Notas |
- La desaparición del doctor Enrique Luis Drago Mitre, fallecido ayer en esta ciudad a los 93 años, afecta profunda y entrañablemente a LA NACION, que durante un prolongado período de su historia lo contó entre sus conductores más lúcidos y comprometidos.
Bisnieto de Mitre por doble vínculo, ya que tanto su padre, don Luis Drago Mitre, como su madre, doña María Adela Caprile de Drago, eran nietos del prócer, ejerció las más altas responsabilidades en el diario de sus mayores, al que aportó su talento, su imaginación, su capacidad de iniciativa y, sobre todo, su convencimiento de que debía velar por los valores sustanciales a los que LA NACION ha permanecido fiel desde su fundación.
El doctor Enrique Luis Drago Mitre, que murió acompañado por su inseparable mujer, Cécile de Beauchamp, había nacido en nuestra ciudad el 8 de septiembre de 1914. En 1939 egresó de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires con el título de abogado. Ejerció activamente esa profesión hasta 1951, año en que fue designado vicepresidente y administrador del diario fundado por su bisabuelo.
En el ejercicio de esa función, que desempeñó sin interrupciones durante más de dos décadas, impulsó transformaciones decisivas para el crecimiento y la modernización de LA NACION como empresa periodística.
Inició su gestión en los tiempos difíciles en que las arbitrarias restricciones impuestas por el gobierno de Juan Domingo Perón a la distribución de papel para diario obligaban al periódico creado por Mitre a publicar ediciones muy reducidas, a veces de sólo seis páginas. Cuando las circunstancias del país cambiaron, el diario volvió a expandirse y fue entonces cuando el joven administrador desplegó toda su creatividad y su visión de futuro.
Entre las muchas realizaciones que Drago Mitre impulsó para instalar a LA NACION en una senda de progreso continuado y dinámico, pueden mencionarse la construcción del actual edificio de la calle Bouchard -inaugurado en etapas progresivas en las décadas del 60 y del 70-, la incorporación de nuevos e importantes servicios noticiosos internacionales o las permanentes obras de actualización y mecanización de los sistemas técnicos que posibilitan, día tras día, la impresión de nuestro diario.
Vicepresidente y más tarde presidente de la sociedad anónima LA NACION, cargo al que renunció porque quería dejar espacio a las nuevas generaciones, fue luego presidente honorario, hasta su muerte. Integró, además, el directorio de otras importantes empresas nacionales y sobresalió siempre por su espíritu refinado y culto, y su sólida formación humanística.
En 1972 fue condecorado con la Orden al Mérito de la República de Italia, en el grado de comendador, oportunidad en la que se exaltó su fecunda tarea como continuador de la obra del fundador de LA NACION.
En los últimos años, ya retirado de la actividad a la que había consagrado sus mejores afanes, el doctor Enrique Luis Drago Mitre continuaba observando muy de cerca -desde el hogar que compartía con su esposa- las alternativas de la vida del diario y seguía interesándose por todo aquello que pudiera afectar a la prensa nacional y, más concretamente, al órgano periodístico al que tantos esfuerzos había dedicado. Por supuesto, su palabra y su consejo eran siempre valorados y bienvenidos.
Fue un enamorado de la música; practicaba el piano todos los días; era abonado permanente del Teatro Colón e instituyó una beca para jóvenes pianistas. Gran deportista, el golf fue su deporte favorito -en 1942 ganó el Abierto de Jockey Club- y lo practicaba con sus amigos Adolfo Bioy Casares, los hermanos Julio y Carlos Menditeguy y Arturo Dubourg, a quienes los unía una entrañable amistad. Mantuvo, además, una estrecha relación con músicos de nivel internacional, como el pianista polaco Witold Malcuzynski y su esposa, la pianista francesa Colette Gaveau, y la soprano francesa Hélène Bouvier.
Su fallecimiento abre ahora un vacío que no será fácil de llenar y deja en LA NACION un sentimiento de honda e inocultable pena. Nos quedan, sin embargo, las muchas enseñanzas y riquezas que nos fue dejando con su larga e intensa trayectoria de hombre integral de diario. Nos queda también el ejemplo que surge del apasionado fervor con que ayudó a preservar y enriquecer el legado espiritual de su ilustre bisabuelo.
La personalidad de Enrique Luis Drago Mitre, que irradiaba bondad y generosidad, se imponía como un arquetipo humano en el que estaban reflejadas las virtudes de una generación de argentinos identificable con una tradición histórica y cultural tan entrañable como fecunda. En esos argentinos estaba vivo el espíritu de nuestro diario. Pero no sólo eso: en ellos estaba vivo, en su totalidad, el legado de los hombres que habían construido la República, en la segunda mitad del siglo XIX, como un proyecto abrazado a los valores más altos y representativos del humanismo occidental.
Sus restos serán sepultados hoy, a las 11.30, en el cementerio de la Recoleta.
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