Notas |
- "He aquí por fin un hecho que por sus circunstancias y detalles tiene todos los contornos característicos para servir de ejemplo, y dar una idea cabal de los actos y procedimientos de aquella Sociedad de horrenda memoria.
El 27 de Junio de 1839, a las seis y media de la tarde, asesinaron en el salón mismo de la Legislatura, al Presidente de la llamada Honorable Sala de Representantes, el señor don Manuel Vicente Maza, que recibió dos puñaladas, quedando en el suelo al pie de la mesa. Dijeron que había venido a escribir su renuncia de ese puesto.
Este asesinato causó un pavor inmenso, pues al señor Maza se le consideraba como el mentor o el moderador de los furores del Tirano. Entonces ¿quién tendría segura su cabeza sobre los hombros?
A la mañana siguiente fue fusilado en la cárcel pública su hijo el comandante don Ramón Maza, por conato de revolución (dijeron).
El cadáver del señor Maza, el día 28, fue sacado de la puerta de la Legislatura (calle Perú) poniéndolo en el carro de los pobres, y al pasar por la cárcel en dirección al Cementerio, pusieron dentro los restos del hijo horas antes fusilado, y juntos fueron arrojados en la fosa común.
Una de las víctimas sacrificadas en la degollación mas expectable fue la del joven Iranzuaga, asesinado al pie de las ventanas de la casa habitada por el cónsul del Portugal, señor Meyrelles. Antes del año 40 el señor Meyrelles daba un baile a la oficialidad de los buques de Francia e Inglaterra. La casa estaba situada en la calle de Santa Rosa (hoy de Bolívar) frente al puentecito de las beatitas entre Méjico y Chile.
Una de las Beldades de mi tiempo era la señorita Isabel Ortiz, hija del doctor don Manuel Ortiz, abogado de la Universidad de Charcas, el cual, en compañía de los señores don Mariano Moreno, don Vicente López, don Vicente Anastasia Echeverría, don Manuel Alejandro Obligado y otros jóvenes porteños del principio del siglo, fueron a aquella ciudad a rendir examen, y recibir el grado doctoral, porque aquí no había Universidad. Este viajecito de 800 leguas españolas se hacia a mula, empleando hasta dos meses (parte de cuyo trayecto ha sido recorrido el mes pasado en tres días por la división chilena en ferrocarril, cuya retirada se quiere comparar a la de los diez mil de Xenofonte; ¡¡sea por amor de... Balmaceda!!, a quien le dedicó este piropo el ministro señor Vidal).
Y sigo mi historia.
Al regresar el doctor Ortiz, se caso con la señorita Crecencia Urien, de la cual tuvo entre otras bellas hijas, a Ignacia, madre del general Obligado, y a Isabel, la mas preciosa de todas; de la que voy a hablar.
Isabel estaba para casarse, y su novio habíale pedido que no dejara de asistir al baile del Cónsul Moyrelles, que se anunciaba como uno de los mejores de la estación de 1840, antes de comenzar la degollación; indicándole que en el baile iba a fijar la fecha de su proyectado enlace.
La niña, que, como digo, era muy linda, una vez en el baile mostróse sumamente abstraída e indiferente respecto de sus admiradores, como dominada de una idea fija y persistente. Sentíase enferma esa noche, bajo la influencia de un presentimiento fatal para su prometido, pues era unitario, y ya menudeaban las persecuciones y degüellos contra los miembros de su partido.
Las gentes de Rozas miraban mal y con prevención aquella fiesta dada por un agente consular en honor de oficiales extranjeros, que abiertamente alardeaban de ser muy partidarios del general Lavalle. Parece que alguno aconsejó a la Mazorca, ahogar en sangre dicha fiesta, haciendo alguna victima a sus puertas mismas, pues además de buscar efecto federal, un acto semejante. seria en extremo agradable al Restaurador.
Lo peor y mas triste del caso es que el joven Iranzuaga fue degollado por equivocación, pues era otra la victima que los sicarios de la Mazorca acechaban en aquella bocacalle. La Amalia de Mármol, y Las tablas de sangre de Rivera Indarte, contienen más numerosos detalles del hecho; yo lo refiero come lo supe, y según los recuerdos de la impresión que me produjo... pues vivíamos a cuadra y media de la casa enfrente a la cual tuvo lugar tan estúpido como horrendo crimen.
Ampliaré algo más los datos de este suceso, pues en las páginas humorísticas de las Beldades de mi tiempo no han de estar fuera de centro las que reflejen, por la narración de estos hechos, las costumbres políticas de la época.
Degollado el joven Iranzuaga, los mazorqueros cruzaron su cuerpo en el umbral de la puerta de calle. Hasta sus últimos momentos había estado pidiendo un confesor, un padre... y los asesinos le contestaban ¡si! ya te vamos a traer al padre Escola (muerto la noche antes).
El suceso repercutió dentro del salón, y una de las primeras parejas que salió acompañada de los oficiales que se ofrecieron para conducirlas a sus casas, fue la linda Isabel. El caballero que la acompañaba, un teniente de marina, hizo a un lado el obstáculo, creyendo evitar que la compañera saltara por encima del cuerpo de un beodo; pero al acercar el negro de la linterna su farolito, la niña, sobrecogida de espanto, creyó ver a su novio asesinado, y cayó en un profundo desmayo. Al volver de este accidente, era otra; había perdido la razón, que jamás le volvió, aunque por largos años se deslizaron sus días en una mansa demencia.
Así la he visto por mucho tiempo después. Recuerdo siempre con horror aquel acontecimiento con la viveza de quien lo presenciara, tan profunda fue la impresión que de él recibí entonces".
- "Las beldades de mi tiempo" (1919) de Santiago Calzadilla. [1]
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