mereció la medalla que llevó por inscripción "Yo fuí del Ejército Libertador"; en la primera y segunda campaña de la Sierra con el Mariscal Arenales se encontró en las batallas de Nazca y de Pasco obtuviendo el escudo que decía "Yo soy de los vencedores de Pasco"; se halló en el asalto a las fortalezas del Callao, mandado por el General Las Heras. Hizo la campaña de Quito con la división auxiliar de ayuda a Bolívar, enviada por San Martín y dirigida por el General Santa Cruz, se patió en Río Bamba donde fué herido, y recibió el escudo con la leyenda: "El Perú al heroico valor en Río Bamba". Bajo el mando del General Sucre peleó en la gloriosa batalla de Pichincha y mereció tres medallas de oro y de plata concedidas en premio por los gobiernos de Colombia, el Perú y el Cabildo de Quito. En la campaña del Ecuador tomó parte en la victoriosa acción de Chuncuanga, sufriendo una herida, y acordándosele un escudo que decía "La Patria a los vencedores de Chunchanga". En la célebre batalla de Junín bajo las órdenes inmediatas de Necochea combatió heroicamente y se le dió un escudo con esta frase: "Gloria a los vencedores de Junín". Fué herido en la famosa batalla de Ayacucho que terminó la lucha emancipadora de Sud América, siendo condecorado con una medalla de oro acordada por Bolívar. Después de toda esa epopeya pudo ostentar su pecho cubierto de condecoraciones y tenía su cuerpo acribillado de cicatrices.
Apenas finalizada la lucha por la independencia Eustoquio Frías defendió a la patria en la guerra contra el Brasil, batiéndose en todas las batallas y distinguiéndose especialmente en las de Ombú e Ituzaingó; fué condecorado por el gobierno de Rivadavia.
En su actuación militar tan llena de episodios heroicos, Frías mereció siempre felicitaciones y encomios; el General Sucre le confió una difícil comisión que aquel desempeñó cumplidamente, y al aprobar su conducta le dijo estas palabras que Frías recordaba con orgullo: "Si todos los soldados de San Martín son como usted, son invencibles."
Hecha la paz con el Brasil, el entonces Teniente Coronel Frías regresó a Buenos Aires y el año 1830, disconforme con la política de Rosas, pidió su baja alegando razones de salud. En una breve nota autobiográfica Frías cuenta que en una entrevista con Rosas, éste le pidió que no se retirara del ejército, a lo que aquel le contestó: "Si el señor Gobernador me permite que le hable con franqueza le diré los motivos que me obligan a no servir: Primero lo quebrantado de mi salud; segundo la ingratitud de los gobernantes; tercero que pertenezco a un partido contrario a V.E. y mis sentimientos tal vez me obligaran a traicionarle, y par ano dar un paso que me degrade suplico a V.E. se digne concederme mi retiro". Al día siguiente al entregarle Rosas la cédula de retiro por inválido le dió quinientos pesos, diciéndole: "Cuando Ud. se halle necesitado busque no al Gobernador, sino a Juan Manuel de Rosas". Le dí mis agradecimientos -- dice Frías -- y no volví a verle más.
Participó en la campaña de Lavalle contra Rosas, en todos los combates, y hecho prisionero después de Quebracho Herrado fué conducido a Buenos Aires y puesto allí en libertad; pero fugó a Montevideo, siguió al General paz en la lucha contra los federales, se alistó, después, en la campaña de Urquiza que terminó en Caseros y, más tarde, estuvo con Mitre en la lucha entre Buenos Aires y la Confederación, combatiendo en Cepeda y Pavón.
Como el Cid, el descanso de Eustoquio Frías fué el pelear. Y si no fueran bastantes para este guerrero tantas luchas, las siguió durante once años como Jefe de la Frontera de Buenos Aires defendiéndola en innumerables combates de las invasiones de los indios.
Pellegrini, en el elocuente discurso que como Presidente de la República pronunció al despedir los restos del Teniente General Frías el año 1891, dijo con justicia: "Fué siempre leal al deber y al honor y pueden escribirse en su foja de servicios -- la más larga en los anales de nuestro Ejército -- estas palabras que encierran el ideal de la gloria militar: "Fue un soldado sin mancha y sin tacha." Fué tan bravo en los combates como modesto en la gloria, y relataba sus hazañas con la sencillez del valiente. Preguntándole un día -- recordó Pellegrini en su discurso -- si conservaba alguna de sus espadas de la guerra de la Independencia; "No, me dijo, aunque he cuidado mucho mis armas porque la patria era pobre y yo también. El sable que me dió Necochea en Mendoza, para pasar los Andes lo rompí en Junín, estaba algo sentido!" Con razón debía estar sentido el sable del Granadero de Rio Bamba y de Pichincha, pues las heridas de lanza y bayoneta que ostentaba su cuerpo, probaban que el enemigo nunca estuvo lejos del alcance de su brazo."
Poco antes de la muerte de General Frías, el pueblo de Buenos Aires le tributó, el 9 de Julio de 1890, un homenaje inolvidable que presencié, aclamándolo cuando un carruaje descubierto, seguido de una inmensa columna cívica y de estudiantes de los colegios, cubierto de flores que le arrojaban desde todos los balcones, fué desde la Plaza de Mayo frente a las tropas que le rendían homenaje, por la calle Florida hasta el pié de la estatua de San Martín. El significado del homenaje fué elocuentemente interpretado en un discurso por el doctor Mantilla.
Este viejo veterano, que fué la última reliquia viviente de los soldados que nos dieron nuestra patria, falleció en Buenos Aires el 16 de marzo de 1891, cargado de años y de servicios gloriosos. La posteridad actual lo ignora por completo; ninguna calle, colegio ni regimiento lleva su nombre, que se ha hundido en el olvido con injusticia tan grande, como fué grande la modestia de su vida. Es necesario recordarlo en estos tiempos, como ejemplo para las jóvenes generaciones y para el Ejército Argentino.
Propietario del original | por Carlos P. Ibarguren Uriburu |
Fecha | en "Charlas al Soldado", emisora "Radio del Estado |
Nombre de archivo | Eustoquio Frias.jpg |
Tamaño de Archivo | 9.83k |
Dimensiones | 214 x 236 |
Vinculado a | Teniente General Eustoquio Frías Sánchez, (*); Carlos Perfecto Ibarguren Uriburu, (*) |
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