Notas |
- Mariano Nicolás de Anchorena López Anaya - llamado siempre Nicolás de Anchorena - nació en Buenos Aires el 8-VIII-1785, y fué cristianado dos días más tarde. No había aún cumplido los 13 años, cuando ingresó al Colegio de San Carlos para seguir el curso de Gramática durante el trienio 1798-1800; pasando luego a estudiar Filosofía y Teología en 1802. Tres años después trasladose a Chuquisaca - en cuya Universidad cursaba leyes su hermano Tomás Manuel - y en los claustros educativos altoperuanos Nicolás egresó de Bachiller el 15-XII-1808, y de Doctor en Cánones el 1-I-1809. Condiscípulos universitarios suyos fueron estos argentinos; los porteños Julián Alvarez, Bernardo Pereda, Vicente López y Planes y Manuel Moreno; el jujeño Ignacio Bárcena; los salteños Juan José Castellanos y Miguel Otero; el tucumano José Manuel Pérez; y, podría añadir, el oriental José Ellauri, el chuquisaqueño José Severo Malabia y el potosino José Patricio Puch.
Con fecha 26-I-1809, nuestro muchacho, practicante de jurista, a punto de ser admitido en la Academia Carolina - que allá dirigía el Oidor José Agustín de Ussoz y Mozi - recibió una carta de su hermano Tomás Manuel - ya instalado en Buenos Aires -, cuyo escrito traía asimismo un agregado de su madre doña Romana. He aquí los párrafos más jugosos de dicha misiva: "Querido hermano Nicolás: Por lo que me expones en tu muy apreciable del 25 p.p. acerca de Ussoz (el Oidor dirigente), creo irás conociendo los motivos que tenía yo para aconsejarte que no practicases en esas Academias, lo que nunca te quise expresar porque entonces te parecería tal vez ideas imaginarias. Yo tuve, para con él, concepto de engreído y orgulloso, porque jamás pude avenirme a sumisiones, y este pecado supuesto debe ser trascendental. ¿Si ahora que estas para regresar te ha querido tratar de ese modo, que sería después que estuvieres bajo su parlamento?. Solo el que ha cursado la carrera puede hacer alguna graduación del engreimiento, despotismo y bajeza de ese salvaje. El Oidor más moderno debe ser el Director de la Academia, pero el no ha querido dejarla para disfrutar de los oficios serviles de esa chusma de cholos y mestizos que componen ese cuerpo, digno por cierto de mejor suerte. Ningún mozo honrado, de buen nacimiento, de talento y pensamientos nobles, debe entrar en ese cuerpo, mucho más que no necesita contraerse a los Abogados, y tiene proposiciones de practicar en otra parte, porque va expuesto a interrumpir al mejor tiempo su carrera ... Tu affmo. hermano Tomás. Fecha ut supra: "Estimado hijo Mariano Nicolás: He celebrado infinito te halles graduado de Bachiller ... mientras pasan las aguas procura graduarte de Doctor y venirte cuanto antes, pues por acá haces falta; ya puedes considerar para que, si has meditado bien sobre las ocurrencias presentes. Tus primas dicen que le pega muy mal al Señor Bachiller una boca tan embadurnada, y que en otra ocasión se lave bien el hocico para hablar con personas decentes. Juan José ha escrito con fecha 4 de noviembre; se hallaba en Cádiz, sin novedad, sirviendo de soldado en el regimiento de voluntarios de aquella ciudad, que no deben salir de ella, pues son destinados para su defensa. Avisa haber tenido noticia de la muerte de tu Padre porque se lo comunicó el hijo de Alsina, y porque Gómez le había escrito sobre el particular, pues de casa no ha recibido carta alguna. Juana (Aguirre López Anaya de Bosch) salió con felicidad del parto; Tomás y yo fuimos los padrinos, pero murióse la criatura (llamada Isidoro) del mal de los siete días ... No olvides lo que te prevengo en orden a tu pronto regreso, y entretanto te deseo la mejor salud y toda felicidad. Tu affma. Madre: Romana Jpha. López de Anaya. P.D. Marcelino (Carranza) dice que no hay noticia más que las que te repito, que no seas palangana y que te vengas a tomar un fusil que ya tiene preparado para cuando llegues a casa".
Nicolás participa en las jornadas electorales de 1811, 12 y 13
Vuelto a Buenos Aires, el joven Anchorena se integra a la poderosa empresa mercantil de la familia que - luego de la muerte del padre - dirigían sus hermanos Juan José Cristóbal y Tomás Manuel. En eso, en la capital del Virreinato, los acontecimientos de Mayo de 1810 desencadenan el proceso histórico revolucionario que, al correr de los años, levantaría "a la faz de la tierra una nueva y gloriosa nación". Y el 19-IX-1811, convocada por la Junta Grande Provisional, llevóse a efecto, en la ciudad, la primera consulta electoral, con el concurso "de multitud de pueblo, tanto en la Plaza Mayor como en las aceras de las Casas Consistoriales". Y en dicho referendum toma parte como elector Nicolás de Anchorena, el cual en votación pública - contra la opinión del Cabildo que había abogado en favor del "voto secreto" -, sufraga por Feliciano Chiclana y Juan José Paso para diputados de un futuro Congreso, "añadiendo que solo devían ser (esos diputados) por un año, el que concluído se combocaría al Pueblo en Cavildo avierto para elegir otros o re-elegir los mismos si tuviere a bien". Ambos candidatos referidos alcanzaron finalmente amplia mayoría.
En la misma fecha procedióse también a elegir una Junta Consultiva destinada a asesorar al Gobierno, y Nicolás Anchorena votó al efecto por los siguientes ciudadanos; Manuel de Sarratea, Bernardino Rivadavia, Victorino de la Fuente, fray Ignacio Grela, Francisco Paso, León Planchón, Tomás de Rocamora, fray Francisco de Paula Castañeda, Marcos Salcedo, José Francisco de Ugarteche, Esteban Romero, Martín de Arandía y Vicente López y Planes; todos los cuales - menos Francisco Paso al que no le alcanzaron los votos - quedaron electos tras el escrutinio; en tanto nuestro personaje apenas obtuvo 4 votos para consultivo; los de José Arangoitía, Santiago Martínez, Matías Gutiérrez y Lorenzo Catolar'
El 31-III-1812 hubo asimismo comicios de electores a fin de consagrar diputados para aquella frustrada Asamblea del año XII. En tal ocasión Nicolás de Anchorena votó por Pedro de Lezica y Valentín Gómez. A su vez Hilario José y Diego Sosa, José Hernández (abuelo del autor de Martín Fierro), Félix Castro, Bernabé Larrea, Pedro Osandivaras, José León Banegas, Antonio y Pedro de Lezica, José Paulino Gari, Pedro Serantes, Manuel Garayo y Francisco de Escalada, sufragaron por nuestro Nicolás - junto a distintos laderos - cosechando éste 13 votos en dicha elección intrascendente.
Y el 24-II-1813, en otra votación de electores para subrogar al diputado José Julián Pérez, Nicolás, como elector del cuartel 13, votó por Antonio Sáenz; mientras el Regidor José Ignacio de la Roza y el elector Manuel de Luzuriaga votaron por Anchorena, quien sumó así un par de votos; saliendo electo diputado, en definitiva, Manuel de Luzuriaga con 27.
En ese tiempo el menor de los Anchorena formaba parte del Tribunal de Comercio del Consulado, presidido por Juan José de Larramendi. Y al leer las numerosas listas de donativos personales que publica "La Gaceta de Buenos Aires", destinados a finalidades patrióticas diversas, encuentro que Nicolás donó una onza para la compra de armamentos; que - figurando como "Capitán del Cuerpo Cívico" - contribuyó con 50 pesos fuertes al sostén de la naciente Biblioteca Pública; como también aportaría 8 pesos para la adquisición de caballos al regimiento de Granaderos, cuyos fondos recaudaba el Coronel José de San Martín, en casa de su flamante suegro Antonio José de Escalada.
Nicolás viaja a Chile
En abril de 1814, concluídas ya sus funciones en el Tribunal del Consulado, Nicolás de Anchorena resuelve trasladarse a Chile, para incrementar allá los negocios de la sociedad familiar, vinculada, a la sazón, con el fuerte comerciante vizcaíno, avecindado en Santiago, Tomás Ignacio Urmeneta. Con tal propósito el viajero había hecho despachar anteriormente hacía el país trasandino una gran partida de tercios de yerba, junto con pañería de distintas calidades: bretañas, sarazas, bayetas, pontivies y panas. La venta de yerba y azúcar - le escribirá Nicolás a su hermano Juan José más adelante - era escasa allende los Andes, dada la revuelta situación política y militar imperante que dificultaba el comercio; señalando, el corresponsal, que los chilenos tomaban casi exclusivamente mate dulce, y que la falta de azúcar retardaba el expendio de yerba, mientras el clásico edulcorante se sustituía por miel de arrope o por "cualquier porquería que tengan a mano".
¿Cual era en ese momento el panorama político de Chile? El Virrey Abascal había enviado desde el Perú una expedición guerrera a ordenes de Antonio Pareja, que reforzó después con otros efectivos mandados por Gabino Gainza, a fin de someter a los chilenos acaudillados por José Miguel Carrera; el cual, al cabo de una campaña de sangrientas alternativas, cayó prisionero de Gainza y no pudo impedir que el enemigo se apoderara de Talca. Esto precipitó un golpe militar en Santiago que derrocó a Carrera, llevando a la primera magistratura del gobierno a Francisco De la Lastra y a Bernardo O'Higgins como jefe del ejército rebelde.
Tras algunos triunfos realistas y algunas victorias patriotas (entre estas las de Cucha Cucha y Membrillar, alcanzadas por Las Heras y su segundo Marcos Balcarce al frente de los "Auxiliares Argentinos"), fué firmado - en virtud de una mediación oficiosa del comodoro británico James Hillyar - el tratado de Lircay (3-V-1814), por el que Chile reconocía como soberano a Fernando VII y las fuerzas limeñas de Gainza aceptaban, transitoriamente, el gobierno de Lastra. Esto provocó la reacción de los parciales de Carrera, quienes depusieron a Lastra, quedando de nuevo dicho caudillo a la cabeza de Chile. O'Higgins, entonces, desconoce la autoridad de Carrera y marcha sobre Santiago.
Desde su asiento santiaguino, el 26-VIII-1814, Nicolás de Anchorena le escribe a su hermano Juan José: "Contesto la tuya del 1º del corriente en los momentos de mayor consternación en que se halla esta ciudad. Hacen cuatro días que con un próximo encuentro que deben tener el ejército del gobierno (carrerista) y el de (textualmente pone siempre Nicolás) "Hoigens", que está a seis leguas de ésta, se está temiendo un saqueo general por estar la ciudad sin un soldado, entregada su custodia a las partidas de un Arcos que dicen es un facineroso. No se abren las tiendas, ni almacenes, todos se ocupan en el día de ocultar sus intereses". Y dos días más tarde, nuestro hombre le da cuenta a su hermano del resultado de aquel choque; "La acción del 26 fué decidida por el gobierno, perdiendo Hoinges doce oficiales, como 300 prisioneros y 4 cañones y hasta su equipaje. Se ha derramado sangre pero sin objeto. Vino el que yo había anunciado que les había de poner paz. Anoche llegó un capitán del ejército limeño con una intimación de su general, que es un D. Mariano Osorio que ha relevado a Gainza, y su contexto, que he leído, es que habiendo sido desaprobados los tratados del 3 de Mayo por el Virrey, por ser contrarios a las instrucciones que tenía Gainza, por no tener facultades para ellos y ser opuestos a los derechos de la Nación y honor de sus armas, y hecho cargo de ellas, les previene que en el término de diez días entreguen las armas, juren a Fernando, obedezcan la Regencia durante su cautiverio, y admitan las autoridades que se les dieren".
En efecto: al desconocer en Lima el Virrey Abascal aquel tratado pacificador de Lircay y enviar a Chile el famoso batallón Talavera al mando de Mariano Osorio, O'Higgins y Carrera, ante el peligro inminente, suspenden su querella e inician negociaciones. Las ciudad de Santiago, mientras tanto, vive en continuo sobresalto. Así se lo apunta Anchorena, el 3 de septiembre, a su hermano Juan José: "El 30 se retiran las tropas; el 31 a media noche hubo alarma en todos los cuarteles; el primero volvieron a salir, habiéndose aproximado Hoigens al Maipo y hecho varios parlamentos; ayer dos, de mañana, otra vez empezaron a entrar tropas de retirada, quedando, según dicen, las cosas transadas; por ayer tarde se tocó generala en el campamento por que Hoigens pasaba el río; no sé lo que será hoy; de modo que a la mañana se habla de paz y a la tarde de guerra. Entre tanto el enemigo viene, y se cree esté en Talca, y según las voces que corrían allí se esperaba también por la costa".
Nicolás, para precaverse de las depredaciones que cometían los realistas en medio de ese desorden espantoso, abandona Santiago y se refugia en casa de José Molina, al sur de la capital, en el pueblo de Acúleo, departamento de Maipo, y de ahí le remite cartas cifradas en clave a su hermano Juan José, cuyo contenido tradujo César Pillado Ford y dió a conocer en su artículo "Nicolás Anchorena, su vida en Chile en los trágicos momentos de Rancagua", publicado en el boletín del Instituto de Investigaciones Históricas el año 1947.
He aquí algunos párrafos de la referida correspondencia de Nicolás; "Cada soldado Talavera (del batallón de Osorio) es dueño de vidas y haciendas y nada de lo que decían los papeles revolucionarios es exagerado. Unas veces se arrebatan los hombres y se confinan solo por echarse sobre sus intereses; otros se da orden para que uno entregue doce, veinte o treinta mil pesos, y si no los entrega le ponen en su casa una partida de soldados para que los mantengan; y orden a estos para que saqueen. Así se han cometido mil desórdenes, haciéndose servir a la mesa hasta de los dueños de casa, y se han violado los tálamos de las señoritas más principales de esta ciudad".
A propósito de su recíproco carteo indicaba Nicolás a Juan José; "debes explicarte más, o haciendo uso de la clave, porque sino no nos entenderemos en el laberinto de combinaciones que se nos presentan ...". Y visto el estado anárquico de Chile, pensando en los peligros que sus hermanos pudieran sufrir si Buenos Aires y las provincias norteñas cayeran envueltas en un caos semejante, nuestro personaje, lleno de angustia le aconsejaba a Juan José alejarse de esto países convulsionados: "Esta cifra no me permite - señala en su criptograma - el pormenor detalle de conducta atroz de este gobierno como yo lo deseo, para haceros ver, a vos y a Tomás (que se hallaba con el ejército en el Alto Perú de secretario de Belgrano), la necesidad que tienen de abandonar la América, si conocen que eso ha de sucumbir. Yo me he librado hasta ahora, después de infinitas pesquisas que se han hecho contra mí, primero porque no han podido averiguar en donde están mis fondos, y después por mi conducta delicada, y porque algunos amigos, principalmente don Silvestre Ochagavía (navarro, casado en Chile con Manuela Errázuriz), me han favorecido. Cada oficial de los que han servido en el ejército del Perú (realista) que me veía, era una persecución y una nueva pesquisa. Esto hará ver a Tomás cuanto riesgo corre. Cada día me he visto más perseguido, hasta que viendo que ya amenazaban a mi persona me he retirado a la campaña, en donde estoy viviendo de incógnito dos meses. Me han buscado con empeño y han indagado el paradero de mis intereses y de los tuyos, pero nada han conseguido. Estos están seguros y espero que no darán con el resto que me ha quedado de ellos".
Su mayor deseo, por lo pronto, era alejarse de Chile en un barco de guerra inglés; "Dentro de poco - escribe - llegará la Infatigable para hacer viaje al Janeiro, y entonces trataré de embarcar en pesos fuertes dieciseismil y más que me quedan, pasaré a Valparaiso oculto a ver si el Comandante inglés me admite a su bordo; lo que creo no conseguiré por lo demasiado escrupuloso que es éste ... Y en este caso, luego que se deshaga un poco la nieve, probaré si puedo pasar la cordillera, aunque hay pena de la vida para este delito, pero yo ya estoy desesperado".
Con tal estado de ánimo se arriesga Nicolás a entrar sigilosamente en Santiago, donde se entrevista con su amigo Paulino Campbell, quien se encarga de poner sus fondos - pesos fuertes y plata en barras - a bordo de la "Infatigable", sin llenar el nombre del destinatario, aunque seguro de poderlos retirar Anchorena oportunamente. "En esta inestabilidad de cosas y conflictos - expresaba Nicolás - no se hace nada; solo piensan en ocultar lo que tienen y muchas gentes se han ido afuera ... ".
En eso el 2 de octubre O'Higgins y los insurrectos chilenos a sus ordenes - secundados debilmente por Carrera - sufren la tremenda derrota de Rancagua, que obliga a los vencidos a atravesar en masa los Andes para refugiarse en Mendoza. Anchorena, que simpatizaba con los patriotas, permanece en Santiago, donde le toca presenciar "los grandes conflictos en que la tuvieron las partidas de los patriotas a su retirada con los diferentes saqueos". Y renglones más abajo añade; "hasta ahora se ha respetado la seguridad individual y propia, a pesar que no faltan perversos que incapaces de gobernar sus calzones pretenden imponer leyes a los que están encargados por la Providencia de la suerte de los Estados, por el principio práctico que los nombres Rey y Patria son generalmente profanados y usurpados con el objeto de dar pábulos los inicuos a sus indecentes pasiones".
Pero el desquicio va en aumento; se empieza a perseguir con saña, se confiscan propiedades y se encarcela a innumerables personas tildadas de rebeldes. Entonces Nicolás, fuerte comerciante identificado como patriota, es buscado por los realistas y huye de la capital, asilándose en un fundo de su amigo Felipe del Solar, en el cual permanece oculto durante siete meses. Finalmente - como él mismo lo relató con posterioridad -, "Campbell no solo se hizo fiel depositario de nuestros intereses, sino también superó cuantas dificultades se le ofrecían para su embarque, transportándolas personalmente. Pero no paró aquí su generosidad; cuando por un gobierno más arbitrario era prohibido con pena de muerte transitar sin licencia, él personalmente me trajo a Valparaíso, en clase de criado, y me puso a bordo de la Infatigable ... ".
Acogido en el navío inglés, tras una navegación de 49 días, Anchorena arribó al puerto de Río de Janeiro el 12-III-1816. Ya en tierra segura nuestro conturbado trajinante le puso en una carta a su hermano; "No quiero por ahora detenerme en la narración de los perjuicios, insultos, persecuciones, ultrajes y trabajos que ha acumulado sobre mí el odio y envidia de los malvados, porque estos recuerdos renuevan en mi corazón las llagas que, recién cicatrizadas pocos momentos antes, le atormentaban y llevaban a la desesperación ... Seis meses y veinte y tantos días he andado huyendo como un facineroso, teniendo que renunciar mi apellido, y que han conseguido mis enemigos al menos destruir mi salud; pero he tenido la satisfacción que, al mismo tiempo, estos infortunios me han descubierto hasta donde llega la ingratitud de algunos hombres que engañaron mi confianza y fueron colmados de beneficios, y me han hecho conocer que en otros abundan las virtudes y la beneficencia. Unos me persiguieron y buscaron mi ruina, otros que me debían su existencia, olvidaron su deber, miraron con indiferencia mis desgracias y se hicieron sordos a mis reclamos, pero otros compadecieron mi suerte, tomaron sobre sí mis cuidados, y sacrificaron, puedo decirlo, su existencia a mi libertad".
