Notas |
- PEDRO HURTADO DE MENDOZA nació hacia 1567 en la Asunción, ciudad en la que imperara como Caudillo su ilustre abuelo Domingo Martínez de Irala. Excusado es decir que el hijo del Capitán De la Puente pudo ostentar el apellido Irala, que le venía por el lado materno, empero adoptó - o le impusieron - el famoso de Hurtado de Mendoza, de cuyo linaje, sin duda, se preciaba de descender su progenitor.
Pedro Hurtado de Mendoza figura en los viejos documentos como "hijodalgo", y en esos papeles consta que, por lo menos, dos años de su juventud transcurrieron en Santa Fé de la Vera Cruz - la primitiva, que fundó Garay en Cayastá, a 12 leguas al norte, más o menos, de la actual capital de esa provincia.
Vuelto el muchacho al Paraguay, se enroló en la falange expedicionaria que a órdenes de Alonso de Vera y Aragón, "Cara de Perro" - llamado así "por su mal gesto" - partió de la Asunción, a mediados de marzo de 1585, para fundar un reducto estratégico sobre el rio Bermejo, que pusiera en contacto, como eslabón intermedio, a la ciudad paraguaya con las otras ciudades limítrofes del Tucumán. A tal fin, el 14-IV-1585, "Cara de Perro" asentó a "La Concepción de Nuestra Señora" - más conocida en la historia por "Concepción del Bermejo". Y el 16 de agosto siguiente, desde ese núcleo precario, Vera y Aragón le escribió al Obispo del Tucumán Francisco de Vitoria; "Yo salí este año 85 de la ciudad de la Asunción con ciento y treinta y cinco soldados arcabuzeros, muy bien aderezados, y mucha munición, al pié de mil cavallos, sinquenta yuntas de bueyes y mas de tres cientas bacas, de mediado del mes de marzo, a esta jornada y descubrimiento de toda esta provincia, donde poblé la ciudad de la Conceción … el 15 de abril elejí Cabildo y rregimiento y Yglesia, alcé horca y cuchillo y en nombre de Su Magestad hize todas las demás serimonias acostumbradas".
En Concepción del Bermejo - emplazada en la orilla derecha del rio homónimo, a 20 kilómetros del moderno pueblo de Roque Sáenz Peña, en la provincia del Chaco - Pedro Hurtado de Mendoza hubo de vivir tres años. (Casi media centuria después, en 1633, dicha población sería definitivamente abandonada por sus vecinos, debido a los sangrientos ataques de los indios guaycurúes).
Prosiguen las campañas conquistadoras de mi antepasado
En 1588, Pedro Hurtado de Mendoza formó parte de una expedición pobladora del asiento llamado "Los Reyes del Villar", cerca de Tomina en el Alto Perú (que en 1582 fundara su tío Pedro de Segura, marido de Ginebra de Irala y antiguo camarada de su padre, De la Puente, en la hueste que desde Lima condujo Ñuflo de Chavez al Paraguay en 1550). Como a la sazón Segura hallábase ausente de Tomina, Hurtado se desempañó allí como Corregidor, en reemplazo de su tío. Volvió a la Asunción al poco tiempo; y en compañía de su primo hermano Ruy Díaz de Guzmán, trasladóse a "Villa Rica del Espíritu Santo", a fin de participar en la conquista de los indios naurás y en la refundación de la extinguida ciudad de "Santiago de Jerez"; que se tornó a levantar de nuevo en marzo de 1593, a orillas del río "Mbotetey" en territorio de aquellos salvajes, donde la estableciera Ruy Díaz Melgarejo en 1580.
Dos años más tarde nuestro andariego Capitán, requerido por el Gobernador Fernándo de Zárate, baja al puerto de Buenos Aires con encargo de defenderlo de un ataque que se temía de los piratas ingleses; pero no tarda en volver al Paraguay, donde, en 1599, hubo de desempeñar el cargo de Lugarteniente, debido a la ausencia del titular Beaumont de Navarra, en cuya circunstancia emprendió una batida contra los ferozes guaycurúes. Para esa campaña Hurtado designó por Jefe a Hernandarias de Saavedra. Y cuando en 1602 Hernandarias se hizo cargo de la Gobernación del Rio de la Plata, tuvo por Lugarteniente suyo a Pedro Hurtado de Mendoza; quien, seguidamente, fue mandado al Perú por dicho Gobernador junto con Tomás de Garay (hijo del Fundador) y Manuel de Frías (yerno de Melgarejo), en una comisión presidida por el Caballero Juan de Aceta, a fin de dar cuenta al Virrey, Luis de Velasco, del estado de las provincias rioplatenses.
