Notas |
- Abogado. Secretario del Senado de la Nación.
Caballero elegante y distinguido, el doctor Benigno Ocampo es una estampa característica del viejo Senado. Atildado, sereno, gentilísimo, con esa cultura de la aristocracia porteña de la época, hecha a la europea.
Cruza las avenidas de Palermo y su pensamiento vaga por los Campos Eliseos, y al recorrer la calle Florida tiene la ilusión de andar por la 'rue de la Paix', así como frente al espejo del amplio tocador de los senadores -con pulverizadores de perfumes bien repletos-, el doctor Ocampo recuerda su último encargo de medias, trajes y sombreros que él ha hecho a 'Strand Street, Picadilly Circus, London'.
El doctor Ocampo viste invariablemente de chaqué, con pantalón de fantasía y polainas claras. Esas eran sus prendas permanentes. Jamás lo vi de saco. Y como complemento característico de su personalidad, lucía siempre un cuello alto, altísimo, tanto que llegó a modificar las dimensiones de su pescuezo natural y a aumentar su estatura. Visto de atrás parecía un muchacho, tan delgada y esbelta era su silueta.
Don Benigno -como lo llamaban todos en la casa de las leyes- es secretario del Senado, a cuyo cargo llega después de haber desempeñado otras tareas de responsabilidad y de confianza cerca de altas figuras de la política. Junto con Benito Villanueva ha sido secretario de Sarmiento, y luego, del presidente Juárez Celman. No es un político, propiamente, pero es amigo de los hombres más eminentes del país, con quien actúa en la casa y en el club. En la alta cámara, su despacho es la antesala obligada de Manuel Láinez, de Joaquín V. González, de Manuel F. Mantilla, de Benito Villanueva, Todos buscan un refugio espiritual de exquisita sociabilidad que les ofrece la tacita de café tomada en su compañía.
(Ramón Columba: "El Congreso que yo he visto").
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