Nicolás en Río de Janeiro
Al tiempo que Anchorena desembarcaba en la bahía de Guanabara, el gobierno lusitano disponíase de nuevo a invadir militarmente la Banda Oriental del Uruguay, a fin de anexar esa provincia argentina al territorio del Brasil e imponer el dominio definitivo de la Corona de Braganza en la cuenca del Plata. Este viejo designio portugués lo conjeturó de entrada Nicolás, y así se lo hizo presente a su hermano Juan José en carta del 30-IV-1816; " ... Aquí están embargando transportes para llevar las tropas que vinieron en el convoy (de Lisboa) al Río Grande; no se sabe el objeto, pero creo muy bien no es el que creen algunos españoles con título de fidelísimos" (?). Y más adelante, cambiando de tema, expresaba la carta; "Los ministros que dirigen esta corte son verdaderamente sabios, y han puesto en ejecución muchas máximas liberales. Los oriundos de esa disfrutamos de especial consideración, cuyo valor puede ponderar solamente el que acaba de escapar su cerviz del duro y opresor yugo de los gobernantes españoles ... en el día se disfruta en este país de bastante tranquilidad, las relaciones comerciales están expeditas con todo el mundo mercantil, hay pequeña concurrencia de las mercaderías de Inglaterra, Holanda, España, Asia, Africa y Norte América; y acaso hay franquicias por parte del gobierno que acaso no habrá en ningún puerto de Europa, y estas subsistirán mientras este aquí la familia real ... ".
Como se ve, las perspectivas de intercambio comercial y de fructuosos negocios eran tentadoras en Río de Janeiro, por lo que Nicolás - después de haber experimentado en carne propia las zozobras de la anarquía revolucionaria -, y dando libre impulso a su imaginación cartaginesa, aconsejaba a sus hermanos; "... Es preciso olvidar las Provincias Unidas del Río de la Plata por algún tiempo, porque todo negocio que se pueda hacer allí ofrece poca o ninguna ventaja, si se presentan grandes riesgos y pocos progresos, no siendo este el mal menor ... las provincias están exhaustas de numerario, y casi incomunicadas, cuyas dos cosas, entorpeciendo el giro, forman las escasés de recursos del Estado, y así es preciso que se repitan las contribuciones, y cuando estas ya no puedan realizarse, se adoptarán medidas violentas para sacar los recursos de donde se crea que haya, y esta enfermedad puede prevenirse pero no curarse ... ".
Entretanto llegábanle al expatriado noticias de su tierra que él comentaba en otra carta del 13 de mayo a su hermano Juan José; "... Por los papeles que han venido ultimamente de esa, compruebo el miserable estado de división en que se hallan esas provincias. Ah! si por un solo momento considerasen cuán amargo les será verse otra vez bajo el yugo español, creo que olvidarían las rivalidades, y conocieran que ya para los americanos es mejor ser gobernados por los africanos que volver a sus antiguos señores ... A los tres (hermanos) sería muy útil juntarnos por aquí, porque entonces podríamos arbitrar cualquier negocio con toda libertad, como dije en mi anterior. Yo, repito, no veré a mi país mientras no lo considere seguro del poder hispano ...". Y agrega Nicolás saber de buena fuente la decisión tomada por la corte lusitana de que salieran las "tropas que vinieran de Lisboa a ocupar Maldonado; los transportes están mandados aprontar para el 20 ...". Y corridos diez días de este anticipo, ratificaría el corresponsal la noticia mediante preciosos detalles; "... Dentro de cuatro días deben salir para Maldonado el convoy guardado: en el navío buque de guerra y dos o tres buques menores de guerra. Las tropas que lleva son como 3.600 hombres venidos de Lisboa, a los que se le reunirán 1.800 que están en Santa Catalina y Río Grande de la misma clase, y algunas tropas del país cuyo número ignoro. Lleva artillería de batir y escaleras de asalto ...".
Así las cosas, a comienzos de septiembre de ese año 16, materializóse a fondo la invasión portuguesa que Anchorena le venía anticipando a su hermano. Un poderoso ejército conducido por el Teniente General Carlos Federico Lecor, a pretexto de resguardar al Brasil del levantisco federalismo republicano que Artigas propagaba en las provincias rioplatenses limítrofes, irrumpe en territorio uruguayo, ante la tibia expectativa - sino secreta complacencia - del gobierno directorial de Buenos Aires, acérrimo contrincante del irreductible caudillo oriental. De consiguiente, Montevideo será ocupada por el enemigo portugués; Artigas, después de guerrear heroica y desesperadamente en la campaña, habrá de caer derrotado por completo; y un Congreso de nativos, adictos al procónsul invasor, declarará, el 18-VII-1821, la incorporación de la Banda Oriental - con el nombre de Provincia Cisplatina - al entonces Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarbes; en tanto Lecor, relevante estratego de esa conquista, quedará titulado Barón de La Laguna.
Pero volvamos a Río de Janeiro, donde Nicolás de Anchorena, de 1816 a 1818, habíase entregado de lleno a realizar grandes negocios. Tomó parte en intercambios comerciales con Macao, la colonia portuguesa en la costa meridional de China; con Calcuta, la factoría más importante de la India Inglesa, adonde despachó 76 fardos de cueros vacunos remitidos desde Buenos Aires, para traer de retorno remesas de gasa bengalí. En el Brasil también colocaba Nicolás corambre argentina a trueque de géneros, azúcar y café, destinados a Montevideo y Buenos Aires. Asimismo desde Río, embarcó paños y 4.000 arrobas de azúcar con destino a Chile, consignados a Campbell y del Solar, a cambio de 4.000 fanegas de trigo chileno. A propósito de estas especulaciones, que Nicolás ponía siempre en conocimiento de Juan José, el 24-IX-1817 le escribió a su hermano en demanda de dinero, "después de haber encallado 6 veces en el estrecho de Malaca la (nave) Gran Cruz de Asís, y de consiguiente debo contar dentro de tres meses con estos fondos, a cuya fecha viene la zafra del azúcar, que entonces estará muy barata ...".
En noviembre de 1818 el menor de los Anchorena se aleja definitivamente de la capital carioca con rumbo a Buenos Aires, dejando allá como representante de sus negocios al galaico Juan Santiago Barros - futuro abuelo del Coronel argentino Alvaro Barros -, quien se había nacionalizado portugués y estaba casado con la porteña Manuela Josefa de la Cuadra.
Nicolás en Buenos Aires
Vuelto a sus lares, Nicolás es designado por el Cabildo, junto con Pedro Lezica, el 5-V-1819, para que ambos "recojan del Pueblo pudiente lo que buenamente quiera contribuir ... en obsequio de aquellos que, aunque felices por el honroso título de Defensores de la Patria que poseen, llevan sobre sí el sello de la miseria y de la consternación". Esta colecta llevábase a cabo a instancias del Director Supremo Pueyrredón, y el Cabildo había resuelto encabezarla con 500 pesos. Al recibir Anchorena su nombramiento, le dirigió un oficio al Alcalde de primer voto Manuel de Luzuriaga, haciéndole saber "que hallándose sin esperanzas de restablecerse en muchos días, está moralmente imposibilitado para desempeñar esa Comisión, y que espera de su bondad se sirva hacerlo presente al Exmo. Cavildo". En consecuencia, los señores Regidores acordaron designar, en lugar de Anchorena, a mi tatarabuelo Patricio Lynch.
El 17-I-1820, entre el medio centenar de ciudadanos escogidos por el Cabildo para elegir a los 9 miembros que habían de componer la Junta Protectora de la libertad de prensa, figura Nicolás de Anchorena, junto a sus hermanos Juan José y Tomás Manuel, y a mis tatarabuelos Manuel Hermenegildo de Aguirre y Patricio Lynch.
Veinticuatro días más tarde, sobreviene el desquicio que ha de propagarse incontenible a lo largo de todo esa año 20. El 31 de enero el Director Rondeau sale a campaña dispuesto a batir a los caudillos federales Ramírez y López, delega el mando en Juan Pedro Aguirre, y es derrotado el día siguiente en la Cañada de Cepeda, derrumbándose con él el régimen directorial. Juan Pedro Aguirre - primo hermano de los Anchorena - gobierna 12 días. Lo sustituye Miguel de Irigoyen, a quien el Ayuntamiento designó Gobernador interino en tanto se eligiera al titular. Irigoyen ocupa el cargo solo 5 días, pues un Cabildo Abierto elige Gobernador titular a Manuel de Sarratea. No había cumplido este tres semanas como jefe de la Provincia, cuando lo desplaza Juan Ramón Balcarce, quien durante 6 días se instala en el Fuerte. Pero los caudillos Ramírez y López reponen a Sarratea, el cual gobernará 1 mes y 21 días, del 12 de marzo al 2 de mayo, en que la Junta de Representantes lo obliga a renunciar.
A todo esto, el 11 de abril, el Cabildo le había propuesto al Gobernador el nombramiento de Nicolás Anchorena para Comandante del primer tercio Cívico de Infantería - del que este fuera Capitán en 1813 -, y Sarratea, enseguida, otorgó los despachos correspondientes. Anchorena, sin embargo, le remite un oficio al Cabildo "haciendo presentes las causales que tenía para no admitir dicho encargo". Mas los munícipes acordaron rechazar esa dimisión, "haciéndole entender que en las presentes circunstancias no puede admitirse la excusa que pone, mediante los perjuicios que de ella resultarían a la causa pública". Y (27 de mayo) el Cabildo hace efectivos los nombramientos de Coronel de la Brigada Cívica a Blas José Pico; de Teniente Coronel a Juan José Salces; de Comandante del primer tercio a Nicolás de Anchorena; del segundo al primo suyo Juan Pedro Aguirre; del tercero a Miguel Marín; y para la caballería a Santiago Montaña.
Con posterioridad, el Comandante Anchorena dirigió una representación al Ayuntamiento en la que manifestaba "que entre los diferentes arbitrios con que muchos ciudadanos eluden el servicio, es la facilidad con que algunos Alcaldes de Barrio dan nombramientos de Tenientes (Tenientes Alcaldes) a oficiales cívicos, con cuyo motivo se excusan de prestar el servicio". En razón de ello, el infrascripto pedía al Cabildo resolviera prohibir a los Alcaldes de Barrio hicieran tales designaciones, sin conocimiento de la Brigada o de los jefes; lo que fué acordado de conformidad por los Regidores. También, en distintas oportunidades, Nicolás remitió al Cabildo las cuentas de lo gastado durante el acantonamiento del primer tercio Cívico a su cargo, en la Plaza Montserrat; como asimismo dió cuenta de los donativos en dinero hechos por los propios milicianos de su mando, para contribuir a dichos gastos.
Luego de llevar poco más de un mes de funcionamiento aquella primera Junta de Representantes, quedó desintegrada debido a las impugnaciones planteadas por los caudillos federales Ramírez y López (ver las anteriores monografías de Juan José Cristóbal de Anchorena y de su hermano Tomás Manuel). Realizáronse por tanto nuevas votaciones en la ciudad y campaña, consagrando el escrutinio - llevado a cabo en el Cabildo el 27 de abril - a una docena de Diputados por la capital que encabezó Tomás Manuel de Anchorena con 212 sufragios, adelante de mis tatarabuelos Juan José de Anchorena con 136 y de Antonio José de Escalada con 95. A Nicolás de Anchorena no le alcanzaron 52 votos para salir electo; como tampoco a mis tatarabuelos Manuel Hermenegildo de Aguirre con 68 votos y Patricio Lynch con 10, superando a Manuel Belgrano que obtuvo 8 y mi pretérito tío salteño Manuel Antonio Castro que sumó 3, entre un montón de personajes conocidos. Pero el Gobernador Sarratea - en cumplimiento del tratado del Pilar impuesto por los caudillos López y Ramírez - resuelve vetar a los Representantes Tomás Manuel de Anchorena, Vicente López, Juan José Paso y Juan Pedro Aguirre, tildándolos de directoriales traidores y monarquistas; por lo que la Junta (el 8 de mayo) incorpora, en reemplazo de los interdictos a Manuel Hermenegildo de Aguirre, a Manuel Pinto, a Nicolás de Anchorena y a Joaquín Belgrano, quienes habían sido los más votados inmediatamente después de aquellos doce Representantes titulares.
Durante su inicial y breve actuación legislativa, nuestro Nicolás señaló repetidas veces, en distintas sesiones, la imperiosa necesidad de aumentar la milicia cívica y presentó un proyecto en ese sentido. Asimismo propuso a sus colegas un Reglamento, cuyos 7 artículos fijaban las facultades y limitaciones a la autoridad del Gobernador; "antecedente poco estudiado - según el historiador Levene - de esa primera Carta escrita de la Provincia de Buenos Aires".
Entretanto, el día 20 de junio, producíase aquí el anárquico embrollo de coexistir tres Gobernadores, terminando Soler por apoderarse del timón gubernativo; aunque solo fué por 10 días, ya que cayó derrotado por Estanislao López en la Cañada de la Cruz. Le sustituye Dorrego en el mando que detenta 6 días. Luego el Cabildo ocupa el primer plano por varias horas; y después Marcos Balcarce por 5 días. Alvear también echa su cuarto a espadas y logra hacerse proclamar Gobernador en Luján, mas dura 4 días; mientras Balcarce entrega la dirección de la Provincia otra vez a Dorrego, el cual gobierna 2 meses y 10 días, hasta su derrota en el Gamonal por la montonera santafesina de López.
En medio de esa confusión espantosa, el 2 de julio Nicolás de Anchorena, Juan Pedro Aguirre, Francisco Antonio de Escalada, Ambrosio Lezica, Esteban Romero, Juan Alagón, Francisco del Sar, Manuel Obligado, Félix Castro, Francisco Delgado, Manuel Antonio Castro y Juan Norberto Dolz, fueron votados para integrar una Junta Electoral destinada a elegir un Gobernador interino, "por convenir a la mejor defensa y tranquilidad de la Ciudad". Tales electores, reunidos al día siguiente en la sala capitular, con los miembros del Cabildo presididos por el Alcalde Dolz, no pudieron elegir a dicho gobernante de emergencia "que preserve al Pueblo de la anarquía", porque el Coronel Pagola - a quien se había nombrado Comandante de Armas por renuncia de Marcos Balcarce - irrumpió en el recinto de las deliberaciones al frente de 25 hombres de caballería, vociferando contra los asambleístas apostrofados de traidores, por lo que estos, de consuno, viéronse obligados a suspender su cometido al faltarles garantías.
El 31 de agosto, en el Cabildo "se dió principio al cotejo de los sufragios que prestaron en los días anteriores los Ciudadanos en los treinta y dos Quarteles de la Ciudad ... y se procedió al escrutinio con la devida escrupulosidad, resultando de él haber obtenido para Representantes, por mayoría de votos, los doce Individuos siguientes, a saber: Vicente López con 109 sufragios, Juan Pedro Aguirre con 104, Manuel Pinto con 103, Félix Alzaga con 93, Ildefonso Ramos Mexía con 75, Nicolás Anchorena con 74, Juan José Anchorena con 73, Juan José Paso con 69, Esteban Agustín Gascón con 65, Victorio García de Zúñiga con 65, Joaquín Suárez con 50 y Francisco de Escalada con 48 ".
Al instalarse esta Junta de Representantes renovada, Nicolás de Anchorena tomó la palabra y dijo: "Que solo por evitar la anarquía admitía la representación que le confería la mayoría de sufragios, porque no considerándose en el desempeño de este cargo bastante seguro por la sola garantía que dan aquellos (sufragios), mediante a que con ella otras veces esta misma representación ha sido hollada y ultrajada, quedando los autores de estos atentados impunes por el Pueblo y por las autoridades, que la debían hacer respetar, se proponía promover los intereses generales de la Provincia, solamente mientras viese una cooperación decidida de sus conciudadanos a sostener, a todo trance, su libertad y dignidad, y a examinar de raíz las causas que impedían sus progresos, y que por un abandono tácito o expreso suyo, la discreción (discrecionalidad) de los malvados, cualquiera sea su causa, no era comprometida su seguridad individual y propia; y que pedía que se asentara esta exposición en el acta y se le diera testimonio de ella". Este mismo voto lo reprodujo el primo de Nicolás, Juan Pedro Aguirre.
Nadie ignoraba, excusado es señalarlo, que la Legislatura se constituía sobre un volcán. Otra vez más, cual con harta frecuencia lo evidencia la Historia, los sufragios de una consulta popular no ofrecieron ninguna garantía para evitar que la situación política fuera "hollada y ultrajada". En efecto: El revés infligido a Dorrego por las fuerzas santafesinas de López en la batalla de Gamonal (2 de septiembre) precipita su caída del gobierno, que ejercerá Marcos Balcarce hasta el 28 de septiembre, en cuya fecha resultó Martín Rodríguez proclamado Gobernador por la Junta de Representantes, con toda la suma del poder y facultades extraordinarias. Pero he aquí que tres días más tarde, el 1º de octubre, estalla la revuelta del Coronel Pagola, apoyada por Soler, Sarratea, Hilarión de la Quintana, Pedro José Agrelo, el Alcalde Dolz y varios Regidores del Cabildo. El Gobernador Rodríguez abandona precipitadamente el Fuerte, y se dirige en busca de Rosas que está acantonado en Santa Catalina (ahora Lomas de Zamora) con sus "colorados", a una legua del río Matanzas y dos de Barracas.
En la ciudad, a todo esto, los amotinados se creen vencedores. Convocan a un Cabildo Abierto en la Iglesia de San Ignacio, donde asisten "algunos hombres de puñal, algunos federales de buena fé, extranjeros mirones y entrometidos, alguna gente decente en minoría y bastante chusma". Pedro José Agrelo, en exaltada arenga, indica el nombre de Dorrego para jefe de la Provincia; le replica violentamente Nicolás de Anchorena, quien "sacó de los bolsillos un par de pistolas invocando con enérgicas voces el apoyo de todos los hombres de orden"; interviene enseguida un charlatán italiano medio loco, Vicente Virgil, elemento bufonesco de Rosas, el cual con su desvergonzada jerigonza italo-española, dicha desde el púlpito, provoca un barullo fenomenal, y la reunión se disuelve entre insultos y risas.
Después, Rosas en primer término con sus "colorados" restablece la autoridad de Martín Rodríguez, tras rápidos y sangrientos combates callejeros y en la Plaza Mayor (ver la biografía de Juan José de Anchorena). Y a esas victoriosas huestes rosistas, fray Cayetano Rodríguez les dedicó este soneto merecido:
Milicianos del sud, bravos campeones
vestidos de carmín, púrpura y grana,
honorable legión americana,
ordenados, valientes escuadrones.
A la voz de la Ley vuestros pendones
triunfar hicisteis con heroica hazaña,
llenándoos de glorias en campaña
y dando de virtud grandes lecciones.
Grabad por siempre en vuestros corazones
de Rosas la memoria y la grandeza,
pues restaurando el orden os avisa
que la Provincia y sus instituciones
salvas serán: la Ley es vuestra empresa,
la bella Libertad vuestra divisa.
Nicolás en la vecina orilla
A raíz de haber advertido Soler - después de jurar como Gobernador el pasado 23 de junio - hallarse dispuesto a cumplir con el artículo 7º del convenio del Pilar, que prescribía la entrega a los caudillos federales de los ex legisladores y funcionarios del régimen directorial, a fin de someterlos a proceso, Tomás Manuel de Anchorena - que fuera diputado porteño al Congreso de Tucumán (ver su biografía) - por las dudas de correr ese riesgo puso el río de por medio y buscó asilo en Montevideo.
