Notas |
- Marcos José de Zavaleta Aramburu, bautizado el 9-V-1760. Casó el l-IX-1800 con Simplicia Dantas, "nacida en el curato de Colonia"; (hija de Antonio José Dantas y de Ignacia María Gregoria de la Concepción Feijoo). Uno de los Capitanes de las tropas invasoras inglesas, Alejandro Gillespie, prisionero en 1806 a raíz de la Reconquista, en su libro Buenos Aires y el Interior - escrito en su patria en 1818 y traducido al español por Carlos A. Aldao en 1921 -, relata que confinado en San Antonio de Areco, a 15 millas de dicho "pueblito", conoció a los hermanos Marcos y Felipe (?) Zavaleta, con campos "cerca del Paraná" (*). Don Marcos - recuerda el inglés - "dirigía su estancia de catorce millas de largo por tres de ancho. Una casa muy respetable que había en la estancia, una huerta de treinta y cinco acres con muchos cientos de durazneros, higueras, manzanos y perales, además de excelente hortaliza, fueron comprados junto con la estancia por siete mil duros, y con ellos le fueron transferidos los inmuebles y ganados encerrados dentro de esos límites ... el sitio era alto y pintoresco por el monte que lo rodeaba, y más especialmente en un distrito donde rara vez se ven árboles".
"Ese caballero - prosigue Gillespie - tenía más de 60.000 cabezas de ganado, comprendido en las varias denominaciones de caballos, vacas, yeguas, burros y muías; estas últimas eran de precio subido por la gran demanda de ellas en Perú ... Don Marcos estimaba sus pérdidas recientes por la sequía en 10.000, y de temeros, corderos y potrillos en 2.000, según su cómputo anual por la rapacidad de los perros cimarrones. Constantemente empleaba ochenta negros (serían ocho no más, acaso haya una errata en el texto) para vigilar esa especie de su hacienda, que montaban y cansaban dos caballos por día en la tarea".
Más adelante describe el inglés la trilla de la cosecha que empezaba en enero y terminaba en febrero. "La estancia - agrega seguidamente - producía muchos melones almizclados, que en muchos casos alcanzaban la circunferencia de veintidós pulgadas y dieciocho de largo. Las muías que criaba don Marcos eran para los carros y para las ferias anuales de Salta, donde se proveían todas las necesidades de Perú. Las primeras, una vez domadas, producían ciento veinte duros cada una, mientras un excelente caballo se podía haber comprado por tres".
"Para sus llanuras, don Marcos había construido corrales donde se juntaban todos los hatos de sus límites, y después de marcar cada bestia con pintura colorada mediante un instrumento de su elección, la volvía a soltar. La marca en adelante servía siempre para identificar el bruto como de su propiedad particular ... Práctica semejante se usaba con los caballos, solamente que una muesca en la oreja izquierda denotaba al que pertenecía al Rey como tributo".
Tras referirse a los estragos que ocasionaban miríadas de langostas, cuyas mangas destruían casi totalmente los sembrados, el prisionero británico se ocupa de la lucha contra otra plaga, la de los perros cimarrones. "Dos veces al año - apunta - se forman grupos de individuos que vienen del país adyacente, todos a caballo y armados de cuchillo. Después de compelerles a huir de sus cuevas por fumigación, las tapan y persiguen a los refugiados matándolos en cantidades".
Acerca de sus ocasionales custodios argentinos, Gillespie formula un juicio en los términos siguientes: "los oficiales (ingleses) que residían con esos hermanos (criollos), hablaban con estimación de ellos, como hombres sensibles y humanos, que desdeñando toda recompensa, prodigaban sus bondades, y cortando las cadenas de la cautividad, las ataban fuertemente con las cuerdas sedosas de la amistad. Sus opiniones eran liberales en todos los temas, y sus sentimientos religiosos se expresaban francamente y con espíritu de tolerancia. Como testimonio del digno don Marcos, una sola anécdota demostrará por completo su carácter. En enero de 1807 llegó orden de mudar sus inquilinos para el interior. Al informarse de ello, inmediatamente despachó un peón para Buenos Aires, distante setenta y dos millas, con una carta para el General Liniers rogándole la revocación del mandato. El peón, participando de los sentimientos de su patrón, salió a las cinco y media de la mañana, llegó a la ciudad a las tres y media de la tarde y volvió con la suspensión de la orden pasada la media noche".
Poco después, sin embargo, aquellos prisioneros serían internados a mayor distancia de la capital del Virreinato, en la localidad cordobesa de Calamuchita.
Marcos de Zavaleta murió el 27-VII- 1822 de 62 años, en la ciudad porteña de su nacimiento, y su cadáver fue sepultado en la Iglesia de Santo Domingo.
por Carlos F. Ibarguren
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(*) Aquí falla la memoria de Gillespie, pues Felipe Zavaleta nunca existió. El único hermano varón de Marcos que vivía en 1806, era mi antepasado Mariano, a la sazón clérigo presbítero y "Abogado de Cámara de la Catedral de Buenos Aires", dueño de tierras en Baradero, cerca del río Paraná. Supongo entonces que aquella gran estancia la dirigía Marcos como socio administrador de Mariano, quien, además del campo heredado de su esposa Jacinta de Riglos, había comprado tres fracciones; dos en 1798 a Nicolás de la Quintana y Riglos y a Miguel Fermín de Riglos, y otra el año 1800 a Miguel Matienzo. todo ello lo consigno en la monografía sobre Patricio Lynch, yerno de Mariano de Zavaleta.
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