Ignoro si se cumplió tal misión en Lima, mas lo cierto es que don Pedro - luego de levantar una "Probanza" sobre sus méritos y servicios - fue despachado para España por Hernandarias, a pedirle gratificaciones al Rey para él y su suegra, doña Isabel de Becerra, la viuda de Juan de Garay. "Aora ultimamente con ella avemos vendido lo poco que teníamos para poder aviar persona que en nuestro nombre vaya a esa corte a suplicar a Vuestra Magestad se sirva hazernos merçed de dar con que podamos sustentar, conforme la calidad de nuestras personas" - le escribió Hernandarias al Monarca el 20-IV-1602. Y posteriormente, el 2-I-1603, el mismo Gobernador criollo le decía a su Soberano; "el año pasado despaché al Capitán Pedro Hurtado, y dí avisso a Vuestra Magestad de algunas cosas tocantes a buestro Real servicio".
En la España del "Siglo de Oro"
Cerca de tres años (1602-1605) permaneción Pedro Hurtado de Mendoza en la España metropolitana de Felipe III; y no cabe duda que en la madre patria, por el momento en pleno "Siglo de Oro", el nieto de la guaranítica Agueda, el vástago de conquistadores americanos, quedaría deslumbrado.
La corte, por razones económicas, había sido recientemente mudada de Madrid a Valladolid. El Consejo de Indias, sin embargo (establecido desde 1519 por Carlos V), matenía su residencia madrileña. Allá, pues, hubo de permanecer la mayor parte de su tiempo Pedro Hurtado de Mendoza, a fin de gestionar, ante aquel organismo Real de suprema jurisdicción sobre los territorios españoles de América, las mercedes y resoluciones gubernativas a que aspiraban los leales vasallos de Su Magestad en el Rio de la Plata - Hernandarias en primer lugar.
Como es sabido, el Consejo de Indias era competente en todos los ramos de la administración ultramarina del hispánico Imperio, tanto en los negocios de paz y guerra, como en los políticos, militares, civiles y criminales; interviniendo en la elaboración de las leyes y ordenanzas, y en las propuestas al Monarca de los nombramientos para los oficios públicos en Indias. En el orden judicial, además, era Tribunal supremo de apelación de los fallos de las Audiencias americanas, y preparaba, asimismo, los juicios de residencia de Virreyes y Gobernadores.
Por ello, a no dudarlo, nuestro gestor indiano tuvo que entrevistarse con los componentes del referido Consejo; Su Presidente, el Caballero de Calatrava Juan de Ibarra (del mismo linaje de nuestro futuro Caudillo federal santiagueño don Juan Felipe); su Canciller; o alguno de los 12 Consejeros - 4 "de capa y espada" (peritos militares) y 8 "de garnachas" (legistas togados).
Como España acababa de ajustar las paces con Inglaterra, podían navegar libremente las expediciones que aportaban de América los ingresos vitales a su empobrecido y dispendioso Tesoro. Mas el desorden administrativo del Estado, su política caprichosa de funestas consecuencias al arbitrio del Duque de Lerma - valído de Felipe III -, y por otro lado, junto a tales pródigos derroches, el rigor intolerante de la Inquisición respecto a la pureza del dogma religioso, no impedía en la Metrópoli el florecimiento de las artes y las letras, y que sus armas imperiales triunfaran aún en Flandes, en Africa y en América.
El Padre Juan de Mariana había ya editado en castellano su Historia General de España; el Greco, con fama reconocida, pintaba las originales telas y retablos de su última época; en algún "corral" matritense - el de "la Pacheco", quizás - nuestro Hurtado de Mendoza asistiría a la representación de alguna comedia de Lope de Vega, o de Cervantes - entonces sólo conocido como dramaturgo y poeta, ya que recién en 1605 publicó, en Madrid, la primera parte de su incomparable Don Quijote.