Cuatro meses más tarde, Nicolás de Anchorena también juzgó prudente trasladarse a la otra orilla del Plata, mientras en su ciudad natal se resolvía la suerte del cuartelazo de Pagola, jaqueado, este y sus seguidores, por las fuerzas de Martín Rodríguez y de Juan Manuel de Rosas. Así las cosas, el 10 de octubre - a los cinco días de triunfar acá las armas legales - dicho prófugo le escribió, desde Colonia del Sacramento, a Juan José su hermano mayor que permanecía en Buenos Aires: "... En este momento acaba de desembarcar don Hilarión de la Quintana (compinche de Pagola), quien me ha dado una ligera idea de los desastres sucedidos en esa y de los que se esperan con la aproximación de Dorrego. Yo llegué a esta el jueves pasado habiendo salido de esas balizas a las ocho y media de la mañana, con muy buen tiempo ...". Corridos cuatro días, aún en la Colonia, el viajero despachó otra carta para el primogénito de la familia en la que decía: " ... Al fin llegué a esta tierresita, en donde no hay nada para vivir, y a la que accede la población más infeliz de nuestra campaña. La carne es de toro y algunos días falta, no hay carnero ni para remedio, una gallina vale un peso, un pollo dos reales, una libra de grasa dos reales, la de mantequilla seis, dos velas chiquitas por medio, y a este tenor todo; por embetunar una de las botas me llevaron cuatro reales; no hay ninguna especie de minestra conque suplir la mesa; no se come asado sino chancho; las habitaciones no son casas sino unas tristes chozas de piedras muy reducidas, y muy escasas ... Yo pienso quedarme dos meses por Montevideo hasta que se serene y vea provista la maldita comandancia (del primer tercio Cívico del cual Nicolás era titular) y pasen las elecciones de Cabildo, pero esto no conviene que salga de nosotros ... ". El 19 de octubre nuestro hombre escribe ya de Montevideo: "... Ayer he desembarcado en esta y he encontrado a Tomás bueno ...". Y desde la ciudad del Cerro, tres días después, el mismo le reitera a Juan José: "... yo volveré a esa luego que vea provista la Comandancia cívica, y pasadas las elecciones del Cabildo. Entretanto conviene decir que sí, que no, para que de este modo se olviden de uno tanto pícaro y cobarde que desgraciadamente alimenta ese país ...".
Luego de varios días (28 de octubre) Nicolás le consigna a Juan José sus apreciaciones sobre algunas viscisitudes políticas ocurridas tras la definitiva derrota de Artigas por Ramírez: "... Cullen (Domingo), portador de esta, me ha dicho que ha visto una carta de persona respetable del Arroyo de la China, repitiendo que Artigas ha caído prisionero de Francia (José Gaspar, dictador del Paraguay), habiendo querido refugiarse en la Candelaria; que Ramírez se lo ha pedido, y que Francia le pedía en cambio a Campbel y a Méndez, cuyo cambio cree el autor de la carta se verificaría (Pedro Campbel, jefe de la flotilla artiguista, y Juan Bautista Méndez, Gobernador de Corrientes, aliado de Artigas, hallábanse, a la sazón, prisioneros de Ramírez). Deduce Cullen que Ramírez y Francia se han de componer, y de consiguiente que hemos de tener mucha yerba, por lo que él (Cullen) va a activar la venta (de paso, yerbazo!). Yo no estoy conforme con esta política, porque aunque Francia este por el cambio, este no será por disposición de convenirse con Ramírez, sino por las ganas que tiene de Campbel y de Méndez, para que le paguen los azotes que dieron a los paraguayos, porque para Francia el mismo papel hacen Ramírez y Campbel, y tan ladrón considera al primero como al segundo, porque ninguno de su cuna, educación y fibra puede conformarse con que un domador (alusión a Ramírez), solo por ser atrevido y osado, sea el árbitro de tres Provincias vecinas, y que reconocido por él, mañana podrá verlo en la suya, u otro como él. Además Ramírez ha de querer continuar con el estanco de la yerba, para hacer su fortuna y la de sus ahijados: hemos visto que él ambiciona dinero y prosélitos, y que se ha propuesto adquirirlos por ese recurso. Aquí esta su ayudante (Manuel Antonio Urdinarrain) ... que ha venido habilitado por él con un corto número de tercios!. Francia, pues, no ha de entrar por estas trabas, por lo mismo que Ramírez trata de ganar con ellas ... ".
En otra de sus cartas montevideanas (5-I-1821) Nicolás le informaba a su hermano: "... Ha llegado a esta el famoso Martínez Nieto (Francisco, célebre saladerista en la Banda Oriental andando el tiempo), comisario de don José Miguel Carrera: viene desde Corrientes y ha estado en la Bajada. Por lo que les he sacado a los de su camada, parece indudable que Ramírez pase a esa Provincia con 1.000 o 1.500 hombres. Que es combinación con Santa Fé y Carrera. Este plan era muy viejo, y los que creíamos conocer a este canalla lo hemos anunciado constantemente, desde el mes de septiembre, y por eso hemos sentido el engaño que sufrió esa provincia (Buenos Aires), en los tratados de San Nicolás (ajustados con Santa Fé en la estancia de Benegas el 24-XI-1820). Ahora pues contraigámonos a examinar lo que debemos hacer ... Yo no temo a Ramírez, ni a López: temo al Señor Sarratea, a Agrelo, a Oliden, a esos cobardes malvados que viene con él". Para Anchorena los gobernantes porteños del día eran "gente muy vil y collona; los hemos visto con grandes ejércitos ser arrollados por cuatro tristes gauchos. Además a Ramírez se le han de unir todos los desgraciados de las jornadas de octubre, los amigos de Dorrego, los de Alvear, los vencidos y muchos de los mismos vencedores de San Nicolás y Pavón. Ha de ver Vmd. la gente de su barrio desfilar para afuera, y la Legión del Orden desaparecerá en los días del conflicto. Yo creo que debes moverte tu solamente, y que no debes esperar el último caso, porque Ramírez trae su escuadrilla y bloqueará el río; no hay que andar confiado con los buques ingleses, porque en este caso faltan la mitad de los con que se cuenta. Ahora días salió de esta el ayudante de Ramírez (Urdinarrain) que estaba en ésta en clase de comerciante, y a llevado provisión de caballería para buques. Juan José, de nada nos habrán servido las medidas de mover consideraciones con anticipación si tu no tratas de poner a salvamento tu persona; salvada ésta podrás salvar tu familia en cualquier tiempo, y hay ocasión en que la presencia personal deja de favorecer a los intereses y es perjudicial ... ".
Receloso Nicolás de la invasión de Ramírez a Buenos Aires, en carta posterior del 25 de enero, aconseja a Juan José: " ... tu debes hacer un viaje a esta, y no te expongas a ser víctima de la ineptitud de unos y de la ferocidad de otros; es preciso deponer la vana confianza fundada en que hasta ahora nadie se ha metido contigo. La revolución cada día cambia de carácter y los comprometimientos son mayores. Yo se que si esa provincia quiere hacer un pequeño esfuerzo no debe imponerle el gaucho Ramírez, pero veo que se va colocando gente muy gallina a la cabeza de los negocios, y hay alguno de ellos que mandan fuerzas que ya están pensando en volver a esa con la sola noticia de que vienen los montoneros. Sobre todo soy de opinión que no se debe correr riesgo inútilmente, y un viaje por pocos días no puede perjudicar mayormente nuestros intereses, y al contrario, si tu persona es atropellada, como que tú solo estás en los principales negocios, sufriremos un trastorno muy grande ... ".
Cuando Nicolás tuvo conocimiento de que Rosas se había distanciado del Gobernador Martín Rodríguez por que éste desoyó sus consejos y atacó a los indios pampas - y no a los ranqueles - en una campaña desastrosa, que provocó enseguida feroces malones a estancias y poblados, con muertes y cautiverios de cristianos y robos considerables de vacunos, le escribió el 9 de marzo a Juan José: " ... He sentido mucho las desgracias de Rosas, es preciso fomentarlo, con cuyo objeto debes contar conmigo en todo. Yo supongo que, por sus pérdidas y quebrantos, le atormenta el desengaño que ha tocado la perfidia de los hombres (Martín Rodríguez y su círculo). Yo veo con sentimiento de corazón, que he sido un profeta, y que cuando aconsejaba que debía retirarse a su estancia y prepararse para repeler el golpe que acaba de sufrir, no me equivocaba ... Por las noticias que comunicas en la del 7, veo verificados los anuncios de nuestros patriotas sobre la próxima parada de Ramírez; temo también mucho se verifiquen sobre el engaño que ha estado padeciendo Rosas ... ".
Entre tanto el hermano Tomás Manuel ha enfermado muy gravemente en Montevideo: "Ha estado en agonías", como le puso Juan José a su corresponsal en Chile Juan Santiago Barros, el 5 de mayo. "Nicolás cuida al enfermo y no se aparta de su lado hasta que va mejorando, y ya no toma casi medicina, sino un fomento exterior al estómago de Agua de Colonia, y la leche de burra ...".
El 23 de julio Nicolás aún se encontraba en la otra orilla del Plata. Con esa fecha le escribió a su hermano Juan José comentando la trágica muerte de Ramírez, producida en el Río Seco cordobés, trece días atrás, en ocasión de aquel famoso enfrentamiento con fuerzas santafesinas de Estanislao López: "Los amigos del difuntito todavía no pueden volver del pavor que les ha causado esta noticia, y andan con cara larga, pero son muy miserables; dentro de pocos días se han de alimentar con algún cuentecito, y volviéndose sebastianistas, han de creer que su jefe, montado en alguna petisa de la manada del barrio de Santo Domingo, se ha de remontar a los mundos planetarios a traer ejércitos para conquistarnos ... ".
A propósito de estas palabras alusivas de Nicolás, el archivista Carretero interpreta que "encierran el desprecio que Mariano Nicolás tenía por los pobladores del populoso barrio, y la referencia a la petisa es una alusión a las mujeres de vida nocturna que en él habitaban". Todo esto es pura imaginación, más precisamente macanazo. Carretero ignora que la vivienda frontera a Santo Domingo, en la calle de la Universidad (hoy Bolívar), era la de los Sarratea; así, las alusiones de Anchorena resultan bastante claras; o sea que, tal como los "sebastianistas" de la vieja leyenda portuguesa creían que el rey Sebastián no había muerto y volvería para hacer triunfar a los cristianos, "los amigos del difuntito" Ramírez hacíanse ilusiones de que, al conjuro de un milagro, el extinto jefe "montado en alguna petisa de la manada del barrio de Santo Domingo" - vale decir de la manada política de Sarratea -, encabezaría de nuevo montoneras para conquistar a Buenos Aires ... , a cuyo Gobierno, no obstante sus anteriores reparos, Nicolás había contribuído a reforzar económicamente, el 13 de junio, aportando 400 pesos fuertes como "suplemento a la regulación del empréstito exigido a los americanos".
Nicolás en la época de Rivadavia
A comienzos de 1824, Rivadavia, Ministro de Martín Rodríguez - poco antes de dejar el cargo y marcharse a Londres - presenta a la Junta de Representantes un mensaje y proyecto de Ley - que resultó sancionado el 7 de febrero - por el cual convocábase a las Provincias a designar diputados para un Congreso Nacional, cuya sede finalmente se convino sería Buenos Aires. Al efecto fueron invitadas a participar en la magna asamblea las siguientes provincias; Entre Ríos, San Juan, Mendoza, Salta, San Luis, La Rioja, Misiones, Corrientes, Tucumán, Santiago, Catamarca y Córdoba.
Calculando que su población alcanzaba a 135.000 almas, Buenos Aires se atribuyó 9 diputados, quienes fueron elegidos por sufragio universal; y el 14-X-1824, entre esos 9 titulares, resultó consagrado Nicolás de Anchorena, junto con Mariano Andrade, Julián Segundo de Agüero, Valentín Gómez, Juan José Paso, Diego Estanislao Zavaleta, Manuel José García, Francisco de la Cruz y Manuel Antonio Castro. Pero don Nicolás se excusó de incorporarse al Congreso y presentó ipso-facto su renuncia.
Antes de dos años, el 16-II-1826, dicho Congreso convocado para dictar una Constitución que debía de ser puesta a examen y aceptada por las provincias, el mismo organismo, mediante un golpe de sorpresa, sin atribuciones y atentando contra la propia Ley Fundamental, votó por simple mayoría la Ley de Presidencia destinada a exaltar al poder a Bernardino Rivadavia.
Cuatro meses después, el 8 de abril, renovábase la diputación porteña al referido Congreso, resultando electos estos ciudadanos: Joaquín Belgrano con 3.174 votos, José María Roxas con 3.173, Miguel Riglos con 3.138, Ildefonso Ramos Mexía con 3.137, Cornelio Zelaya con 3.132, Valentín San Martín con 3.121, y Juan Alagón con 3.117. Entre los demás personajes votados, mis tatarabuelos Juan José de Anchorena y Manuel Hermenegildo de Aguirre cosecharon 222 y 3 sufragios respectivamente; también Nicolás de Anchorena sumó 3 votos; y solo 1 Cornelio Saavedra y otro Juan Manuel de Rosas.
Cuando por iniciativa del Presidente Rivadavia se envía al Congreso el proyecto llamado "de capitalidad", destinado a convertir a la ciudad de Buenos Aires en la Capital de la República y sede de las autoridades nacionales, y - llovido sobre mojado - cuando luego el delirante reformismo rivadaviano intentó dividir a la provincia en dos: al Norte la provincia "del Paraná", con capital en San Nicolás de los Arroyos, y en el Sur la provincia "del Salado", con capital en Chascomús, la oposición a tales medidas intempestivas movilizó a la mayor parte de la población, encabezada por Nicolás de Anchorena con su hermano Juan José, sus primos Juan Pedro Aguirre, Prudencio y Juan Manuel de Rosas, su cuñado Felipe Arana, y mi tatarabuelo Manuel H. de Aguirre, Manuel Dorrego, Juan José Viamonte, Eustoquio Díaz Vélez, Marcos Balcarce, Juan N. Terrero, entre el nutrido conjunto de ciudadanos representativos.
Nicolás de Anchorena se encargó de hacer firmar listas de protesta dirigidas al Congreso. Una fechada el 2-XII-1826 en la que buena parte de los vecinos de la Matanza, Durazno (hoy Las Heras), Lobos y Navarro, solicitaban "que no se sancione el proyecto de división del territorio de Buenos Aires en dos provincias". Y diez días más tarde, el mismo Anchorena remite al Congreso, en cinco voluminosos legajos, otra súplica análoga de "un crecido número de propietarios residentes en la campaña", cuyas firmas, sumadas a las de la primera presentación y a las colectadas por Rosas, Díaz Vélez y Terrero, alcanzaban a 674.
De los negocios camperos de Nicolás en sociedad con su hermano mayor, y de las estancias de ellos que administró y pobló Rosas durante cerca de doce años, me ocupé en la biografía de mi tatarabuelo Juan José. Asimismo ahí trato acerca de la participación de ambos Anchorena - con un grupo de conocidos accionistas argentinos y el respaldo financiero de la Casa Inglesa Baring -, en la infortunada empresa minera riojana de "Famatina", a la que Rivadavia arruinó desde la Presidencia de la República, nacionalizando las minas provinciales, para otorgar concesiones de explotación a la "River Plate Minning Association", como director que había sido en Londres de ese consorcio y personero de los banqueros Hullet Brothers, a quienes complicó en el desastroso negociado.
Nicolás legislador en la Junta de Representantes porteña
Renunciado el Presidente Rivadavia el 27-VI-1827, tras los fracasos de su política interna y de la desventurada "Convención Preliminar de Paz con el Brasil", suscripta en Río de Janeiro por el enviado de su gobierno Manuel José García - que rechazaron el Poder Ejecutivo y el Congreso -, ocupa la presidencia provisoriamente Vicente López y Planes, elegido por dicho Parlamento Nacional. López, entonces, convoca el 9 de julio a elecciones para Representantes a la Legislatura de Buenos Aires, y la nueva Cámara provincial queda constituída el 3 de agosto, con personalidades relevantes del partido federal, como Nicolás de Anchorena, Victorio García de Zúñiga, Manuel H. de Aguirre, Manuel Vicente Maza, Felipe Arana, Juan N. Terrero, Pedro Medrano, Félix Alzaga, Manuel Obligado, Braulio Costa, para no citar sino a 10 legisladores de los 47 que integraban el cuerpo; 31 de los cuales, el día 12 siguiente, eligieron a Manuel Dorrego Gobernador y Capitán General de la Provincia de Buenos Aires. Encargado de los Negocios Extranjeros y de la Paz y la Guerra del país, ya que, al retirar la Legislatura del Congreso Nacional Constituyente a los diputado bonaerenses, el Congreso acordó disolverse, dando fin al provisoriato ejecutivo de Vicente López y Planes.
Producida la revolución de Lavalle en la madrugada del 1-XII-1828, el Gobernador Dorrego termina fusilado doce días más tarde, y la Junta de Representantes queda disuelta. Los hermanos Juan José y Tomás Manuel de Anchorena, junto con Manuel Hermenegildo de Aguirre, Juan Ramón Balcarce, Felipe Arana, Manuel Vicente Maza, Victorio García de Zúñiga, Enrique Martínez, Tomás de Iriarte, Juan Antonio Martínez Fontes, Francisco Agustín Wrigth, Epitasio del Campo y Juan José Bares, son presos y confinados en el bergantín "Rondeau" como federales dorreguistas (cual lo detallo en las biografías de mis tatarabuelos Anchorena y Aguirre). Nicolás, por su parte, huye a tiempo y busca asilo en Montevideo.
Tomás de Iriarte, con su inveterada ponzoña, estampa al respecto en sus Memorias: "Uno de los Anchorena - Nicolás - se había refugiado en Montevideo huyendo de las violencias de Lavalle. Este Anchorena, el menor de los tres hermanos, estaba vaciado en el mismo molde, fanático y misántropo por sistema, bien que no tan extremoso como sus hermanos. Don Nicolás era el más acaudalado de los tres, pero tan mísero como ellos: una ocasión se presentó que nos acreditó hasta la evidencia su consumada avaricia y tacañería. Dos marinos aventureros norteamericanos se nos presentaron con patente de Rosas para hacer el corso: tenían audacia y habilidad profesional, pero necesitaban protección y dinero para armar: hablamos con Anchorena y le propusimos aquellos dos marinos como los hombres más a propósito y bien dispuestos para un atrevido golpe de mano; para apoderarse de los prisioneros que tenía Lavalle en la rada de Buenos Aires, entre los que se encontraban sus dos hermanos, don Juan José y don Tomás. Encontramos una decidida repulsa; nos contestó a Balcarce y a mí,que mal conocíamos a sus hermanos, que eran hombres de ideas tan singulares que si se les quería rescatar no admitirían la libertad conque se les brindaba, porque creerían traicionar su conciencia contrariando la voluntad del gobierno; que primero serían mártires de la escrupulosidad de sus principios. El verdadero motivo era que Anchorena no gustaba hacer el menor gasto ni aún en obsequio de sus hermanos, bien que estos, mientras estuviesen en poder de Lavalle, no tenían garantida su existencia. Tan cierto es esto, que en apoyo citaremos un ejemplo aún más palpable de que podemos dar testimonio, porque le hemos visto de puño y letra del mismo don Nicolás Anchorena. Rosas, que estaba ya en la provincia de Buenos Aires haciendo la guerra a Lavalle, no tenía otro punto de donde proveerse de armamento, municiones, yerba y tabaco, que el mercado de Montevideo: estas provisiones se hacían con la mayor economía por falta de fondos, y muchos federales contribuyeron con los suyos del modo que podían; Anchorena jamás desembolsó un medio, no obstante que la cesación de su destierro y la recuperación de sus inmensas propiedades raíces y millares de cabezas de ganado, dependía del buen éxito de la guerra pendiente contra los unitarios. Requerido por el mismo Rosas para que le hiciese una remesa de varios artículos de indispensable consumo, tuvo la desfachatez de contestar que la guerra que se hacía a los unitarios era eminentemente justa y santa, que la victoria era segura, inefable, y que para vencerlos no se necesitaba dinero, ni armas, ni tabaco, ya que Dios protegía la causa de los federales. Yo he visto esta carta" - afirma Iriarte, sin transcribirla, glosándola a su paladar
Por la demás, en ese tiempo, el periódico El Pampero - dirigido por Manuel Bonifacio Gallardo - le endilgaba a Nicolás Anchorena el mote de "Plata Blanca", no solo por ser este "hombre de plata", sino, quizás, porque, en rigor mineralógico, "plata blanca" resulta sulfuro de ploma, combinación que aplicaban sus enemigos a don Nicolás para caracterizarlo como hombre rico, colérico y pesado.
