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- Criminal y espía al servicio del rosismo durante la Guerra Grande. Años antes había protagonizado, junto a su amante, el teniente coronel José María Urien, el llamado “crimen del pañuelo blanco”.
Hija de Esteban Antonio Gutiérrez y de María Antonia Sosa Gago, porteños. Tuvo un hermano llamado Matías Nicolás Gutiérrez, nacido en 1781, que casó con Josefa Martínez Whetherton, quien más tarde, ya viuda, casaría con Ambrosio Mitre, siendo padres del teniente general Bartolomé Mitre y de Emilio Mitre.
El 9 de junio de 1808 contrajo matrimonio con Manuel Larrica, pudiente comerciante burgalés y viudo de María Marta Montes de Oca. El matrimonio tuvo cinco hijas: Regina Mercedes, nacida el 7 de septiembre de 1809; María Josefa de los Dolores, el 8 de diciembre de 1810; Manuela Estanislada, el 13 de enero de 1813; Estefanía Rosa, el 3 de agosto de 1814; y María Josefa Tomasa, el 7 de marzo de 1816.
Alrededor de 1814, María Josefa comenzó un amorío con el teniente coronel José María Urien, veterano de las guerras por la independencia, retirado del servicio y devenido comerciante y rematador.
Porteña, un año mayor que José María, Josefa se había casado en 1808 con Manuel Larrica, pudiente comerciante burgalés afincado en el Río de la Plata durante los últimos años del Virreinato. De esta unión, entre 1809 y 1816, nacieron cuatro hijas: Regina Mercedes, María Josefa de los Dolores, Manuela Estanislada, Estefanía Rosa, y María Josefa.
A fin de seducir a su mujer, Urien se acercó a Larrica, prometiéndole conseguirle una rebaja en las contribuciones impuestas por el Director Supremo Pueyrredón a todos los comerciantes europeos residentes, a fin de costear los ejércitos nacionales. Urien, que a la sazón se desempeñaba como Alcalde de Barrio, una de cuyas funciones era recaudar esos aportes, cumplió su palabra, y entró en el círculo de confianza del comerciante. El resto se supone: Urien era joven, alto y buenmozo, su foja de servicios lo precedía, y un contemporáneo dice de él: “De muy buen aspecto, era un favorito de las mujeres, y todo un hombre de mundo”. Josefa tenía la misma edad, era atractiva, inteligente e inescrupulosa.
La relación entre ambos se extendió hasta alcanzar su clímax en el crimen: el asesinato de Manuel Larrica. El 25 de julio de 1815, Larrica iría en compañía de Urien a una finca propiedad de otro comerciante, Sotoca, para inspeccionar alguna mercadería que el segundo decía tener allí depositada. Una vez en el sótano, Urien atacó al comerciante con un arma blanca, dándole muerte. Esa misma noche, Larrica debía asistir al teatro en compañía de su mujer. Los amantes habían acordado una señal: Urien se presentaría en su lugar y se pasaría un pañuelo blanco por el rostro. Al ver esto, Josefa sabría que el crimen estaba consumado. Y así sucedió.
Tras la misteriosa “desaparición” de Larrica, su mujer no tardó en denunciar este abandono y comenzar la testamentaría “in abstentia”, y se hicieron las averiguaciones pertinentes a fin de dar con el paradero del comerciante. El capitán del puerto Blas José Pico fue el encargado de la tarea, aunque nunca logró dar ni con Larrica ni con su destino.
Según un contemporáneo, “el cadáver había sido cortado en pedazos y enterrado en distintos momentos y lugares. Desde el crimen, Urien había estado en Perú, y luego había vivido también en Buenos Aires, libre de toda sospecha”.
Efectivamente, la pareja continuó con sus amoríos, que hacía años era un “secreto a voces”. Cabe recordar que desde 1812 Urien estaba casado con Catalina Salinas, y eran padres de Manuela Dolores Rita Celedonia, nacida en 1813. Ni esto, ni las cinco hijas del matrimonio Larrica-Gutiérrez, ni la aparente desaparición del comerciante, impidió que fruto del vínculo entre los asesinos nacieran, por lo menos, dos hijos naturales: Carlos María del Corazón de Jesús, el 4 de noviembre de 1816, que sería adoptado por sus abuelos paternos (la partida de bautismo lo declara hijo de “padres no conocidos”). Y Rita, nacida alrededor de 1820, y llamada igual que la madre de Urien, Rita Elías, su abuela paterna, que a la vez había actuado como madrina de bautismo de Carlos María, y que probablemente también lo fuera de esta segunda hija. Cabe también señalar que como padrino de María Josefa Larrica, la última de las hijas de Manuel y Josefa, nacida en marzo de 1816, actuó José Domingo, el padre de José María.
A principios de 1822, siete años después del crimen, una noticia sacudió a Buenos Aires. Según algunas versiones, en el sótano de una casa ubicada en la calle de San Andrés (hoy Chile), dentro de un saco de yerba, apareció el cadáver de Larrica, cosido a puñaladas. Todos apuntaron a la célebre pareja. La parda Rufina, una especie de madama que regenteaba un local en La Recova y que servía de criada a Josefa, intentó salvarla e inculpó a Urien. Sin embargo, algunas cartas y la infidencia de los criados permitieron establecer que no uno, sino los dos estaban involucrados, ella como instigadora y él como ejecutor.