El hombre vuelve a sus indianos lares
El 7-III-1605 mi antepasado se hallaba de retorno en Buenos Aires, pues en tal día se leyó en el Cabildo porteño una petición del Procurador de la ciudad, Martín de Marechaga, el cual requería que el "Capitán Pedro Hurtado esiba las proviciones (traidas de la capital del Reino) y se le notifique; y que las cartas que pide el Cavildo de Córdova se las dén". El 2 de mayo siguiente insistieron los cabildantes "que el Capitán Pedro Hurtado traiga al Cabildo las sédulas y proviziones rreales que traxo de España, para que dellas se haga lo que convenga al rreal serviçio y bien común". Y como continuara la demora en entregar dichos papeles, diecinueve meses mas tarde (16-XII-1606) el Procurador Juan Díaz de Ojeda solicitó "se escriba al Capitán Pedro Hurtado", pidiendo el envío al Cabildo de los documentos aquellos. Es de suponer que, tanto las cartas para las autoridades del puerto "de la Trynidad", como las otras destinadas al "Cavildo de Córdova del Tucumán", hayan llegado, tardía pero seguramente, a manos de sus destinatarios.
Por esas fechas cortaba pelo y barbas, sangraba, ponía ventosas y sacaba muelas en Buenos Aires, el barbero portugués Gerónimo de Miranda. Este, que probablemente ganaba poco dinero, había decidido emigrar de la ciudad. El Cabildo, por su parte, se empeño en retener a quien acá realizaba tan importantes servicios. En consecuencia llevó a efecto una colecta pública a favor del rapabarbas; y en la lista respectiva de los contribuyentes - que resulta un verdadero Padrón de los más caracterizados vecinos porteños del año 1607 - figura que "el Capitán Pedro Hurtado de Mendoça por su persona y casa mandó 6 pesos".
Un ruidoso incidente vecinal
A raíz de los merodeos enemigos por el río, y de que ciertos corsarios "rocheleses" habían dado en anteriores semanas un audaz golpe de mano en el puerto, robándose un navío de propiedad de Juan Quintero, la ciudad vivía en constante alarma.
Por ello, en previsión de otro ataque pirata, los vecinos eran frecuentemente requeridos, a las horas más inesperadas, por su Teniente General Simón de Valdés, para efectuar lo que hoy denominamos, en lenguaje militar, maniobras o ejercicios tácticos.
Así pues, como a las nueve horas de la noche del 19-VIII-1607, Valdés dispuso la práctica de uno de esos simulacros. Al efecto, y como previa medida, hizo llamar a rebato al vecindario dormido, con redobles de tambor que tocaba Diego de Rivera.
Tanto celo puso este Rivera en despertar a la gente, que al pasar por la casa de Capitán Pedro Hurtado de Mendoza, "cerca de la Iglesia Mayor", entró en aquella, y sin el menor miramiento diose a batir el parche con verdadero frenesí.
Semejante alboroto sobresaltó a Hurtado, quien reaccionando enfurecido, espada en mano, la emprendió a "çintaraços" con el tamboritero, mientras lo increpaba "que quien le abía mandado tocar la caxa". El disturbio atrajo a muchos curiosos y también a Simón de Valdés, al cual Hurtado de Mendoza a grandes voces "le dixo que porque abía de entrar en su casa a hacer lo que hiço". Valdés, soberbio, respondió; "¿No save que siendo General está a mi cargo lo que he hecho; y sin serlo, siendo Juez de Su Magestad lo puedo hacer?" A lo que el otro replicó; "que como General sí", pero como Juez "no lo tenía en nada". Terció entonces a favor de mi remoto abuelo un "criado" de Hernandarias llamado Pedro Fernández, que "empuñó la espada y medio la sacó de la bayna". El desacatado Teniente General, mediante un empellón apartó al entrometido, en tanto le sujetaba el brazo a Hurtado para decirle; "benga acá, llebarelo a el Señor Governador para que sepa como ha de respetar no solo al General, pero al Juez de Su Maagestad, que los ha de obedeçer el pecho por tierra".
En esta forma, discutiendo acaloradamente, General y Capitán llegaron a la morada del Gobernador Hernandarias (edificada exactamente en el terreno hoy ocupado por el Banco de la Nación Argentina, frente a la Plaza de Mayo), donde habíanse apostado algunos hombres "con las espadas desnudas". Y cuando el choque de los aceros parecía inminente, alguien apeló al grito solidario de "biba el Rey!", a cuyo conjuro se aplacaron los ánimos; y un espectador, Sancho de Lebrija, emitió la siguiente reflexión; "por menos que eso he bisto matar mucho hombres!"; admirado, quizás, de que el tumulto hubiera terminado sin sangre.