Empero Dios dispuso, esa vez, que triunfara la causa de los amigos de Anchorena. Vencido Lavalle por Rosas, el 26-IV-1829 en el Puente de Márquez, aquel pactó con éste en Cañuelas, y allí acordaron ambos rivales dar por concluídas las hostilidades y llamar a elecciones conforme a las leyes vigentes. Y junto a dicho tratado público, se estipuló un acuerdo secreto, en el que (como lo consigno en las biografías de Manuel Hermenegildo de Aguirre y de Tomás de Anchorena) Lavalle y Rosas quedaron comprometidos a sostener una sola lista de diputados a la Legislatura, en la cual figuraba Nicolás con su hermano Tomás, entre otros candidatos federales y unitarios de categoría. Pero la gestión fracasa; Rosas y Lavalle celebran entonces un nuevo pacto en Barracas, donde se conviene nombrar Gobernador provisorio al General Viamonte, quien, finalmente, reinstala a la Junta de Representantes del tiempo de Dorrego, reanudando así Nicolás la función legislativa.
El 8-XII-1829 fué nombrado Gobernador de la Provincia de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas, con las mismas "facultades extraordinarias" que se concedieron a Viamonte, y a la una de la tarde de ese día, el flamante mandatario prestó juramento ante la Junta de Representantes que lo había elegido por 32 sufragios de los 33 legisladores presentes (entre estos Nicolás) y un solo voto en contra, el de Juan N. Terrero, íntimo amigo y socio de Rosas, que se pronunció por Viamonte.
Al finalizar el año 1831 y hasta algunos meses del 32, durante el receso de la Legislatura, los asuntos de esta quedaron a cargo de una Comisión Permanente presidida por Manuel Guillermo Pinto e integrada por los diputados Nicolás de Anchorena, Manuel Hermenegildo de Aguirre, Francisco Silveyra y Felipe Arana. También ese año Nicolás fué miembro de otra comisión parlamentaria encargada de redactar el Código de Comercio, junto con sus colegas Mateo Vidal y Faustino Lezica.
[6]
- Ante la agresión brutal norteamericana a las Malvinas
El 18 de mayo siguiente, cuando la Junta de Representantes trató en sesión secreta, el ataque naval norteamericano a la isla Soledad a raíz de los incidentes ocurridos con las balleneras de esa nación, el diputado Nicolás de Anchorena tomó la palabra y -- según el acta respectiva -- dijo: Que leído el mensaje del Gobierno dando "cuenta a la Sala de la violencia inferida a un establecimiento de la Provincia por la corbeta de guerra Lexington perteneciente a los Estados Unidos de Norte América, bajo el pretexto capcioso de proteger la pesca de anfibios en las costas del Sur, y vengar los supuestos agravios inferidos a los buques de la misma nación, había (el Comandante de la Lexington) invadido la Isla con fuerza armada, destruído el establecimiento, inutilizando la fortaleza, usurpando las propiedades, aprendidos los pacíficos moradores de la Isla, y aún a la persona que por ausencia del comandante que presidía aquel establecimiento, y, últimamente, cargado de prisiones a los hijos del país que allí había, retirándose con ellos y con los demás individuos expresados, a favor de la impunidad. Que este hecho, al parecer aislado, presentaba una complicación de grande trascendencia si se consideraba; 1º; Que en el procedimiento del comandante de la Lexington aparecía complicado el cónsul de los Estados Unidos, según se advertía por las contestaciones que, como era notorio, había dado al Gobierno, hasta obligar a este a hacerle cesar en el ejercicio de sus funciones. 2º; Que el gobierno de los Estados Unidos había decretado el envío de un Ministro Plenipotenciario cerca del Gobierno de esta Provincia, el cual estaba ya nombrado y aún se le esperaba pronto, según diversos anuncios, con el objeto de reglar el uso de la pesca en las costas del Sud; lo que importaba un desconocimiento de la propiedad que el Gobierno de Buenos Aires sostenía sobre las Islas Malvinas y costas adyacentes. 3º; Que el mismo gobierno de los Estados Unidos, sin esperar el resultado de la negociación decretada, había despachado una fuerza naval que en parte existía en la rada exterior de nuestro río, y en parte sobre el mar del Sud, según lo habían anunciado los papeles públicos. 4º; Que el cónsul Roger y el comandante de dicha fuerza, habían dejado sentir en su correspondencia oficial con nuestro gobierno, ideas que confirmaban las disposiciones que acaban de indicarse, cuya tendencia se dirige a desconocer la propiedad de la República sobre las Islas Malvinas y sus costas, cohonestando de este modo el violento atentado inferido por la Lexington. Que últimamente, en vista de todo esto, y demás que se sabía por notoriedad, parecía llegado el caso de que la Sala tomase un conocimiento cabal del estado de este asunto, para que si él exigía dictar algunas medidas en desagravio del honor nacional, para preservarle de nuevos ultrajes, o bien para salvar los derechos de la República o integridad del territorio de esta Provincia en todo tiempo, se expidiese sin demora, y sin perjuicio de esperarse el resultado de la próxima negociación". "Con el objeto de adquirir la necesaria plenitud de conocimientos -- prosigue el acta -- el Señor Anchorena pidió que se citase al Señor Ministro de Relaciones Exteriores a una sesión reservada, en la cual pudiera ofrecer a la Sala las explicaciones convenientes". En consecuencia, la Sala resolvió citar al Ministro Vicente López y Planes, sucesor, como titular, de Tomás Manuel de Anchorena, quien -- como sabemos -- había renunciado el 25 de enero anterior a esa cartera.
- Se debaten las facultades extraordinarias otorgadas al Poder Ejecutivo
Cumpliendo estrictamente con la ley, el Gobernador Rosas había devuelto (7-V-1832) a la Legislatura los poderes extraordinarios con que fuera investido; y el 17 de septiembre dicho cuerpo debatió en sesión secreta tan importante asunto. A ese fin, fueron invitados a participar en las deliberaciones el Ministro de Gobierno Victorio García de Zúñiga, el de Guerra Juan Ramón Balcarce, el de Gracia y Justicia Manuel Vicente Maza y el de Hacienda José María Roxas y Patrón.
El Ministro Maza al tomar la palabra dijo: "Que la tranquilidad, el orden y la seguridad común, son los primeros objetos que reconoce el Gobierno, a los cuales debe toda su atención y celo; más en las presentes circunstancias ¿podrá atender aquellos importantes objetos, a su conservación y consolidación, que solo las facultades ordinarias que invistió antes del motín de 1º de diciembre?. Esta cuestión como Ministro no puedo, no debo resolverla ... A la Sala, pues, toca resolver este negocio, sin que el Gobierno tenga más que decir, porque después de los públicos acontecimientos del que estaban al cabo todos, nada hay oculto, y son bien sentidas las necesidades del país. El Señor Gobernador y sus Ministros han instruído a la Comisión (parlamentaria) hasta donde pudieron hacerlo, y no les es permitido avanzar un solo paso".
El Ministro de Guerra Balcarce expuso: "Que una larga experiencia debió convencer a los pueblos de la República que, o nuestras leyes eran insuficientes para garantir el orden público, o que existían otras causas que era preciso investigar para poner en seguridad nuestros derechos. Que sin duda por esta razón, la Sala, poco antes, había investido al Gobierno con facultades extraordinarias, las cuales habían sido devueltas, después de manifestarse por aquel (por el Gobierno) el verdadero estado del país, sobre lo cual quedaba la Sala en actitud de determinar lo que tubiese a bien. Que el Ministro exponente consultado por S.E, (Rosas) sobre el cese de las facultades extraordinarias ... no tuvo embarazo manifestarle los peligros que su devolución podría producir si la Sala de Representantes de la Provincia no robustecía la autoridad del poder, o dejaba de proveer garantías bastantes a la tranquilidad y orden públicos, y esto fundado en una larga experiencia, en el conocimiento de las personas, y que existían entre nosotros los hombres funestos que poco antes empaparon en sangre el suelo de la República, a quienes por su carácter conocido, por sus conocidas aspiraciones y manejos, era preciso siempre considerar en una continua asechanza" etc. etc..
Seguidamente intervino el diputado Nicolás de Anchorena y manifestó: "Que a la Sala convendría saber, para reglar sus juicio, si los Srs. Ministros se ratificaban respectivamente en las opiniones manifestadas por S.E. (Rosas), según nota del 7 de mayo, o si de entonces aquí habían sobrevenido causas que variasen sus conceptos".
Explayado este asunto a través de los Ministros García de Zúñiga y Roxas y Patrón, declaró el diputado Anchorena: "Que sin que se entendiese que él estaba por la continuación de las facultades extraordinarias, a las que era opuesto, él consideraba que el P.E. debía ser vigorizado, a cuyo respecto no podría formar un juicio cabal, por defecto de los necesarios conocimientos, y creía que el remedio que se adoptase debía medirse por la naturaleza y grado del mal que se sentía, y existiendo este conocimiento en el Gobierno, mejor que en ningún otro ... parece que nadie mejor que (el Gobierno), pedía determinar los medios (convenientes a la salvación del país).
Entre tanto -- como se sabe -- el partido federal hallábase dividido; por un lado los incondicionales de Rosas, que se proclamaban "apostólicos", "crudos", "netos", "ortodoxos"; por otros los federales doctrinarios motejados por aquellos de "cismáticos" y "lomos negros", porque si bien usaban chalecos y divisas punzoes por delante, vestían frac negro que les cubría el lomo y se prolongaba en cola por detrás ...
Oídas pues, en la Legislatura, aquellas razones ministeriales -- coincidentes con la advertencia anterior del mensaje de Rosas de que "nuestras leyes comunes y ordinarias no han bastado jamás a preservar al país de los diferentes trastornos políticos que tanto lo han extenuado" --, la Sala acordó que la Comisión respectiva quedaba en actitud de expedirse. Por consiguiente al otro día 18 de septiembre, este organismo parlamentario aconsejó a la Junta de Representantes que volviera a investir al Gobierno con facultades extraordinarias. Debatido apasionadamente el asunto en varias sesiones (ver la biografía de Manuel Hermenegildo de Aguirre), el grupo principista de los legisladores "lomos negros", obtuvo un triunfo completo el 29 de noviembre, al rechazar, por 19 votos contra 7, el otorgamiento de facultades extraordinarias, y resolver, para el futuro, que la Comisión de Negocios Constitucionales presentase "un proyecto de ley que señale y determine la atribuciones ordinarias que debe tener el Poder Ejecutivo". Como las actas no consignan los nombres de los votantes, y en el curso de esos debates la voz de Nicolás de Anchorena no se dejó oír para nada, lo presumo ausente en el momento de votar.
Seis días más adelante (5 de diciembre) terminó el mandato de Rosas, quien pese a haber sido luego reelecto tres veces por la Junta de Representantes, declinó aceptar la nueva designación, convencido de que, en las circunstancias corriente, no se podía gobernar al país sin poderes extraordinarios. Frente a esa triple negativa, la Junta designó Gobernador al General Juan Ramón Balcarce.
El 3-VI-1833, el diputado Nicolás de Anchorena presenta una moción a efectos de que la Junta de Representantes encargue, a la Comisión de Negocios Constitucionales, elaborar un proyecto de Constitución para la provincia "bajo la forma federal", y, además, que una vez sancionada dicha Carta, debía de votarse una amnistía por los delitos políticos. Esta propuesta de don Nicolás -- probablemente avalada por su primo don Juan Manuel, a la sazón empeñado en la conquista del desierto --, se adelantaba a quitarles el mejor argumento ideológico a los opositores unitarios y federales "lomos negros" cuya muletilla de combate era "Constitución y Libertad".
El 27 de ese mismo mes, la Comisión parlamentaria expone, por boca del diputado Mateo Vidal, el proyecto encomendado; en cuya redacción quedaba suprimida la palabra "federal", pues, a juicio de los proyectistas, no correspondía a un régimen interior de provincia. Empero, la voz "federal" llevaba su carga política, ya que bastaba suprimirla para que a los ojos del pueblo se calificara como "unitario" el enfoque constitucional de marras. Por eso Anchorena, durante el debate, recalcó que la Provincia se constituía "federalmente", por ser parte de una Nación "federal", en el sentido de que había de "federarse" con los otros Estados de acuerdo con los pactos interprovinciales vigentes. Todo ello muy en consonancia con los argumentos que sostuvo posteriormente Rosas en su famosa carta a Quiroga (20-XII-1834), donde aquel hizo hincapié en que no era posible organizar la Nación sin antes darles a las Provincias instituciones locales firmes. Como quiera aquella vez el referido proyecto que inspirara Anchorena quedó paralizado al sobrevenir una revolución.
La Revolución de los Restauradores
Definido en forma tajante el rompimiento entre los federales principistas, "lomos negros" simpatizantes con el gobierno de Balcarce, y los "apostólicos netos", incondicionales de su caudillo Rosas, los ataques de estos al Gobernador y a sus amigos tornáronse acérrimos y violentos, en especial a través del periódico rosista El Restaurador de las Leyes, redactado en tono ofensivo por Nicolás Mariño, Lucio Mansilla y Manuel de Irigoyen, y de El Lucero, más moderado, donde escribía Pedro de Angelis. En pugna feroz con estos impresos y sus partidarios, vomitaban injurias El Iris y El Defensor de los Derechos del Pueblo del unitario José Luis Bustamante, El Constitucional de 1833 de Miguel Valencia -- en cuyas columnas colaboró el viperino General Iriarte -- y El Amigo del País, órgano procaz de los jovenes doctores unitarios Marco Avellaneda, Juan María Gutiérrez y Angel Navarro, para no citar sino a los pasquines más difundidos; mientras que La Gaceta Mercantil, semi oficialista, dirigida por el irlandés Santiago Kiernan -- marido de Jacinta Blanco de Arguibel, prima hermana de Encarnación Ezcurra de Rosas -- acogía, indistintamente las diatribas y calumnias de tirios y troyanos.
Rosas, a todo esto, a más de 150 leguas de distancia, proseguía su campaña contra los indios salvajes del desierto, en tanto su esposa doña Encarnación, recibía en su casa de la calle San Francisco (hoy Moreno) a la flor y nata de los "federales apostólicos"; Tomás y Nicolás de Anchorena, Baldomero García, el General Guido, el periodista Mariño, Felipe Arana, José María Roxas y Patrón, Victorio García de Zúñiga, Manuel Vicente Maza, el General Mansilla, Manuel de Irigoyen, junto a militares adictos y a caudillejos "restauradores" de hacha y tiza: Cuitiño, Parra, Hidalgo, Montes de Oca, Miñana, Cabrera, Chanteiro, Robles, Piedrabuena, Cortínez, Ravelo, Bismara; con quienes la "heroína federala" urdía los medios y recursos destinados a provocar las renuncias de Balcarce y sus Ministros: Enrique Martínez (primo hermano del Gobernador), Gregorio Tagle y Francisco Ugarteche; "sin separarse del camino de las leyes y la legalidad", como habíale escrito Rosas al Coronel Vicente González -- "el Carancho del Monte" -- uno de sus hombres de confianza, y con reiteración preconizaba en los mensajes a sus partidarios y a su fiel compañera.
Por su parte, regularmente doña Encarnación le escribía al "amado Juan Manuel", expectante en su vivac a orillas del Río Colorado: "Cada día están mejor los paisanos, y si no fuera que temen la desaprobación, ya estarían reunidos para acabar con estos pícaros" (el Gobernador y sus amigos). "Este bribón (Balcarce) ha mandado a la imprenta cuatro comunicados de su puño y letra, uno contra don Pedro Burgos y otro contra Prudencio por lo que roban, otro contra María Josefa mi hermana, y otro contra esta casa que dice es la patrona de los godos. He ofrecido 300 pesos por los originales para mandarte estos preciosos documentos que hace ver quien es ese infame". Trinidad García Mantilla, la mujer de Balcarce, "lo mejor que dice es que siempre he vivido en la disipación y los vicios, que vos me mirás con la mayor indiferencia, y por eso te ha importado poco y nunca has tratado de contenerme, te elogia a vos cuanto me degrada a mí, este es el sistema, porque a ellos les duele por sus intereses el perderte, y porque nadie da la cara del modo que yo; pero nada me da de sus maquinaciones, tengo bastante energía para contrarrestarlas, solo me faltan tus ordenes en ciertos casos, las que las suple mi razón y la opinión de tus amigos, a quienes oigo y gradúo según lo que valen, pues la mayoría de casaca tiene miedo y me hacen solo el chumbalé". Con el correr de los días va aumentando la impaciencia de doña Encarnación, deseosa de que se "arme el bochinche que llevará al diablo a los cismáticos ... Las masas -- le dice a Rosas -- están cada día más bien dispuestas y lo estarán mejor si tu círculo no fuera tan callado, pues hay quien tiene miedo. ¡Que vergüenza! Pero yo les hago frente a todos, y lo mismo me peleo con los cismáticos que con los apostólicos: deciles pues, que los que me gustan son los de hacha y chuza ... Aquí a mi casa no pisan sino los decididos ...". Y en vísperas del anhelado "bochinche", la valerosa compañera le manifiesta a su cónyuge: "Esta pobre ciudad no es ya sino un laberinto, las reputaciones son el juguete de estos facinerosos; por los adjuntos papeles verás como anda la reputación de tu mujer y tus mejores amigos; pero a mí nada me intimida, yo me sabré hacer superior a la perfidia de estos malvados, y ellos pagarán bien caro sus crímenes! Todo, todo se lo lleva el diablo, ya no hay paciencia para sufrir a estos malvados y estamos esperando cuando se maten a puñaladas los hombres por las calles".
Otro restallante semanario, El Látigo Republicano -- editado por un Terrada, amigo del Ministro Enrique Martínez -- escarnecía a todos los "apostólicos" y a doña Encarnación, a la que llamaba "la mulata Toribia". Y el número 82 de El Defensor de los Derechos del Pueblo publicó, en letra negrita, un "Aviso del día" titulado Los cueritos al sol, con este anticipo escandaloso: "Nuevo periódico se publicará mañana a la tarde sin falta por esta imprenta. Los señores que gusten favorecernos con algunos materiales (aunque tenemos de sobra) respectivamente a la vida privada de los Anchorenas, Zúñiga, Maza, Guido, Mansilla, Arana, Da. Encarnación Ezcurra, Da. Pilar Spano, Da. Agustina Rosas, Da. Mercedes de Maza y de cualquier otra persona del círculo indecente de los apostólicos, todo, todo, será publicado sin más garantía que la de los editores. Tiemblen los malvados y les enseñaremos como se habla a los hombres de bien. LOS EDITORES".
Por otra parte el Restaurador de las Leyes refiriéndose al rivadaviano Bustamante, foliculario de El Defensor de los Derechos del Pueblo, lo calificaba de "ladrón de cueros, ladrón de onzas de oro, ladrón de alhajas y ladrón también de la esposa que tiene" -- la respetable señora Manuela Rita Beláustegui, propia hermana de Pascuala, consorte del rosista ortodoxo Felipe Arana.
En medio de estas despotricaciones panfletarias, Nicolás Mariño -- virulento redactor de El Restaurador de la Leyes -- se topa en la escalera del Fuerte con el Teniente Coronel Mariano Moreno, oficial mayor del Ministerio de Guerra (hijo del prócer homónimo y casado con Mercedes Balcarce Quesada, sobrina del Gobernador), y es agredido por dicho militar. Los odios facciosos habíanse calentado al rojo vivo. Entonces el Ministro Ugarteche, a pretexto de contener los abusos de la libertad de prensa -- y de paso amordazar a la oposición -- ordena al fiscal Pedro José Agrelo que acuse por calumnias e injurias al Defensor de los Derechos del Pueblo y a otros libelos antirosistas, como también al apostólico Restaurador de las Leyes, fijándose para el 11 de octubre la iniciación de la causa contra este último periódico, ante el juez en lo criminal Matías Oliden.