María Josefa fue confinada a Bahía Blanca tras el escándalo. Sin embargo, el 25 de enero de 1825 estaba de vuelta en la capital, junto a sus hijas “Pepa, Mercedes, Mariquita y Rita y como criados, hombres y mujeres”, procedentes todos de la Bajada del Paraná, Entre Ríos. De los hijos habidos con Urien, Carlos quedó al cuidado de su abuela paterna (José Domingo falleció a finales de 1817), y Rita al de su madre.
Según el censo de 1827 vivía en la calle Suipacha N° 93 junto a sus hijas Mercedes, de 16; Josefa, de 15; Rita, de 14; y María, de 13.
En el “Indice del archivo del departamento de general de policía” del año 1829 se lee: “28 de diciembre: El comisario de la primera sección remite presos a José Bustos, Pedro Jorge, Pedro Lucer, Francisco García, Pedro Arriola, Luis Gómez, y Mariano Moreno; el primero por uso de cuchillo, el segundo y el tercero por haber dado de golpes a Pedro Cávia, el cuarto por andar prófugo de su amo, el quinto por haber castigado a una esclava de D. José Rivera, el sesto por haber herido a Gervasio Escalada, y el séptimo por haber insultado a Doña Josefa Larrica”.
Y en un acta del año siguiente consta: “11 de febrero de 1830. Comunica el comisario de la 1º sección, no haber presentado testigos Doña Pepa Larrica, sobre los insultos que dice esta haberle hecho el moreno preso Mariano Vázquez”.
Su atractivo permanecía intacto cuando, en la década de 1840, actuaba como espía de los federales en Montevideo, junto a Dominga Rivadavia Cires (parienta de su antiguo amante), quien décadas después sería acusaba de asesinar a su propia hija, Edelmira Iriarte, en complicidad con Cayetano Barbosa, yerno de Dominga, a causa de haber Edelmira descubierto los amores ilícitos de la madre. Junto a otras mujeres de la misma especie, estas mujeres actuaban como espías de la Confederación en ambas orillas del Plata. Seducían a oficiales unitarios para sacarles información militar y estratégica. Pepa Larrica era en Montevideo, junto con otras mujeres de su especie y condición, uno de los agentes más activos de la tiranía.
En la Montevideo sitiada, Pepa Larrica formó parte del círculo encabezado por Dominga Rivadavia (prima lejana de Pepe Urien), porteña, radicada en la capital uruguaya. En diciembre de 1843 el grupo fue desarticulado. La detención de “la Rivadavia”, como la llamó la prensa, permitió conocer el funcionamiento de un grupo rosista que se encontraba oculto en Montevideo. Dominga había intentado abandonar la ciudad en la goleta sarda Luisa, llevando en su poder tres papeles “roturados para el traidor declarado Juan José Ruiz” de autoría del “traidor José Brito del Pino”. Su detención permitió apresar a varios cómplices, acusados de haber mantenido correspondencia con el enemigo y Buenos Aires y, al mismo tiempo, conspirado contra el gobierno de la Defensa.
En el expediente, reproducido en la prensa, se denuncia la existencia de múltiples agentes diseminados por Montevideo, los cuales “no tenían un centro directivo; sino que cada uno de ellos obraba con independencia, y estaba en relación directa con Buenos Aires”. Esto sugeriría que la red de Rivadavia era sólo una de varias.
El doctor Lamas investigó las actividades de Pepa y procedió a su arresto. Sin embargo, una vez más esquivó la última pena. Tras confesar haber seducido a oficiales unitarios y de haberse apoderado de documentos y secretos militares de importancia, fue condenada a confinamiento perpetuo en un lejano pueblo de la Banda Oriental, en la frontera con el Brasil, junto con otras acusadas, hacia 1845.
El 2 de febrero de 1844 llegaba a Buenos Aires, acompañada de dos hijas, Dominga Rivadavia. Poco después, el 18, llegaba Mercedes Larrica, a bordo del bergantín goleta sardo “Lusitano”. Probablemente, tras la detención de su madre y la huida de Dominga, haya optado por abandonar Montevideo.
No es de extrañar que una mujer como Pepa Larrica también haya evitado la caída después de Caseros. En el censo de 1855 declara tener 56 años, ser viuda, y propietaria de un piso con azotea en la calle Esmeralda N° 239. Con ella vivían sus hijas Josefa, de 32 años, Emilia de 22, Carolina de 20, y dos nietos: Lindoro de León y Juan Gutiérrez (Juan Esteban Coronado). Además, una sirvienta de 30 años, Eufemia Gutiérrez.
Libre de toda culpa y cargo, María Josefa Gutiérrez de Larrica falleció en Buenos Aires el 19 de noviembre de 1864. Según la partida de defunción, labrada en la parroquia de Nuestra Señora de la Piedad, tenía “sesenta y cinco” años, era porteña, y estaba domiciliada en la calle del Temple Nº 355. Como causa del deceso sólo se anotó: “fiebre”. [1]
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