Al día siguiente del suceso, Simón de Valdés dió cuenta al Cabildo de la ruidosa insubordinación o desacato del Capitán Hurtado de Mendoza, "para que por autoridad del officio y rrespeto que se debe guardar a los Jueces de Su Magestad, y castigo de los culpables, le pida (el Ayuntamiento) al Governador, tome a su cargo poner en horden semexantes cossas".
El reclamante era canario de Tenerife, y había llegado el año anterior a estas playas como Tesorero, Juez Oficial Real y Teniente General de la provincia. Sería más tarde miembro conspicuo de la poderosa pandilla de contrabandistas y negreros con la que tuvo que luchar Hernandarias. Por su parte, Hurtado de Mendoza se crió en la Asunción junto al caudillo de los criollos y mantenía con éste - apenas un año menor que él - una amistad fraternal nunca desmentida. Con el episodio del desacato referido, se inicia la larga pugna del Gobernador y sus partidarios - americanos en su mayoría - contra los Oficiales Reales y funcionarios coimeros, de los cuales Simón de Valdés puede considerarse prototipo.
En suma, Hurtado de Mendoza lejos de ser castigado por irrespetuoso fue promovido, en 1608, al cargo de Alguacil Mayor de la ciudad - Jefe de Policía que diríamos hoy día; pero renunció al año siguiente, pues lo eligieron Alcalde de 1º voto en el Cabildo local.
Actividades públicas de mi antepasado, sus años postreros y su muerte
Nuestro Alcalde y demás capitulares reglamentaron, el 22-IV-1609, las matanzas de ganado "çimarrón", disponiendo que en adelante los interesados salieran a realizar sus "vaquerías" por la pampa, durante los meses de "Henero, febrero, março, avril y mayo y hasta todo junio, y no las puedan hacer en otro ningún tiempo, so pena de ser perdidas la carne, sevos y cueros"; además de tener que pagar una multa importante. También establecieron los Regidores que los "accioneros", antes de emprender sus faenas, habían de pedir su correspondiente "licencia", y dejar expresa constancia de los viajes que pensaban hacer, y de las carretas que iban a emplear, y de que ellos quedaban sometidos a las reglamentaciones del Cabildo sobre la materia.
Vá de suyo que en la matrícula de las personas "ynteresadas en el dicho ganado", figuraba en primer término "el Capitán Pedro Hurtado", con una asignación de "cient reses". La licencia pertinente autorizábalo "para que en el tiempo señalado, por una bez, baya a hacer la dicha matança, con que mate hasta cien reses y no más, y para que se vea si exceden, tenga obligación de manifestar los cueros de las cabeças que matare ante los Diputados del Cavildo y Escrivano; y pasado el término de las matanças, manifieste el sevo que trujere, y para ello Pedro Hurtado lleva las carretas y gente que le pareçiere".
¿Qué campo poseía don Pedro para pastorear haciendas propias?; ya que aquellas "matanças" en el desierto se alternaban también con las "recoxidas" de reses cimarronas que, herradas con la marca del aprehensor, iban a poblar las estancias de éste.
Por de pronto había recibido de su amigo Hernandarias el 9-VI-1609, la merced de una "suerte" de tierra junto al égido de la ciudad; de 400 varas de frente y "el largo que le tocare" (teóricamente "una legua la tierra adentro" hacia el Oeste Sudoeste), "que es y se entiende la punta redonda del corral de las vacas", lindante "por su parte de arriba con Juan de Vergara".
Dicha "punta redonda del corral de las vacas", que se incluía en la "suerte" de Hurtado de Mendoza, ubicaríase hoy en la zona suburbana porteña, que arranca de la calle Centenera para el sudoeste, y comprende parte de la barriada de Nueva Pompeya contra el río de la Matanza, antes de llegar a Puente Alsina: donde Francisco Pérez de Burgos, por esas fechas, tenía su "paso" epónimo.
Poco tiempo después, Hurtado de Mendoza resolvió alejarse de Buenos Aires. Al efecto vendió sus bienes, entre ellos la "suerte" de "la punta redonda del corral de las vacas", que resultó adquirida, el 14-VIII-1610, por Juan Quintero. Radicado en la Asunción del Paraguay, mi antepasado llegó ahí a desempeñarse como Teniente de Gobernador y Justicia Mayor. En efecto; con ese rango, en dicha ciudad, el 4-XI-1617, "Pedro Hurtado de la Puente" - así figura apellidado como su padre - declaró en la Información de servicios prestados por Juan Caballero Bazán, donde el testigo dijo ser de edad de 50 años poco más o menos.