Así las cosas, al romper la aurora del día 11, el centro de la ciudad apareció empapelado con grandes carteles que anunciaban en letras coloradas que a las 10 de la mañana sería procesado el Restaurador de las Leyes. "El malicioso equívoco -- transcribo a Carlos Ibarguren -- produjo efecto, mucha gente creyó que se enjuiciaba a Rosas ... a la hora señalada, la Casa de Justicia donde se celebraría la audiencia y sus alrededores son invadidos por una multitud de energúmenos; muchos jinetes cuya catadura indicaba su procedencia, venían de los arrabales. Son compadritos, matarifes y gente de acción acaudillada por el oficial José María Benavente. La turba aumenta con contingentes movilizados por Cuitiño, Parra, el comandante Hidalgo, José Montes de Oca, el teniente Cabrera, los comisarios Chanteiro, Robles, Piedrabuena y otros caudillejos restauradores. Estalla una gritería provocadora y comienza el alboroto. "La audiencia no puede realizarse; el populacho se lanza a las calles agrediendo a los que no hacían caso a sus furibundos clamores y exigiendo la renuncia del Gobernador Balcarce. La población temerosa cierra las puertas y ventanas de las casas y de los negocios. Los revoltosos se dirigen a Barracas y acampan sobre el Riachuelo, junto al puente de Gálvez. El gobierno ordena a las milicias que procuren buenamente reducir a los insurgentes; el general Pinedo, comisionado al efecto, se une con sus tropas a estos, quienes lo proclaman jefe del movimiento. El general Izquierdo con su división se pliega a los restauradores. La asonada asume los caracteres de una revolución apoyada por la casi totalidad del ejército, que pone asedio a la ciudad. Toda la campaña se moviliza a favor del movimiento. Los caudillos que habían sido apalabrados por doña Encarnación responden decididos, así como los jefes y oficiales de la guarnición urbana. Grupos de restauradores sorprenden al comandante de Quilmes y se apoderan de las armas que allí existían ... Ante la magnitud popular y militar del levantamiento restaurador, el gobierno, sin fuerzas ni apoyo, quedó perplejo y tambaleante".
El Poder Ejecutivo, a esa altura de los acontecimientos, manda (12 de octubre) una nota a la Legislatura informando acerca de los hechos ocurridos. Dicha nota expresaba; "que desde algunos días antes de verificarse el juicio del periódico titulado El Restaurador de las Leyes", ya el Gobierno sabía que varios individuos esperaban este momento para perturbar el orden público, como lo verificaron en efecto, dando vivas alarmantes en el lugar destinado al juicio, y retirándose precipitadamente a la campaña, donde habían comenzado a aparecer grupos armados, cuyo primer acto había sido separar de la Comandancia de Quilmes al Jefe que había nombrado el Gobierno, y apoderarse de las armas que estaban a su disposición. El Gobierno al instruir en esto a la Sala, acompañaba una lista de varios ciudadanos a quienes calificaba de motores del desorden, y pedía a la Sala, que deliberaba, sobre las medidas que estimase dictar".
La Sala, entonces, tras debatir el asunto en sesión secreta, nombra una Comisión compuesta por los diputados Nicolás de Anchorena y Juan José Cernadas, y por los ex diplomáticos Tomás Guido y Manuel José García, a fin de que "persuada y exija a aquellos ciudadanos (restauradores), que deponiendo las armas se restituyan a sus tareas pacíficas, bajo la salvaguardia de las leyes y de la autoridad que interpone la Honorable Representación de la Provincia, para que no sean molestados por ningún suceso público anterior a la fecha" -- que, en cierta manera, era transar con el movimiento revolucionario.
Al siguiente día (13 de octubre), don Nicolás y sus compañeros Guido, García y Cernadas, salen de la ciudad a las 8 de la mañana para entrevistarse en Barracas con el General Pinedo, quien, en nombre de la turbamulta restauradora, puntualizó que el pueblo movilizado solo estaba ejerciendo un derecho de petición, en el sentido de que el Gobernador debía destituir a sus Ministros. Tomás de Iriarte -- intérprete de los acontecimientos históricos en beneficio de su irrefrenable egolatría -- estampa al respecto en sus Memorias; "La Comisión bien distante de llenar los objetos de su misión, se contrajo especialmente a provocar y aconsejar a Pinedo que llevase su empresa adelante, y no dejase las armas de la mano hasta conseguir un triunfo; el de derribar el Gobierno".
Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que fracasados los intentos negociadores de Balcarce y sus Ministros con los insurgentes que bloqueaban la ciudad -- cuyos habitantes carecían de carne para el consumo, en medio de una paralización casi total de sus actividades normales -- el Gobierno apela a Rosas, y le pide vuelva con su fuerza expedicionaria a imponer el orden, tal como lo hiciera años atrás restableciendo la autoridad de Martín Rodríguez. Pero Rosas desecha el llamado, y le contesta al Ministro de Guerra Martínez, que él no ha tenido arte ni parte en el alboroto restaurador; que hizo cuanto pudo para evitarlo, si bien está persuadido de que al pueblo le sobra razón cuando exige que el Gobierno separe a personas que no merecen su confianza, puesto "que entronizaban el funesto imperio de la anarquía, que armaban a los amotinados de Diciembre, que conflagraban a toda la República". De manera que frente a ese derecho popular de petición, Rosas categóricamente, le hacía saber al Ministro Martínez "que respeta la opinión pública universalmente pronunciada, que no tomará las armas en su oposición ni ordenará lo que pueda contrariarla, y que se unirá a sus filas, en su ayuda, cada vez que los amotinados de Diciembre sean armados en su contra"; y ponía punto final a su carta diciendo; "que sus ardientes deseos son retirarse del país luego que regrese con el virtuoso ejército expedicionario que tiene el honor de mandar".
Balcarce se ha quedado solo, los Ministros habían renunciado al llegar la contestación de Rosas desde el fondo del desierto. Nadie responde ahora al Gobernador, que se niega a dimitir como se lo piden sus amigos y lo exigen los "restauradores" con la fuerza. Sin embargo, al comprobar aquel su total desamparo, envía a la Legislatura una larga nota acerca de la emergencia planteada, donde no renunciaba formalmente, aunque su texto concluía con estas palabras; "El Gobernador que suscribe declara que se somete y libra, gustosamente, a la resolución que la Honorable Sala adopte sobre el cese de su destino, si es que lo considera conveniente a los grandes intereses de la Provincia". En consecuencia, los señores Representantes "exonerarán" el 3 de noviembre a don Juan Ramón, conforme a su último ofrecimiento. El hombre había gobernado 10 meses y 17 días.
Designación de Viamonte, interregno de Maza y restauración de Rosas con la suma del poder
Tras la exoneración de Balcarce, la Legislatura nombra Gobernador al General Viamonte, quien, luego de 10 meses y 27 días de permanencia en el Fuerte, renuncia a seguir mandando y se va a su casa. Entonces, en reemplazo suyo, la Sala elige de nuevo a Rosas, el cual obstinadamente se excusa de ocupar el cargo que se le ofrece en cuatro oportunidades. Ante tal situación, los Representantes nominan Gobernador a Tomás Manuel de Anchorena (ver su biografía), mas este no acepta el cometido. Después de él, su hermano Nicolás declina también el alto cargo, como, sucesivamente, Juan Nepomuceno Terrero y el General Angel Pacheco. Así las cosas, los Legisladores optan por instalar en la silla del poder a su Presidente Manuel Vicente Maza.
Maza gobierna interinamente durante 6 meses y 12 días, y como en el transcurso de su interinato es asesinado Facundo Quiroga en Barranca Yaco (16-II-1835), la Sala legislativa, aterrada, proclama Gobernador efectivo a Rosas, otorgándole, mediante ley especial, "toda la suma del poder público" por 5 años; ley que el electo "Restaurador" impone se someta a un plebiscito, que tiene lugar los días 26, 27 y 28 de marzo, con este resultado: 9.320 votos a favor de aquella extraordinaria prerrogativa, y solo 4 que se pronunciaron en contra.
La Recova Vieja
De los numerosos bienes urbanos y rurales que poseyeron en sociedad los Anchorena, ya me referí con amplitud en la biografía de mi tatarabuelo Juan José. En 1836, Nicolás y su hermano Tomás Manuel adquirieron del Gobierno la Recova Vieja. Recordemos, abreviando detalles, la historia de esa típica construcción porteña desaparecida, de la que exhaustivamente se ocupó el historiador José Antonio Pillado, en su difundido libro Buenos Aires Colonial.
En 1757 Francisco Alvarez Campana -- prominente vecino y meritísimo filántropo -- presentó al Cabildo un proyecto a fin de levantar con su dinero, a través de la Plaza Mayor, un largo edificio concebido para Mercado de la ciudad, provisto de numerosos locales donde se vendería trigo, carne, pan, verdura, frutas, aves, peces, etc.; cuyo administrador sería el propio concesionario Campana, percibiendo el Cabildo la tercera parte de la renta que darían los alquileres de dichos locales o puestos de comestibles.
La obra, en su traza arquitectónica, había sido concebida por el Capitán de Navío de la Real Armada Juan de Echevarría. Pero el Ayuntamiento pretendió edificar por su cuenta aquella Recova, y como le faltaran fondos para ello, la cosa quedó en veremos. También diez años más adelante el Gobernador Bucarelli y Ursúa encargó a Francisco Antonio de Basabilbaso y Urtubía un estudio para construir el Mercado de referencia, mas nada llegóse a concretar entonces. Dos proyectos del Cabildo con el mismo propósito se frustraron en 1774 y 1784 por falta de recursos; igual que otro en 1801 en tiempos del Virrey Avilés; hasta que en 1802 el Virrey del Pino aprobó la erección de la aplazada Recova, según un plan anterior del Comandante de Ingenieros José García Martínez de Cáceres, cuyos lineamientos modificó luego el Maestro Mayor de Obras Agustín Conde; y que por fin hizo realidad en el terreno, con mayor elevación y anchura, otro Maestro de Obras, Juan Bautista Segismundo (futuro dueño de la estancia "Loncoy", lindera con "El Tala" de los Anchorena); con quien colaboraron el Capitán de Navío Martín Boneo Villalonga y el carpintero Francisco Chanteiro; fiscalizando los trabajos los Regidores Francisco de Lezica y Alquiza y José Hernández (el abuelo del autor de Martín Fierro). La construcción quedó habilitada a fines de 1803, entre el Fuerte y el Cabildo, con su larga fila de arcadas en los corredores de ambos frentes que atravesaban la Plaza, aunque en definitiva, su gran arco central, obra maestra de Segismundo, coronó la fábrica en 1806.
Durante tres décadas pletóricas de historia, los más importantes acontecimientos de Buenos Aires ocurrieron en torno a la Recova de la Plaza Mayor, flanqueada por el Cabildo, la Fortaleza y la Catedral. En 1835, las urgencias pecuniarias del gobierno de Rosas, surgidas a raíz del bloque anglofrancés, obligaron a la venta de algunas propiedades del Estado, entre ellas la Recova, que salió a remate el 27 de octubre de aquel año, con una base de 300.000 pesos, y resultó adquirida por el comerciante vizcaíno Manuel Murrieta en 260.500. El Ministro de Hacienda Roxas y Patrón, sin embargo, anuló la venta al considerar baja esa postura. Vuelta a ser subastada la pintoresca arquería no hubo postores que superaran la tasación originaria; por tanto el Gobierno le ofreció el inmueble al antedicho pujador Murrieta, más este ya no quiso hacer negocio.
Por otra parte, el 26-I-1836, Nicolás de Anchorena había facilitado en calidad de préstamo al Gobierno 250.000 pesos moneda corriente, garantidos con billetes de Tesorería, a un plazo de tres y cuatro meses, sin interés. Vencido y en mora el plazo de la deuda, Anchorena resolvió gestionar su cobro. Al efecto propuso a su hermano Tomás Manuel comprar a medias, al Estado deudor, la Recova Vieja con billetes de Tesorería, cuya amortización, precisamente, causaba los apuros financieros del Erario. Tomás Manuel aprobó el arreglo, que se protocolizó en escritura pública el 29 de septiembre de aquel año 36. Cancelóse así esa obligación del Gobierno con Nicolás, mediante el pago de 264.000 pesos, y la transferencia, al fraterno condominio de los Anchorena del típico Mercado de referencia; con sus 40 locales alquilados a carnicerías, a puestos de verduras, a fondines, a tenduchas y baratillos que ofertaban al público ropas, libros, zapatos y quincallas a granel; todo eso fue privatizado, menos el arco central, excluído de la venta, que permaneció en poder del Municipio. Tres meses más tarde, Nicolás vendíale a su hermano, la parte suya de la Recova, por lo que Tomás Manuel quedó como único dueño del popular edificio colonial
Corridos veintidos años, la ley del 7-X-1858 vino a declarar de propiedad pública a los bienes y fincas que, habiendo sido del Estado, fueron transferidos a particulares durante el largo gobierno de Rosas; y la Recova Vieja quedó incluída en esa ley. Por lo tanto, doña Clara García de Zúñiga, viuda de Tomás Manuel de Anchorena, presentó ante la Justicia sus correspondientes títulos de dominio, que declaró nulos el implacable fiscal Rufino de Elizalde -- ayer comedido tertuliano en los saraos de Manuelita Rosas --; pero en definitiva, los derechos de la señora de Anchorena permanecieron incólumes.
Cinco lustros después, el 4-VIII-1883, el Congreso de la Nación sancionó la ley que expropiaba a la vieja Recova a fin de embellecer y unificar las dos plazas hasta entonces llamadas "de la Victoria" y "25 de Mayo". Y en el pleito promovido por la viuda e hijos de Anchorena contra la Municipalidad, el Juez Virgilio Tedín falló, el 31-I-1884, estimando "el justo valor de la Recova" en 7.500.000 pesos moneda corriente, que equivalían a 311.000 pesos nacionales oro, suma que sus propietarios debían recibir "como única indemnización por la privación de la propiedad de dicho edificio y todo el terreno que el ocupa". Apelada esta sentencia, la Suprema Corte Federal fijó, el 1º de Mayo siguiente, en 9.000.000 de pesos corrientes, o su igual valor de 372.000 pesos oro, la indemnización antedicha. Fallaron así; José Benjamín Gorostiaga, José Domínguez, Uladislao Frías y Saturnino M. Laspiur.
Entre tanto el Intendente Torcuato de Alvear, previo desalojo de los inquilinos, había hecho demoler, en solo 5 días a la Recova Vieja construída en 9 meses, 81 años atrás. Era don Torcuato un demoledor empedernido. Durante su gestión edilicia, es cierto que llevó a cabo obras públicas que convirtieron en Gran Capital a la Gran Aldea de los porteños. Por eso su nombre ha quedado memorable, aún para los tradicionalistas, que no olvidan ni perdonan su progresismo inspirador del plan que originó a la Avenida de Mayo, cuyo trazado impuso la demolición de medio Cabildo, lamentable medio, a veces, de pulverizar la Historia.
- Como la gran mayoría de los argentinos, Nicolás y sus pares en la Legislatura apoyan incondicionalmente a Rosas que defiende la soberanía nacional
Elegido diputado por la ciudad en sucesivos comicios a lo largo de toda la administración rosista, Nicolás de Anchorena ocupó un escaño en la Junta de Representantes e intervino en muchas de las graves cuestiones que fueron sometidas a consideración del cuerpo legislativo. Así, el 25-V-1838, el Poder Ejecutivo elevó un mensaje a la Sala, con la correspondencia oficial y particular mantenida por el Gobierno con los cónsules de Francia: Roger, Buchet de Martigny y Baradére, y con el Contralmirante Leblanc, el cual, al mando de los navíos de guerra "Expeditive", "D'Assac", "Alert", "Sapho", "Bordelaise", "Yndienne" y "Vigilant", había establecido un riguroso bloqueo sobre el puerto bonaerense y toda la costa fluvial argentina, porque Rosas le desconoció personería y desechó sus imposiciones para que se liberara a los súbditos de su Rey Luis Felipe del servicio militar, exigido a los extranjeros residentes por nuestras leyes en vigor. Cuando ese mensaje del Gobierno llegó a conocimiento de los legisladores, el diputado Anchorena expresó que, si bien de acuerdo con el reglamento el asunto debía pasar a comisión, dada su gravedad y trascendencia era necesario discutirlo de inmediato, pues "importa considerar una medidas con que por un poder extraño se amenaza a la independencia, a la libertad y a la dignidad nacional; importa considerar una crisis del país, en que cuatro hombre díscolos tratan de desacreditar la autoridad, subvertir el orden e introducir la anarquía, aprovechándose de los conflictos mismos en que nos ha puesto esa misma agresión extraña, acaso meditada, contando con estos elementos". Y en la sesión posterior del 31 de marzo, al replicar a su colega Mariano Lozano -- nativo de Salta --, quien argumentó que la ley de 1821, sobre el servicio de armas de los extranjeros era una ley exclusivamente porteña, y que las demás provincias sufrirían las consecuencias de su aplicación "sin comerla ni beberla", el diputado Anchorena rebatió este argumento; "Es -- dijo -- una posición gratuita y ofensiva para los pueblos de la Confederación Argentina suponer que el bloqueo es provocado solamente por nosotros, y que las pretensiones del Contralmirante solamente a nosotros nos tocan y no tocan a las provincias confederadas. Los agentes franceses han tomado el pretexto de una ley de esta provincia para entablar sus injustas reclamaciones, pero ellos han empezado por exigir la revocación del principio de la ley de las provincias, y este principio está consignado en una disposición nacional del Congreso del año 1817, y conforme a esa disposición nacional fue dictada la ley de esta provincia ... La causa que actualmente sostenemos es de toda la Confederación, es de todas las repúblicas americanas, porque en ella nos proponemos repeler una nueva colonización que se trata de hacer en los nuevos Estados americanos".
El 8 de junio siguiente, la Honorable Junta envió al Gobernador la ley que aprobaba su conducta en el conflicto internacional mantenido con los cónsules franceses y el Contralmirante Leblanc. He aquí sus fundamentos; "Que la conducta observada por V.E. en este grave negociado, corresponde dignamente a la augusta misión de que está V.E. encargado. Que la independencia del país, su soberanía y dignidad nacional, son para los argentinos, no solo el don más precioso de que disfrutan en el orden social, sino el voto que explícitamente y a la faz de las naciones han pronunciado, comprometiéndose a sostenerle, aún a costa de sus vidas, haberes y fama, en cuya virtud V.E. sosteniendo tan sagrado como inviolable compromiso en los casos concurrentes, no hará más que agregar un nuevo título a los que la Patria le reconoce, al dirigirla con el esclarecido renombre de Restaurador de las Leyes. Que entretanto los Representantes, confiados en el celo patriótico de V.E., en su prudencia, saber y previsión, dejan a los ilustrados consejos de V.E. la elección de los medios que estime convenientes para mantener ilesa la soberanía nacional y reparar los agravios que se han hecho a la República".
Un mes más tarde, en carta fechada "Grand Bourg, 7 leguas de París, 10 de julio de 1839", San Martín le expresaba a Rosas; "Lo que no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar su patria y reducirla a una condición peor de la que sufríamos en tiempo de la dominación española; una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer".
El 9 de noviembre del mismo año 39, tres días después de haberse producido la derrota completa en la batalla de Chascomús de los autodenominados "Libres del Sur" -- que aliados con Lavalle y los unitarios de Montevideo, y en connivencia con la escuadra bloqueadora de Francia, habíanse amotinado, el año anterior en Dolores, para derrocar a Rosas -- los miembros de la Junta de Representantes declararon solemnemente que "sus personas y propiedades están a disposición del Ilustre Restaurador de la Leyes, Brigadier General de la Confederación Argentina, don Juan Manuel de Rosas, para el sostén de las Leyes, de la Independencia Nacional y de la Santa Causa de la Libertad del Continente Americano". Firmaban la declaración; Nicolás de Anchorena, Lucio Mansilla, Baldomero García, Lorenzo Torres, José Fuentes Arguibel, Roque Sáenz Peña, Justo Villegas, Pedro Medrano, Juan del Pino, Juan Antonio Argerich, Felipe Elortondo, Agustín Garrigós, Miguel de Riglos, Francisco Piñeyro, Mariano Lozano, Agustín Pinedo, Romualdo Gaete, Juan Norberto Dolz, Manuel Obligado, Felipe Senillosa, para no citar sino a 20 caballeros de pró.
Y estos mismos señores, después de reelegir a Rosas Gobernador para un período de seis meses en 1840, y de suplicarle tres veces aceptase el cargo ante las reiteradas dimisiones de este, el 28 de marzo le adjuntaron una nota, de la que transcribo los siguientes conceptos; "Los Representantes del Pueblo han meditado detenidamente sobre la obligación que produzca el sagrado juramento de sacrificar aún la fama en defensa de la Independencia Nacional, y después de la firmeza conque constantemente se han pronunciado y de la decisión que manifestaron al ofrecer a S.E. sus fortunas, vidas y fama, declaran ante todo el mundo que el sacrificio de la fama debe entenderse que es sostener la guerra santa en que está empeñada la República en defensa de la Libertad e Independencia ... Que decididos a perder hasta su existencia y fama por la sagrada causa de la Libertad e Independencia Americana, debe el Gobierno poner en ejercicio, y lo autorizan para que ponga cuantos medios le conduzcan a este glorioso fin, hasta el exterminio total del salvaje y feroz bando unitario, persuadiéndose que penetrada la Representación de la Provincia de la justicia de la causa que sostiene, todo, y aún la existencia del país, debe posponerse para terminar con gloria y conservar con honor el nombre de Argentino. Que en su consecuencia, debe el Gobierno contar con la más decidida y eficaz cooperación de la Legislatura, puesto que sus Representantes, como todos los demás Argentinos dignos de ese nombre, están dispuestos a sepultarse antes bajo los escombros honrosos de la República, que permitir que los traidores vándalos que la hostilizan consigan mansillar el honor nacional ".
El 12 de noviembre -- tras aprobar la Legislatura el tratado Mackau-Arana, verdadero triunfo diplomático argentino, y de formular un voto de gracias al Gobernador "por el celo, patriotismo, sabiduría y energía conque ha sostenido la causa de la libertad e independencia de la Confederación Argentina y de América" -- la Sala dictó una ley confiriendo a Rosas el grado de Gran Mariscal, honor que este rechazó, como asimismo los títulos de Héroe del Desierto y Defensor de la Independencia Americana. "Colocado al frente del virtuoso ejército de la provincia para repeler la salvaje unitaria invasión del cabecilla Lavalle -- decía el agraciado --, no era oportuno hacer aquella manifestación de V.E. entre el estrépito de las armas".
El 8-I-1841, el diputado Anchorena fué nombrado Presidente de la Administración del Crédito Público; y el 27 de febrero siguiente, al reiterar Rosas su dimisión como Gobernador, la 19ª Legislatura no accedió a la renuncia, proclamándolo una vez más, Jefe Supremo de la Provincia. Votaron fervorosamente por él estos legisladores; Nicolás de Anchorena, Eduardo Lahitte, Felipe y José María Ezcurra, Roque Sáenz Peña, Bernardo Pereda, Lorenzo Torres, Jacinto Cárdenas, Miguel Estanislao Soler, Romualdo Gaete, Agustín Garrigós, Justo Villegas, Lucio Mansilla, Paulino Gari, Juan Correa Morales, Martín Boneo, Juan Antonio Argerich, Pedro Vela, Simón Pereira, Agustín Pinedo, Celestino Vidal, Manuel Corvalán, Francisco Piñeyro, Baldomero García, Angel Pacheco, Manuel Arrotea, Saturnino Unzué, Felipe Elortondo, Francisco Casiano Beláustegui, José Oromí, Manuel de Irigoyen, Juan Nepomuceno Terrero, Miguel de Riglos, Cayetano Campana, entre los parlamentarios de campanillas.
El 19-VII-1843 al remitir Rosas a la Sala de Representantes toda la documentación relacionada con el incidente planteado por los agentes William Gore Ouseley de Inglaterra, y el Barón Deffaudís de Francia, se produjo un debate memorable, pleno de ardoroso patriotismo. Y después de oírse los discursos encendidos de los diputados Agustín Garrigós, Lorenzo Torres, Roque Sáenz Peña (quien dijo que a los argentinos "la Reina de Inglaterra los desearía cipayos"), Eustaquio Ximenes, Juan Antonio Argerich y Cayetano Campana, tomó la palabra Nicolás de Anchorena, el cual se felicitó "de que el conflicto ofreciera al país la ocasión de acaudillar una gran causa como en la guerra de la Independencia; la de la libertad del continente. Observó cuan imprevisoramente los argentinos celebraban tratados con poderosas naciones, de los que no sacaban provecho alguno, sino que estorbaban la labor de constituir a estos pueblos, deslindando las respectivas posiciones de nacionales y extranjeros. La agresión podía señorear nuestras aguas -- agregó el orador --, pero no podrá pisar nuestra tierra, y si lo hiciera, mojaríamos nuestras lanzas con sangre francesa e inglesa, desgraciadamente manchándolas con sangra americana, aunque de salvajes unitarios".
A continuación de Anchorena hablaron Bernardo Pereda y Romualdo Gaete. Terminadas las peroraciones, la Sala votó esta resolución firmada por los legisladores presentes, y, desde luego, por Nicolás de Anchorena; "Artículo 1º; Apruébase en todas sus partes la conducta del Exmo. Señor Gobernador y Capitán General de la Provincia, Brigadier D. Juan Manuel de Rosas, Encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, en la correspondencia seguida con los Exmos. Señores Ministros de Francia e Inglaterra ... ". El artículo 2º declaraba que las respuestas de Rosas habían sido "la expresión enérgica de la voluntad de los argentinos". El 3º disponía que el Gobernador siguiera expidiéndose con la firmeza y dignidad con que se había procedido en sostén del honor e independencia de la Confederación. El 4º determinaba se elevaran las consiguientes reclamaciones a los gobiernos de Francia y Gran Bretaña. Y en el 5º dábanse las gracias a Rosas "por la dignidad, energía e ilustración con que ha sostenido los derechos sacrosantos de la Confederación". Finalmente nombrábase a cuatro diputados a fin de expresarle de viva voz al Gobernador, que todos los miembros de la Legislatura estaban "dispuestos a perecer mil veces antes que sufrir en su patria el predominio extranjero".
Casi al mismo tiempo, "en París, a veynte y tres de Enero de mil ochocientos quarenta y quatro", San Martín firmaba su testamento "escrito todo de mi puño y letra", cuyo artículo 3º expresaba; "El sable que me ha acompañado en toda la Guerra de la Independencia de la América del Sud, le será entregado al General de la República Argentina dn. Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como Argentino he tenido, al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretenciones de los Extranjeros que trataban de humillarla".
El 6-X-1845, la Legislatura exaltó la conducta de Rosas frente a los comisionados de Inglaterra y Francia, Gore Ouseley y Barón Gros, por haber aquel salvado la independencia y la soberanía de la patria, "tan íntegra e inmaculada como salió de las manos de sus Representantes el 9 de julio de 1816". Suscribieron esta declaración Nicolás de Anchorena, muchos de sus colegas anteriormente nombrados, y algunos otros que años atrás no eran legisladores, como Fermín de Irigoyen, Tiburcio de la Cárcova, Bernabé de Escalada, Miguel Rivera, Juan José de Urquiza (hermano mayor soltero del Gobernador de Entre Ríos), José María Roxas y Patrón y Manuel Arroyo.
Durante los años 1846 y 1847, Nicolás de Anchorena integró la Comisión Inspectora de los programas de enseñanza pública, junto con el canónigo Miguel García, Lorenzo Torres, el Coronel de Arenales y Miguel Rivera. Y a propósito de riberas, la Honorable Junta de Representantes aprobó, el 30-IV-1848, el decreto del Gobernador que suprimía el nombre de "Paseo de la Encarnación" al paseo de la ribera, denominándolo "9 de Julio", en homenaje al día de la Independencia.
El 7-III-1850 la Sala dió su aprobación al uso que el Gobernador había hecho de "las facultades extraordinarias", y, por unanimidad, le otorgó un voto de gracias, firmado por los diputados; Nicolás de Anchorena, Baldomero García, Francisco Casiano Beláustegui, Miguel García, Pablo Hernández, Esteban J. Moreno, Romualdo Gaete, Ramón Rodríguez, Felipe de Ezcurra, José Francisco Benítez, José Oromí, Eustaquio Ximenez, Inocencio de Escalada, Roque Sáenz Peña, Juan Alsina, Miguel Rivera, Pedro Bernal, Pedro José Varela, Saturnino Unzué, Bernabé de Escalada, Cayetano Campana, Felipe Elortondo, Felipe Senillosa, Fermín de Irigoyen, Vicente López, Julio J. Virón, Tiburcio de la Cárcova, Agustín Pinedo, Juan Manuel de Luca, Miguel de Riglos, Andrés Leonardo de los Ríos, Eduardo Lahitte, José María Roxas y Patrón, Simón Pereyra, Martín Boneo, Manuel Arrotea, Juan J. de Urquiza, Bernardo Victorica, Lorenzo Torres y Eustaquio J. Torres. Y ese mismo día, esos mismos legisladores, nombraron a Juan Manuel de Rosas, Gobernador y Capitán General de la Provincia, en los términos que prescribía la ley del 7-III-1835, o sea, por el término de 5 años más, con la suma del Poder Público, sin más restricciones que defender y protejer la religión Católica, Apostólica y Romana, defender y sostener la causa nacional de la Federación que habían proclamado todos los pueblos de la República, y que el ejercicio de aquel poder extraordinario duraría el tiempo que a juicio del Gobernador fuese necesario.
El 20-IX-1851 -- tres meses y once días antes de que Rosas fuera volteado por el ejército entrerriano, unido a sus aliados extranjeros uruguayos y brasileños, que mandaba en jefe Justo de Urquiza -- la Junta de Representantes bonaerense sancionó una ley cuyo artículo 1º declaraba "crímenes de alta traición a la Pátria y escandalosa infracción del Tratado de 4 de Enero de 1831" (Pacto Federal), a "todos los actos cometidos por el vándalo salvaje unitario Justo José de Urquiza, indigno Gobernador de la provincia de Entre Ríos, con tendencia a desconocer la autoridad suprema nacional que dignamente ejerce el esclarecido General don Juan Manuel de Rosas". Esta ley fué firmada por 45 legisladores, podría decirse de la flor y nata social porteña, entre ellos; Nicolás de Anchorena, Baldomero García, Francisco Casiano Beláustegui, José Fuentes Arguibel, Felipe de Ezcurra, Pedro Bernal, Roque Sáenz Peña, Justo Díaz de Vivar, Pedro José Vela, Saturnino Unzué, Felipe Elortondo y Palacios, Felipe Senillosa, José Oromí, Gervasio Rosas, Angel Pacheco, Fermín de Irigoyen, Tiburcio de la Cárcova, Agustín Pinedo, Bernabé de Escalada, Miguel de Riglos, Eduardo Lahitte, Simón Pereyra, Juan N. Terrero, Bernardo Victorica, José de Ezcurra Arguibel y Lorenzo Torres.
Por lo demás, en esa misma sesión, todos estos señores habían aprobado, también por ley, "con el más íntimo júbilo", el desestimiento de la renuncia como Gobernador de Rosas, y declarado (sic) "solemnemente, que todos los fondos de la Provincia, las fortuna, vidas y fama y porvenir de los Representantes de ella y de sus comitentes, quedan sin limitación ni reserva alguna a disposición S.E. (Rosas), hasta dos años después de terminada gloriosamente la guerra contra el loco traidor salvaje unitario Urquiza, y la que S.E, sabia y enérgicamente, a declarado contra el Brasil".
A todo esto, fuera del recinto legislativo, férvidos grupos vecinales organizados atronaban las calles céntricas de la ciudad con sus gritos de "¡Viva el Restaurador de las Leyes! ¡Mueran los salvajes unitarios! ¡Viva la Confederación Argentina! ¡Muera el loco traidor salvaje unitario Urquiza!"; mientras la prensa, las corporaciones y muchos ciudadanos de relevante figuración política o social, manifestaban públicamente su adhesión absoluta a Rosas. En el desfile aparatoso del 9 de julio, el Jefe de la Provincia fué aclamado en forma delirante por el público, y el 11 de noviembre, día de San Martín de Tours, -- refiere en sus Memorias el tipógrafo, periodista y librero español Benito Hortelano -- "el pueblo en masa acudió a Palermo a felicitar a Rosas. Este se paseaba por los jardines cuando la multitud invadió aquella posesión, rodeándole, abrazándole y desgañitándose en aclamaciones y loas al gran Rosas".
En los teatros también se realizaban actos patrióticos. Pedro Lacasa -- antiguo edecán de Lavalle, entonces incondicional de Rosas, como sería después satélite de Urquiza y, seguidamente, conmilitón de Mitre -- compuso una pieza cuyo argumento era la traición del Gobernador entrerriano que terminaba ahorcado, y Miguel García Fernández no le iba en zaga a Lacasa en materia de loas y vilipendios "apostólicos" teatralizados.
Benito Hortelano apunta en sus Memorias que al salir "Manolita Rosas" de una esas veladas partidarias, a las que ella asistía en representación de su padre, "fué conducida a su coche, quitados los caballos, tirando de él los patriotas federales. Entre los que ví tirar del coche recuerdo a D. Santiago Calzadilla, al hijo (el de Las Beldades de mi tiempo), al doctor Agrelo (Emilio, que acusaría luego a Rosas de reo de lesa patria y propondría la confiscación de sus bienes y su juzgamiento criminal), a D. Rufino Elizalde (otro feroz detractor de Rosas al verlo caído), a Jimeno (Pedro, Capitán del Puerto, hasta su muerte leal a don Juan Manuel), a Rosendo Labardén (hijo del poeta?) y a Toro y Pareja (socio del indiscreto periodista); yo también empujé de la rueda derecha al partir el carruaje -- confiesa Hortelano --, y agrega: "No recuerdo los nombres de otros muchos federales que tiraron, porque no los conocía entonces y hoy son muy unitarios ... ".
- Tras la derrota de Rosas
Urquiza, logrado su triunfo en Caseros (3-II-1852, instálase en Palermo y se proclama "Director Provisorio de la Confederación Argentina", título que le sería confirmado tres meses más tarde (31 de marzo) por los Gobernadores de las Provincias reunidos en San Nicolás. Al día siguiente de aquella batalla, la ciudad de Buenos Aires es víctima del saqueo. José Antonio Beruti, en sus Memorias Curiosas, consigna que el 4 de febrero "todas las soldadescas dispersas y la que estaba en la ciudad desmandada en partidas con la plebe, se pusieron a saquear las casas de comercio, como tiendas, almacenes, pulperías, casas de oficios, platerías, zapaterías, etc, lo que oído por el gobierno, mandó a los ciudadanos, que armados en partidas de diez o más hombres, salieran a contener los ladrones, y a los que agarrasen robando, en el acto lo fusilaran, como lo efectuaron, habiendo muerto a más de seiscientos ladrones, que se mandaron en carradas sus cadáveres al cementerio, y entre ellos algunas mujeres, con cuyo hecho no continuaron los que quedaron maltrechos en sus robos. Sin embargo, un sinnúmero de patrullas de ciudadanos y tropas de línea de infantería y caballería, rondaban de día y noche la ciudad, incluso los extranjeros, quienes también se unieron con nuestras patrullas". Ese mismo día Urquiza, por sí y ante sí, designa Gobernador interino de la Provincia al doctor Vicente López y Planes -- bardo del Himno Nacional --, quien se desempeñaba como Presidente del Superior Tribunal de Justicia durante la administración de Rosas. Nombra López por Ministros a Valentín Alsina de Gobierno, a Luis de la Peña de Relaciones Exteriores y a José Benjamín Gorostiaga de Hacienda. Y el 20 de febrero hace Urquiza su entrada espectacular en Buenos Aires, al frente de los efectivos coaligados a sus ordenes; entrerrianos, correntinos, orientales y brasileños; jinete en pingo soberbio -- dicen que de la marca de Rosas --, con poncho, galera de felpa adornada con cintillo punzó, y seguido de brillante Estado Mayor. Venía desde Palermo por el camino del bajo rumbo a la Plaza del Retiro, de ahí tomó por la calle Florida y luego por Federación (hoy Rivadavia) hasta el Fuerte.
Producido el nuevo estado de cosas, los hasta ayer rosistas de más fuste (para no detenerse en los turiferarios del Restaurador en su apogeo, como Vicente López y Planes -- en prosa y verso -- y Baldomero García -- en rotundas apoteosis --, convertidos al día siguiente de Caseros en furiosos insultadores de don Juan Manuel; o Emilio Agrelo y Tiburcio de la Cárcova, que como magistrados judiciales confiscaron los bienes y condenaron a muerte al "Gran Americano" de la víspera), los rosistas más notables, decía, buscaron rápidamente acomodarse a las circunstancias, enganchándose al flamante proceso que se abría para el país.
En cuanto a Nicolás de Anchorena, no diré que "cambió de casaca" o "se dió vuelta la chaqueta" desvergonzadamente como tantos correligionarios suyos. Pero sí que, con evidente instinto de conservación y circunspecta prudencia, planchóse de nuevo la levita, archivó su chaleco colorado y su divisa punzó, y le hizo sacar el moño rojo de la cabeza a doña Estanislada, su mujer. De su "querido primo" en desgracia trató de no acordarse más, aunque le mandara "finos ofrecimientos" verbales a través de la correspondencia del común amigo Juan Nepomuceno Terrero, y se disculpara con Rosas asegurándole permanecer siempre leal a la vieja amistad de tantos años, pese a que la situación de la patria obligaba a no escribirle. Empero, esos "finos ofrecimientos" jamás se concretaron, ni se le liquidarían al proscripto, carente de recursos, sus trabajos impagos por la administración, durante una década, de las estancias de los Anchorena, como se verá más adelante.
El 1º de mayo de aquel año 52 se instalo solemnemente una nueva Legislatura porteña. De sus 47 diputados, destaco estas 20 personalidades representativas; el Obispo Mariano Escalada, Dalmacio Vélez Sársfield, Bartolomé Mitre, Manuel Guillermo Pinto, Ireneo Portela, Pastor Obligado, José María Pirán, Miguel Esteves Saguí, Francisco de las Carreras, mi tatarabuelo Patricio Lynch, Juan Bautista Peña, Felipe Llavallol, Domingo Olivera, Francisco Pico, Luis L. Domínguez, Norberto de la Riestra, Pedro Ortiz Vélez, Juan Antonio Lezica, Andrés Somellera y Juan Madariaga. Una vez constituída la Sala, elige Gobernador titular de la Provincia a Vicente López y Planes, quien, con cierta dificultad, designó su gabinete ministerial así; Juan María Gutiérrez a cargo de la cartera de Gobierno, Gorostiaga titular de Hacienda, el Coronel Casto Cáceres de Guerra y Marina, y su hijo Vicente Fidel López de Instrucción Pública.
El tratado de San Nicolás y las derivaciones de su rechazo por Buenos Aires
En los últimos días de mayo, se reunieron en San Nicolás de las Arroyos estos Gobernadores provinciales que, ayer no más, habían colaborado con Rosas, a saber; Justo José de Urquiza, en representación de Entre Ríos y Catamarca; Vicente López por Buenos Aires; Benjamín Virasoro por Corrientes; Pablo Lucero por San Luis; Nazario Benavídez por San Juan; Celedonio Gutiérrez por Tucumán; Pedro Pascual Segura por Mendoza; Manuel Taboada por Santiago del Estero; Manuel Vicente Bustos por La Rioja; y Domingo Crespo por Santa Fé. Y todos ellos, el día 31, firmaron un "Acuerdo" mediante el cual, en síntesis, declaraban al Pacto Federal de 1831 ley fundamental de la República; consideraban llegado el momento, previsto en ese Pacto, de constituir definitivamente a la Nación bajo el sistema federal, estableciendo que el Congreso Constituyente debía reunirse en el mes de agosto en la ciudad de Santa Fé; disponían que serían dos los convencionales por cada provincia, y que la Constitución se sancionaría a mayoría de sufragios, sin que los constituyentes llevaran mandatos imperativos; y, mientras tanto, se designó al General Urquiza Director Provisorio de la Confederación Argentina, encomendándole la dirección de sus Relaciones Exteriores, y el mando de todas las fuerzas militares de cada provincia, las cuales serían consideradas desde ese momento como integrantes del Ejército Nacional. Además se creaba un Consejo de Estado asesor del Director Provisorio. A este famoso "Acuerdo de San Nicolás" adhiriéronse posteriormente, el 1º de julio, las provincias de Salta, Jujuy y Córdoba, por intermedio de sus respectivos Gobernadores Tomás Arias, José Benito Bárcena y Jenaro Carranza.