Empero, casi tres décadas mas adelante, en 1639, nuestro personaje estaba avecindado de nuevo en Buenos Aires; ya que en el acta respectiva del Cabildo consta que, el 1 de enero de dicho año, a don Pedro lo eligieron Alcalde de Hermandad y Mayordomo de Propios; o sea, Juez y Comisario en la campaña, y funcionario encargado de percibir las rentas y pagar los gastos municipales de la ciudad.
Todavía en 1647 - a los 84 años de su edad - el Cabildo lo nombró a don Pedro Alcalde de 2º voto. El designado se encontraba, a la sazón, en su "chácara" en las afueras, y fue mandado llamar por el portero capitular a fin de que prestara el juramento correspondiente. Lo que el veterano conquistador hizo "por Dios Nuestro Señor y una cruz, en forma de derecho", y con el agregado de que guardaría justicia a las partes "sin passión ni afyción".
Aquella chacra de Hurtado de Mendoza quedaba en el "Monte Grande", y - en 1640 - lindaba por uno de sus costados con la de Baltasar Amorím Barboza, cuyo terreno, a su vez, tenía del otro lado por vecina a la chacra de Francisco de Manzanares. Como a Manzanares lo supongo heredero de su suegro Francisco Pérez de Burgos, una de las chacras de éste, en el "Monte Grande", fue la que originariamente Garay adjudicó a Pedro de Quiróz. Vale decir entonces que, muy probablemente, la chacra de Hurtado tuviera su frente sobre la barranca del río, en parte del trecho comprendido actualmente entre las estaciones ferroviarias de Rivadavia y de Vicente López.
No obstante su larga ancianidad, la cabeza de Hurtado de Mendoza permanecía tan alerta y juvenil como seguro su pulso, que firmaba las sentencias judiciales de primera instancia y los acuerdos del gobierno bonaerense. El comercio y la industria en "la ciudad Indiana" eran dirigidos, en ese tiempo, por el Cabildo; cuya corporación regulaba los precios de los artículos de primera necesidad. Ello con un espíritu de justicia social, totalmente opuesto al que informa a la economía capitalista moderna: basada en el lucro y la libre empresa. Así, el 26-IX-1647, el Procurador Sebastián Flores leyó ante sus colegas una petición en la que denunciaba que la libra de "açucar" se estaba vendiendo a dos pesos y la de "tavaco" a un peso por postura; precios estos "exorvitantes", dada la pobreza de los vecinos. Considerado el asunto por los Regidores, el Alcalde Hurtado de Mendoza, quizás por su edad venerable, fue el primero en emitir su voto: "Que se benda la libra de açucar a pesso y la de tabaco a 6 reales", dijo; y ésta resultó la drástica rebaja que el gobierno impuso a los pulperos en aquella oportunidad.
El día primero de enero de 1648, el nombre del remoto abuelo que me ocupa, figura por última vez en las actas del Cabildo, entregando el Estandarte Real al Gobernador Láris, quien lo puso en manos del Alférez entrante, Juan Gutiérrez de Humanés, otro de mis antepasados. Próximo a los 85 años, la vida de don Pedro no podía prolongarse mucho de manera que debe de haberse extinguido poco después.
Pedro Hurtado de Mendoza estuvo casado con María de Espínola - o Espíndola, como se españolizó el apellido -, con la que no hubo descendencia. Ella era hija del conquistador Francisco Espínola, hidalgo de Jerez de la Frontera, expedicionario con Cabeza de Vaca, descendiente de la ilustre familia genovesa de Spínola, y de Francisca Luján; nieta materna del Teniente de Veedor Antón Cabrera - sobrino del Veedor Alonso de Cabrera -, vecino de Loja, que vino en la nave "La Marañona", y de María de Luján; bisnieta m.p. de Hernán Ruiz "Manos Albas" y de Gracia de Pinedo y m.m. de Hernando de Luján y de Isabel Pérez, naturales de la isla de Palma en las Canarias.
Fuera del matrimonio Pedro Hurtado de Mendoza tuvo una hija; Francisca Hurtado de Mendoza y Ribera, cuya madre fué María Ortiz de Ribera - que era nieta del célebre conquistador Ruy Díaz Melgarejo (ver su biografía) y que probablemente fuera hija de algunos de los vástagos naturales del gran Caudillo del Guayrá. Doña María adoptó el apellido Ribera de su tatarabuela paterna y, cuando tuvo su niña con Hurtado de Mendoza, era ella viuda del Capitán Pedro Orduña Mondragón.
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