El 22 de junio la Legislatura de Buenos Aires, tras ardorosos debates, rechaza el Acuerdo de San Nicolás y desconoce la firma del Gobernador López, por haberlo suscripto sin autorización ni sanción de dicho cuerpo. Al día siguiente, López presenta su renuncia con todos sus Ministros, y queda como Gobernador interino el Presidente de la Cámara, General Guillermo Pinto. A las 48 horas de esto, Urquiza manda ocupar y disolver la Legislatura por la policía; repone a López en su cargo, deporta al doctor Alsina y ordena prender y conducir al vapor "Merced" a los legisladores Mitre, Vélez Sársfield, Portela, Ortiz Vélez, y al periodista Toro y Pareja.
La rehecha administración de López solo dura 28 días. En su agónico transcurso, el Gobernador estableció un Consejo asesor de Hacienda -- que presidía el Ministro Gorostiaga -- integrado por Nicolás de Anchorena, Bernabé de Escalada, Salvador María del Carril, Francisco Pico, Ignacio Martínez, José Barros Pasos, Felipe Llavallol, Francisco Moreno y Amancio Alcorta. Más ante la presión de los sucesos políticos, el doctor Vicente López vuelve a renunciar el 23 de julio.
Acéfala la Provincia, Urquiza se hace cargo del gobierno, y el 26 de julio designa un Consejo de Estado que le autorizaba a poner en práctica el Acuerdo de San Nicolás. Lo preside Nicolás de Anchorena, formado por las mismas personas que formaron el anterior Consejo de Hacienda, a más de José Benjamín Gorostiaga, Elías Bedoya y cuatro descollantes ex colaboradores de Rosas; el General Tomás Guido, Felipe Arana, Baldomero García y Eduardo Lahitte. (Anchorena, García, Lahitte y también Bernabé Escalada, miembros del referido Consejo, habían integrado la última Legislatura rosista, que, diez meses atrás, declaró a Urquiza "loco traidor, salvaje unitario, vendido al pérfido gobierno del Brasil, indigno del amparo de las leyes").
Cabe destacar que, semanas antes (5 de julio), Urquiza se había dirigido por carta al Gobernador delegado de Entre Ríos Antonio Crespo, comunicándole que, conforme a lo resuelto en el Acuerdo de San Nicolás, el Congreso General Constituyente se iba a instalar en el mes de agosto en Santa Fé, y que "deseando que la Provincia de Entre Ríos esté representada dignamente, he elegido al General Miguel José Galán y a Don Nicolás Anchorena para que sean nombrados por ella, contando conque merecerán la aceptación general". Once días después (16 de julio) Urquiza cambia de opinión, y le escribe imperativo a Crespo; "En mi anterior decía a Ud. que el General Galán y don Nicolás de Anchorena eran mis candidatos, pero hoy he sustituído al primero con Don Ruperto Pérez; por consiguiente debe estar Ud. a esta resolución y no a aquella". Y a los diez días de esto (26 de julio) modifica otra vez Urquiza aquella orden y le comunica a Crespo; "En la última indicaba a Ud como candidatos míos a don Nicolás Anchorena y a don Ruperto Pérez, y como hoy he variado de parecer respecto del primero (a quien esa misma fecha nombró Presidente del Consejo de Estado) he dispuesto que esa Provincia sea representada en el Congreso por don Juan María Gutiérrez y por el dicho Ruperto Pérez; por consiguiente, en este sentido, impartirá Ud. sus ordenes" (Gutiérrez y Pérez, tan expeditivamente designados, representaron finalmente a Entre Ríos en el Congreso Constituyente de Santa Fé).
El 4 de septiembre Urquiza delega el gobierno provincial de Buenos Aires en el General José Galán, y cuatro días más tarde se embarca en el vapor "Countess of Lonsdale" con destino a Santa Fé, acompañado de lucida comitiva y de los Ministros de Inglaterra y Francia. Los despide en el muelle gran formación de tropas con músicas y salvas de artillería. Como antes de partir, entre otras medidas, Urquiza ha resuelto de su autoridad que el producido de las aduanas exteriores de la República quede afectado a los gastos nacionales, esto perjudica muchísimo a la economía bonaerense. Por ello, y por más, José Antonio Beruti traduce en sus Memorias Curiosas su encono de localista porteño contra el vencedor de Caseros al decir: "Según vamos viendo, este señor no trata sino de arruinar a Buenos Aires, pues me ha informado un sujeto de representación, que trata Urquiza de establecer la capital de la República en su provincia de Entre Ríos. Salimos del tirano Rosas, que, aunque malvado, sostuvo con esplendor y respetado por las naciones extranjeras a Buenos Aires y a toda la república; pero éste (Urquiza) trata de su ruina, pues se va manifestando, El Entrerriano, otro tirano que reemplaza a Rosas: cuidado, no tenga peor fin que Rosas".
Como quiera el General Galán, vicario de Urquiza, quedó administrando de facto a Buenos Aires, facultado por su Caudillo para resolver "los asuntos graves" del gobierno, con el acuerdo de tres miembros del Consejo de Estado: Nicolás de Anchorena, el General Tomás Guido y Manuel Insiarte.
La Revolución del 11 de Septiembre y sus consecuencias
El contenido rencor del localismo porteño, entretanto, aprovecharía el alejamiento de Urquiza para lanzarse a la revolución. En la madrugada del 10 al 11 de septiembre, tropas correntinas al mando del General Juan Madariaga ocupan la Plaza de la Victoria, y a estos efectivos se unen los regimientos de los Coroneles Manuel Hornos, Matías Rivero, Mariano Echenagucía, Nicolás Ocampo, Martín Tejerina, y del Comandante Solano González. Por sorpresa los Generales urquicistas Benjamín y Manuel Antonio Urdinarrain son tomado prisioneros; en tanto el Gobernado Galán, que se hallaba en Palermo, luego de mantener una entrevista con los rebeldes en Santos Lugares, prefiere no combatir, y galantemente se aleja con sus divisiones entrerrianas hacia el norte, mientras alguna caballería porteña, a prudente distancia, lo persigue hasta la raya fronteriza con Santa Fé.
De tal suerte, el provinicialismo insurgente de Buenos Aires logra la victoria sin derramar ni una gota de sangre: su inspirador ha sido el veterano prócer unitario Valentín Alsina, secundado por la logia Juan-Juan; y el coordinador efectivo de la jornada militar resultó el General José María Pirán.
La consecuencias de esa revolución del 11 de septiembre serán de enorme trascendencia para la Historia Argentina. Buenos Aires se separa, como Estado, de la Confederación, y reasume su soberanía independiente ante las potencias extranjeras (ley de 22-IX-1852). Se rompe la unidad nacional y se inicia una guerra civil entre la provincia escindida y el resto de las confederadas; guerra que -- con pasajeros apaciguamientos, un efímero "modus vivendi" y finalmente dos batallas campales, Cepeda y Pavón -- durará casi diez años; y se habría de prolongar más tarde, en continuas rebeliones provinciales, durante la Presidencia de Mitre y parte de la de Sarmiento, aún después del asesinato de Urquiza.
Por lo pronto aquella asonada porteña de 1852, restaura la Legislatura disuelta tres meses antes por Urquiza, reponiendo como Gobernador provisorio al Presidente de dicha Cámara, General Manuel Guillermo Pinto; quien nombró ministros de Gobierno a Valentín Alsina, de Hacienda a Francisco de las Carreras, y de Guerra y Marina al General José María Flores. Pero al vencer el 31 de octubre el mandato de Pinto, asume el Poder Ejecutivo Valentín Alsina, y designa ministros de Gobierno y Relaciones Exteriores al Coronel Bartolomé Mitre, de Hacienda a Juan Bautista Peña y de Guerra y Marina al mismo General Flores.
En otro desorden de cosas, los arrolladores acontecimientos políticos provocan la división del grupo de federales rosistas, unos, como Tomás Guido, Hilario Lagos, Eduardo Lahitte, Bernardo de Irigoyen, Antonino Reyes, Gerónimo Costa, Bernardo Victorica, Alberto Larroque, Pedro de Angelis, consecuentes con la tradición partidaria, se fueron con Urquiza, porque este enarbolaba la vieja bandera federal. Otros, los menos; Lorenzo Torres, Angel Pacheco, Miguel Estevez Saguí, Tiburcio de la Cárcova, y no tan ruidosamente como ellos, Nicolás de Anchorena, se pliegan al núcleo localista unitario; tal cual se plegaron de entrada, sin ambages, los "arrepentidos" concurrentes a las tertulias de Manuelita Rosas, Dalmacio Vélez Sársfield y Rufino de Elizalde, para citar solo a varones de conocido renombre. Y así, Nicolás de Anchorena electo diputado se incorpora a la Legislatura el 20-XI-1852, manifestando, luego de prestar juramento, que no se desempeñaría en el cargo si no se sancionaba para la Provincia una Constitución. A cuyo efecto propuso a la Sala que la Comisión de Negocios Constitucionales elevara el respectivo proyecto antes del 15 de diciembre.
En eso se estaba, cuando el 1º de diciembre, en su cuartel de Luján, el Coronel Hilario Lagos, Jefe del Ejército del Centro, levántase en armas contra el Gobernador Valentín Alsina, quien renuncia una semana después. La Legislatura acepta la dimisión de Alsina, y nombra, otra vez, Gobernador con carácter interino, a su Presidente el General Pinto, el cuál encomienda al Coronel Mitre la defensa de la ciudad cercada por Lagos.
Sucédense choques y tiroteos entre sitiados y sitiadores. El Poder Ejecutivo porteño tramita entonces un armisticio directamente con Lagos, por medio de estos emisarios: el General Tomás Guido, Nicolás de Anchorena e Ireneo Portela. Con ánimo conciliador, asimismo, Pinto modifica el gabinete que fuera de Alsina, y encarga la cartera de Gobierno y Relaciones Exteriores a Nicolás de Anchorena, la de Hacienda a Felipe Llavallol, y la de Guerra al General Pacheco. La Sala de Representantes, empero, considera indecorosa la negociación con Lagos, por lo que luego de veinte días, Pinto modifica su ministerio con Lorenzo Torres en Gobierno y Relaciones Exteriores y Francisco de las Carreras en Hacienda, conservando Pacheco la cartera militar
Vuelve don Nicolás, por tanto, a ocupar su banca legislativa, y (25-I-1853) propone un proyecto de declaración, que con pequeñas variantes aprueba la Sala, en el sentido de protestar "ante las naciones todas de la cristiandad ... contra la guerra insidiosa que el General don Justo José de Urquiza le hace (a Buenos Aires) promoviendo una revelión (la de Lagos) que ha reunido los criminales más facinerosos que por desgracia abriga esta Provincia". Se declaraba también que Buenos Aires estaba dispuesta a enviar representantes al Congreso Nacional, en cuyo seno expondrían los atropellos sucesivos perpetrados por el Caudillo entrerriano a partir de Caseros.
Fracasa una negociación de paz
El Congreso de Santa Fé, no obstante, aprueba una iniciativa de los convencionales Gorostiaga y Seguí, enderezada a alcanzar el avenimiento que ponga término a la lucha de la Confederación con el díscolo Estado de Buenos Aires. A tal fin se autorizaba a Urquiza llevar adelante el cometido pacificador. Don Justo comisiona entonces a su Ministro de Relaciones Exteriores Luis de la Peña, al Presidente del Congreso Constituyente Facundo Zuviría y al convencional Pedro Ferré, para que se entrevisten con delegados del Gobierno porteño; y éste acepta entablar un diálogo preliminar, a través de su Ministro Lorenzo Torres, del General José María Paz, de Dalmacio Vélez Sársfield y de Nicolás de Anchorena.
En tal sentido, el 2 de marzo de aquel año 53, en casa de Saturno Unzué, deliberan ambas comisiones; y luego de una semana (el día 9), Torres, Paz, Anchorena y Vélez Sársfield por Buenos Aires, y de la Peña, Zuviría y Ferré por la Confederación, firman las bases mediante las cuales suspendíanse las hostilidades por tierra y agua, para llegar a la paz.
En diez artículos esas bases establecían que el ejército de la capital "conservara las posiciones que actualmente tiene". Que "el ejército sitiador conservará una línea que partiendo de la Iglesia de Balvanera como centro, se extienda al norte por el mirador de Hernández, por detrás del templo de la Recoleta, y, tirando de él una línea hasta el Río de la Plata". Y con opuesto rumbo, "desde la Iglesia de Balvanera otra línea seguirá por la calle exterior del hueco de Rodríguez, el mirador inmediato a la casa de Soto, la Convalecencia, Santa Lucía de Barracas y la casilla del camino del Riachuelo". Que durante la tregua "quedaban establecidos como únicos puntos de comunicación entre la ciudad y la campaña, las calles Federación por el centro; la Defensa y la del Buen Orden, con su respectiva continuación por la calle larga de Barracas; y la de Paseo de Julio y su continuación por el camino de Palermo". Que "en esas calles será libre la comunicación de todos los individuos nacionales y extranjeros, a condición sola de no llevar armas de ninguna especie, y que no se hagan reuniones ni formen grupos que puedan excitar alarmas". Que ? y esto resultaba lo más importante ? "la provincia de Buenos Aires concurrirá al congreso de Santa Fé, con el número de diputados que estime conveniente no excediendo de la mitad de lo que prescribe la ley del 30 de noviembre de 1827". Reservábase Buenos Aires, asimismo, el derecho de examinar y aceptar la Constitución que sancionase el Congreso, gobernándose, entretanto, por sus propias instituciones; si bien confería a Urquiza el encargo de conservar las Relaciones Exteriores.
La Legislatura porteña ratificó enseguida el tratado el 14 de marzo. Urquiza, con buenas palabras, lo rechazó, porque dijo no tener "facultades para anular ni aún enmendar el Acuerdo de San Nicolás de los Arroyos, que es hoy una ley de la Nación ... pero tiene fundados motivos para esperar que no sería difícil arribar al menos a un arreglo de las diferencias interiores de la Provincia de Buenos Aires, dejando para después el determinar las condiciones conque la Provincia concurría a la formación de la Constitución de la República ... ".
Así fracasó la gestión pacificadora encomendada a Anchorena y a sus colegas negociadores, por lo que la guerra fratricida seguirá su trayectoria inexorable hasta que una de las partes alcance el completo triunfo militar sobre la otra.
La Constitución Nacional de 1853 y la porteña del mismo año
El 1º de mayo, sin Buenos Aires, el Congreso Constituyente de Santa Fé sanciona la Constitución Nacional, que con posteriores reformas y aditamentos parciales, aún se invoca como ley fundamental de los argentinos.
Un mes después (28-VI-1853) el Gobernador bonaerense Manuel Guillermo Pinto pasó a mejor vida. Correspondía, en consecuencia, cubrir el cargo vacante, y la mayoría de los legisladores elige, el 9 de julio, Primer Magistrado de la Provincia a su colega Nicolás de Anchorena, quien reiteradamente declina esa máxima responsabilidad. Entonces, once días más tarde, una nueva elección consagra a Pastor Obligado como sucesor del General Pinto.
Y el 17 de octubre siguiente, el diputado Nicolás de Anchorena propone en la Legislatura el nombramiento de una Comisión de siete miembros, encargados de preparar y presentar un proyecto de Constitución para la Provincia, "bajo la forma representativa republicana". Tal Comisión fue votada por el cuerpo dos días más adelante, quedando formada por el propia Anchorena junto a Valentín Alsina, Miguel Esteves Saguí, Carlos Tejedor, Manuel M. Escalada, Eustaquio Torres y Mariano Acosta. El 8-IV-1854, se sanciona definitivamente la "Constitución del Estado de Buenos Aires", que establecía la división tripartita de los poderes; el Ejecutivo a cargo de un Gobernador elegido por tres años por la Asamblea General, no siendo reelegido sino después de un período; el Legislativo y el Judicial manteníanse sin alterar sus organizaciónes vigentes, etc. etc. "El Estado de Buenos Aires ? precisaba el artículo 171 ? no se reunirá en Congreso General sino bajo la base de forma federal, y con la reserva de revisar y aceptar libremente la Constitución General que se diere". A esta Suprema Ley provincial puso el cúmplase el Poder Ejecutivo el 12 de abril; el 18 promulgóse por bando en la Plaza de la Victoria, y el día 23 se juró solemnemente.
Corrida una semana, hubo votaciones populares para elegir Representantes y Senadores, de acuerdo a esa Ley fundamental. Aprobados los comicios, Nicolás de Anchorena resultó consagrado Senador. El 27 de mayo las dos Cámaras reunidas en Asamblea, eligieron a Pastor Obligado primer Gobernador Constitucional del Estado de Buenos Aires por un período de tres años. Ese año 54, como broche final de su actuación parlamentaria y su curriculum vitae, el Senador Anchorena propuso una ley de olvido y amnistía política, que rechazaron sus colegas.
Muerte de don Nicolás y algunas manifestaciones de su testamento
El 4-V-1856, bajo disposición testamentaria, arribó al término de sus días Nicolás de Anchorena. Precavido para el trance inevitable, había dictado sus últimas disposiciones minuciosamente. Del largo documento aludido, solo voy a transcribir algunos artículos en los que el causante hace referencia a la sociedad y negocios que tuvo con su hermano Juan José Cristóbal ? mi tatarabuelo ?, y a las propiedades que, a la sazón, poseía aquel en condominio con los herederos de este, a saber:
Art. 4º. "Tuve negocios en parcial compañía con mi finado hermano don Juan José C. Anchorena, a cuyas parciales compañías pertenecen las Estancias del Tala, la del Arroyo Grande, las de Camarones y sus dependencias Achiras y Averías, en cuyas estancias ninguno otro tiene interés alguno, y han continuado en la misma sociedad con los sucesores del finado mi hermano D.Juan José".
Art. 5º. "Otras Estancias pertenecen a dichas sociedades y son: la Estancia de la Amistad, partido de la Matanza, y la de San José de la Dulce ? antes partido de Navarro, después partido Mulitas y últimamente partido Veinticinco de mayo ?, pero en estas Estancias tiene una tercera parte D. Juan B. Sosa (mayordomo de los Anchorena).
Art. 6º. "Declaro, que aunque desde el fallecimiento de mi hermano D. Juan José he corrido con los arriendos del Rincón de Gorondona, provincia de Santa Fé, esta posesión rural nunca perteneció a las sociedades con mi hermano y es exclusivamente de la propiedad de sus herederos".
Art. 7º. "Declaro que una finca haciendo esquina a la calle Representantes, que compré a D. Manuel Carreras, como Albacea del finado D. Santos Sartorio, dicha compra fué hecha por cuenta de mis sobrinos y para ellos, y que no la he traspasado por no haber determinado ninguno de ellos "
Art. 8º. "Declaro que antes de las sociedades con mi hermano D.Juan José en las estancias, tuve otros negocios comerciales en esta Ciudad, Bolivia, Provincias; principalmente en Santa Fé, sobre yerba paraguaya, y no sobre cueros, que los tuvo separadamente mi finado hermano con D. Francisco Alzogaray, también en el Paraguay, que se perdieron. También tuve negocios en grande escala en Chile, y después en Río Janeiro, después en el Paraguay y Paranaguá, los cuales negocios comerciales en la fraternal confianza con que nos habíamos manejado, sin guardar las formas de estricto comercio, siendo mi hermano Juan José el que llevaba las cuentas, nos arreglamos y cortamos finiquitándolos por un documento que firmó por duplicado mi hermano D.Juan José, y esta escrito de puño y letra del finado D. Cristóbal Bosch ... ".
Art. 10º. "Volviendo sobre la sociedad con mi hermano D.Juan José, en las estancias mencionada del Sud y del Oeste y Matanza, declaro que como treinta y tantas leguas había de áreas intercaladas entre las fracciones que componían la estancia de Camarones, y una enfiteusis, que después del fallecimiento de mi hermano esclarecí y rescaté. Cuando se ordenó por el Gobierno la compra de dichas propiedades, compré como treinta y dos leguas, poco más o menos, por cuenta de la sociedad, y así lo expresan las diferentes escrituras de dichos terrenos. También es de advertir, habiendo principiado nuestra sociedad en terrenos por los años veintidos, en la confianza que tenía con mi hermano D. Juan José, y que llevaba las cuentas por cuadernos sueltos, y así fué que por un ojo arreglamos los productos de las Estancias ... Recomiendo a mi albacea, y ruego a mis sobrinos los hijos de mi finado hermano D.Juan José, traten de dividirse fraternalmente, pues en la gran fortuna que les queda deben preferir el sacrificio de cualquier perjuicio de bienes de fortuna, por conservar la armonía de familia que les hemos dejado sus antepasados. En cuanto a las propiedades, para no ser perjudicados, y admitiendo todas ellas cómoda división, creo que la del Tala debe ser dividida entre las dos familias, también la del Arroyo Grande, igualmente la de Camarones ... Las estancias de Achiras y Averías, esas no admiten división; una familia tomará la de Achiras y otra la de Averías, estableciendo mutuas compensaciones respecto a la diferencia de áreas. Sobre la estancia de la Dulce, partido hoy de 25 de Mayo, recomiendo a mi albacea y herederos, y aconsejo a mis sobrinos, la vendan pero no vendan la estancia de la Matanza ... ".
Art. 11º. "Declaro que habiendo mi hermano D. Juan José dándonos poder a mí y a mi hermano D. Tomás Manuel ... dejó en caja .... como tres mil y más onzas y una corta cantidad de moneda corriente, de cuya cantidad de onzas, si mi memoria no me engaña, se sacaron ochocientas onzas para la compra de la Casa Cuna, y trescientas onzas sacó mi hermano D. Tomás. comprometiéndose a acreditar su percibo ... Existen también en la Casa del Correo viejo varias piezas de plata pertenecientes a los herederos de mi finado hermano D.Juan José.
Art. 32º."Para el cumplimiento de las anteriores manifestaciones que declaro ser mi última voluntad, y que como tal se cumpla y respete, nombro por mi albacea a mí Esposa Doña Estanislada Arana de Anchorena, y en segundo lugar a mis dos hijos, Don Nicolás y Don Juan Anchorena, recomendándoles cualquier especie de sacrificio por tal de conservar la buena armonía y de evitar un rompimiento de familia".
Art. 35º. "Recomiendo a mi albacea que en el caso que mis sobrinos, los hijos del finado D.Juan José, no anduviesen poniendo dificultades y suscitando diferencias, que no espero , no les cargue la administración que me corresponde en la parte de los bienes sociales de ellos, ni albaceasgo".
Los decretos y el proceso confiscatorios de los bienes de Rosas
Dije más atrás que, como broche final de su carrera parlamentaria, el senador Anchorena propuso una ley de olvido y amnistia política (en la que, si bien se mira al proponente le alcanzaban las generales de esa ley) propuesta rechazada de plano por sus colegas, no dispuestos a olvidar agravios. Don Nicolás, en cambio, borró de su memoria la deuda que no le había pagado a su primo Juan Manuel de Rosas por la población y administración de sus estancias "El Tala", "Achiras", "Averías", "Camarones" y "La Amistad", durante diez años, ya que ninguna referencia acerca de tal débito se encuentra en su testamento. A despecho de ello, he de recordar estos antecedentes:
Apenas transcurridos trece días de la batalla de Caseros, el Gobernador Vicente López y Planes (apologista en verso y prosa, hasta Caseros, de ? sic ? "Nuestro Gran Restaurador, Genio Amado de los Argentinos") y su Ministro Valentín Alsina, lanzaron un decreto cuyo artículo 1º expresaba; "Todas las propiedades de todo género, pertenecientes a don Juan Manuel de Rosas, y existentes en el territorio de la Provincia, son de pertenencia pública".
El 17 de agosto siguiente, después de haberse visto obligado a clausurar la Legislatura porteña que rechazara el Tratado de San Nicolás, Urquiza, como Director provisorio de la Confederación, firmó otro decreto, refrendado por su Ministro Luis de la Peña, en el que sus dos primeros artículos disponían: 1º) "Todos los bienes pertenecientes al ex Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, General Don Juan Manuel de Rosas, serán entregados en el estado que hoy se encuentran a su apoderado don Juan N. Terrero". 2º) "Queda, en consecuencia, derogado el decreto de 16 de febrero del presente año por el que se declaraban confiscados".
Con posterioridad, ante los reclamos de Valentín Alsina, entonces Presidente de la Cámara de Justicia, y de Pastor Obligado, Gobernador del Estado de Buenos Aires escindido de la Confederación Argentina, la Legislatura porteña ? Junta de Representantes y Senado ?, tras largas y encendidas peroratas, la mayor parte de ellas cargadas de bajo rencor, el 29-VII-1857, sancionó con fuerza de ley; "Art. 1º : Se declara a Juan Manuel Rosas reo de lesa patria por la tiranía sangrienta que ejerció sobre el pueblo durante el período de su dictadura, violando hasta las leyes de la naturaleza; y por haber hecho traición, en muchos casos, a la independencia de su patria, y sacrificando a su ambición su libertad y sus glorias, ratificándose por esta declaración las disposiciones vigentes. - Art. 2º : Se declara igualmente que compete a los Tribunales ordinarios el conocimiento de los crímenes cometidos por el tirano Juan Manuel Rosas, abusando de la fuerza que investía. Art. 3º : Con arreglo al decreto de Febrero 16 de 1852, que declaró de propiedad pública todos los bienes que pertenecieron al tirano Juan Manuel Rosas, existentes en el territorio del Estado, queda autorizado el P.E. para la venta en subasta pública de las tierras correspondientes a los bienes a que se hacen mención en el artículo anterior, las que se enagenarán, con previa mensura, en lotes que no pasarán de una legua, al precio de 200.000 pesos la legua los que se hallen situados en la parte interior del Río Salado, y de 100.000 los que se hallan al exterior del mismo río. Art. 5º : Las fincas urbanas del mismo origen, incluso Palermo y sus adyacencias que se hallan dentro del municipio de Buenos Aires, serán desde hoy consideradas como bienes municipales, haciéndosele formal entrega de ellas. Art. 6º : el producto de la venta de los terrenos a que se refiere el artículo 4º, se depositará en el Banco a disposición de la Legislatura".
De este modo, los honorables legisladores porteños despojaron a Rosas de sus bienes, de su honra y hasta de la "de" del apellido. Y le tocó a Valentín Alsina, quien de nuevo ejercía la gobernación de la Provincia a partir del 7 de mayo anterior, la dulce venganza de promulgar aquella ley; con otra complementaria y más expeditiva, del 30 de octubre siguiente, que prescribía; "Autorízase al P.E. para enagenar sin el requisito del remate público las tierras que pertenecieron a Juan Manuel Rosas, sujetándose a los precios designados en la ley del 28 de julio último".
"La ley de confiscación ? discurre el historiador Saldías ? se llevó adelante. Los muebles y cuantiosos semovientes de Rosas desaparecieron sin darse cuenta y razón documentada de lo que importaron y de quienes los adquirieron; y los inmuebles rurales "excepción hecha de Palermo, convertido en paseo público que tal era el destino que Rosas se propuso darle, y de los terrenos adyacentes hasta más allá de la antigua Blanqueada, que el Gobernador Alsina dividió y vendió en lotes, y que hoy forman el suburbio de Belgrano), pasaron a terceros a título insanablemente nulo".
En una Protesta que publicó Rosas en Londres en 1857, formulaba la siguiente pregunta; ¿A quien corresponde el fallo del que con toda la suma del Poder por las Leyes, "representó a la Confederación Argentina ante el mundo en tan dilatado período?" "Ese juicio ? contesta Rosas ? compete solamente a Dios y a la Historia, porque solamente Dios y la Historia pueden juzgar a los pueblos ... porque no pueden constituirse en Jueces los enemigos ni los amigos de Rosas, las mismas víctimas que se dicen, ni los que pueden ser tachados de cómplices en los delitos ... No hay que esperar moderación cuando el furor ocupa el alma ... Y aquí en estas públicas, solemnes protestas, que bien ya en alta voz elevo ante el Gobierno de Buenos Aires, el Gobierno de la Confederación Argentina y las Naciones, comprendo también, todas cuantas veces fuera necesario en derecho para más valer, las propiedades de mi hija, por su herencia Materna, que están envueltas en las mías ...".
Como epílogo de todo ello, en cumplimiento del artículo 2º de la Ley de julio de 1857, el dictador proscripto fué sometido a juicio criminal en rebeldía, y luego de un quinquenio de acumular en el expediente infinidad de nombres de presuntas víctimas suyas, junto a numerosas declaraciones de testigos en su contra, el año 1862, la Cámara Civil, en tercera instancia, condenó a "Juan Manuel de Rosas, a la pena ordinaria de muerte con calidad de aleve; a la restitución de los bienes robados a los particulares y al fisco; a ser ejecutado, obtenida su persona, el día que se señalase en San Benito de Palermo, último foco de sus crímenes".
Esa Cámara, integrada por Francisco de las Carreras, Domingo Pico, Basilio Salas y Tiburcio de la Cárcova (férvido legislador rosista hasta 1851), confirmó las acusaciones de los Fiscales Emilio Agrelo (que en yunta con Rufino Elizalde, a guisa de caballos, habían tirado el coche de Manuelita Rosas) y Pablo Cárdenas (hijo de don Jacinto, incondicional diputado de la "Santa Federación"), y de los anteriores fallos del Juez de primera instancia Sixto Villegas (asimismo ex rosista notorio), y de la Cámara del Crimen, compuesta por Juan José Alsina (viejo unitario hermano de don Valentín), Benito Carrasco (que peleó a ordenes del General Paz contra Rosas) y de José Barros Pazos (feroz enemigo del rosismo desde su exilio en Montevideo y Chile). Tales, las filiaciones políticas de la mayoría de los implacables Dracones condenadores de don Juan Manuel.
Este, mientras tanto, vivía estrechamente en las afueras de Southampton, dedicado a las labores rurales en una chacra de 149 acres con modestas poblaciones, "mis pobres ranchos", como él las calificara. La derogación del decreto confiscatorio de sus bienes que efectuara Urquiza, en agosto de 1852, le permitió vender la estancia San Martín en Cañuelas, algunos ganados y los muebles y platería de su casa; con lo que pudo abonar ciertas deudas apremiantes y esperaba cancelar después otras a medida que vencieran los plazos para el pago del precio que acordó a los compradores. La revolución del 11 de septiembre, sin embargo, desvaneció aquellas esperanzas, y los bienes del proscripto fueron nuevamente confiscados y se le inició proceso criminal.
Ingratitudes y lealtades generosas para con el proscripto
En 1857 Alberdi conoció a Rosas en Londres, y este ? según cuenta el tucumano ? "se quejó de Nicolás Anchorena; lo calificó de ingrato. Recordó que toda su fortuna la había hecho bajo su influencia. Recordó que al acercarse Urquiza a Buenos Aires, Anchorena le dijo a él (a Rosas) que si triunfaba Urquiza no le quedaba más remedio que agarrarse a los faldones de la casaca de Urquiza y correr su suerte, aunque fuera al infierno, y que enseguida lo abandonó".
Más tarde, debido a las gestiones de su admirable y diligente amiga Pepa Gómez, realizadas en 1862 ante Urquiza, don Justo le señaló a Rosas una pensión anual de 1.000 libras esterlinas. Pero el prometido subsidio no le llegaría al desterrado sino en 1865, en una sola remesa que, a nombre de Urquiza, librara desde París contra la casa Gibbs de Londres, el general salteño Dionisio Puch..
Por otra parte, algunos amigos que permanecían fieles a don Juan Manuel, contribuían periódicamente con sumas de dinero para mitigar su premiosa subsistencia. En las listas de esos pocos fieles que aportaban donativos de onzas de oro, libras esterlinas y pesos fuertes ? que colectó en Buenos Aires durante los años 1872 al 75 la consecuente Pepa Gómez y recibía en Londres el yerno de Rosas, Máximo Terrero ?, no aparece para nada el nombre de la viuda de Nicolás de Anchorena, ni el de ninguno de sus hijos; en cambio en esas listas figuran Dolores Fernández, viuda de Juan Facundo Quiroga; la hija de ambos Jesús Quiroga de Gafarot; las tres Ezcurras cuñadas de Rosas, Margarita, Juanita y Petronita, esta casada con Urquiola; Petrona Vázquez, viuda de Pedro Vela; y Leonardo Lahitte, José Meyrelles, Serafina H. de Ramírez, Petrona Villegas de Cordero, Pedro Jimeno, Federico Terrero, Adolfo Barrenechea, Mateo García de Zúñiga, Antonino Reyes, entre otras personas adictas y agradecidas; como también su invariable partidario en las buenas y en las malas José María Roxas y Patrón, y Juanita Rábago de Terrero, viuda de don Juan Nepomuceno , y sus hijos.
Rosas, años atrás, apremiado por su angustiosa situación económica, había encargado a su entrañable amigo Juan Nepomuceno Terrero, gestionar el cobro, a los herederos de sus primos Anchorena, de aquella deuda pendiente por la dirección y fomento de las estancias de estos; pero Terrero no logró ningún resultado al respecto. "Debes bien conocer ? le escribe el desterrado el 31 de mayo del 64 al leal socio de otrora ? cuán penoso es para mí la terrible injusticia con que se me niega el abono de mis tan largos,tan riesgosos, y tan notorios servicios".
Declarado reo de lesa patria por la Legislatura, condenado a muerte por la Justicia ¿Qué jueces, qué tribunales podrían darle razón a Rosas en caso de presentar una demanda? Entonces, directamente, el se dirigió por carta a la viuda de Nicolás de Anchorena planteándole con respetuosa firmeza, su derecho a reclamar el pago de sus antiguos trabajos, esperanzado, quizás, en la buena fé de doña Estanislada y de sus hijos. Aunque cueste admitirlo, la aludida carta nunca obtuvo respuesta. He aquí su contenido:
"Señora Da. Estanislada Arana de Anchorena"
"Burgess Street Farm near of Sothampton, Mayo 31/864."
"Cuando los sucesos me obligaron a dejar mi Patria, salí sin recursos para vivir fuera de ella. Ocupado desde mi juventud en servirla, nunca atemorizado por la idea de la ingratitud de los pueblos, ni las injusticias de los hombres, trabajé solo con la fé de aquel a quien no anima otro fin que el cumplimiento de sus deberes. Así, por más que lamente mis actuales circunstancias y privaciones, no me arrepiento de mis procederes. Son ellos, y cada día más, la completa justificación de la pureza de mis intenciones".
"Mis bienes embargados en Febrero de 1852, me fuero devueltos a mediados de ese mismo año, con grandes faltas, perdidas, y con los pocos ganados que habían quedado después de las inmensas sacas para los Ejércitos y los robos de todas clases".
"Ese incidente aprovechado con diligencia por mi apoderado para la venta de mi Estancia San Martín y algunos ganados, en los pocos meses pasados hasta que el Gobierno volvió a confiscar mis bienes, me proporcionó los únicos recursos para pagar reclamos, justos los unos e injustos los otros, y residir en este país alojado con moderada decencia, aún menos de la que se debe a mi nacimiento, a mi clase, y más que todo a la dignidad de la Patria, a quien serví por tan larga serie de años como Jefe Supremo del Estado"
"Llegado el momento en que veía reducir esos únicos recursos para vivir, ansioso a la vez de no ser una carga para mis amigos, ni para nadie si posible fuese, me decidí con sus restos y algunos otros fondos que me facilitaron, a ocuparme de algo en el campo. Pero las dificultades conque hay que luchar en estos países en las elaboracioes rurales, y más que todo, lo muy corto de mis recursos, me obligaron a reducir mi trabajo a una escala tan pequeña que poco podía darme, aconsejándome también la prudencia devolver lo que debía antes que pudiera comprometerlo. Igualmente decidí dejar la casa habitación en Sothampton, y pasar a residir en los pobres ranchos de la pequeña chacra donde escribo esta".
"En este caso llego el acercarme a Uds. para solicitar el arreglo del precio de mis servicios y su entrega, sobre lo que, como en orden a ningún otro asunto, ninguna carta recibí de mi primo el Señor Dn. Nicolás en mi desgracia, sin duda por temor a las circunstancias de ese País".
"Mi amigo (Terrero) me prometió en 24 de Enero una contestación de usted, que ahora tengo en carta del mismo, datada a 26 de Abril último, que importa una completa negativa".
"No la esperaba, y menos fundada en la falta de documentos que prueben los servicios de mi solicitud, que son tan claros. Si esa negativa viniese del desconocimiento de aquellos, sería injusta y cruel; pero fundarla en la falta de comprobantes, siendo el hecho mismo tan conocido, es además hasta injurioso. Vale tanto como llamarse impostor".
"Mi primo el Señor Dn. Nicolás me hizo ofertas para el caso en que yo las necesitase, por el órgano reservado de nuestro respetable amigo el Señor D. Juan N. Terrero, asegurándome además por el mismo ser mi dicho primo (el Esposo de Ud.) mi verdadero y fiel amigo, y de que solamente las circunstancias del País lo obligaban a no escribirme".
"Sostener hoy mi reclamo, importa ya más que una necesidad. Importa además mi reputación".
"¿Como pudieran ustedes negar y sostener que no fuí el poblador, fomentador y administrador, de 1818 hasta 1830, de las muchas Estancias, con numerosos ganados, en el Sud de la Provincia de Buenos Aires, pertenecientes a mis primos los S.S. Dn. Juan José y Dn. Nicolás de Anchorena, cuando es notorio en toda la Provincia?".
"Si personas en particular debieran nombrarse para probarlo, viven los Señores Dn. Juan N. Terrero, Dn. Juan B. Peña, Dn. Manuel José Guerrico, Dn. José María Roxas, Dn. Felipe Arana y los muchos más que puedan relacionarse".
"Siendo todo lo expuesto innegable, y no habiendo recibido alguna vez suma alguna en recompensa de mis servicios, ¿como pudiera resistirse la entrega de su importe?".
"Por más que mi amistad y deferencia hacia mis primos fuese tanta como es bien sabido, ¿por donde pudiera creerse que mis servicios debieran entenderse gratuitos, y mucho menos que ellos así lo hubieran aceptado?".
"Con repetición mi primo el Señor Dn. Juan José, y posteriormente a su fallecimiento el Señor Dn. Nicolás, me instaron para que arreglásemos ese negocio; fuese fijando yo una suma por todo, una mensualidad, o como quisiera. Sin embargo mi ninguna necesidad entonces, mi constante presencia a la cabeza de los negocios públicos, sin descanso alguno, y las circunstancias del país después de mi descenso, todo contribuyo a la demora".
"De ese modo corrió el tiempo hasta que se hizo imperiosa mi necesidad, y los arreglos que debo dejar escritos y consignados para mis herederos, mis acreedores, mis amigos, mis enemigos y mi Pátria".
"Espero en su virtud, que en vista de lo expuesto, tomando Ud. nuevamente este asunto en consideración, será arreglado con mi apoderado el Señor Dn. Juan N. Terrero, y entregado al mismo el importe de mis servicios. Siento molestar a Ud. con esta carta, pero no debo ya valerme de otro medio que el directo. Reciba Ud. mi apreciada Señora las seguridades de mi fina amistad y los sentimientos de mi respetuosa consideración; Juan M. de Rosas".
Dejo librado al lector el juicio que sugiere ente interesante documento; cuya copia fiel poseo en mi archivo, escrita de puño y letra de mi bisabuelo Manuel Alejandro Aguirre, marido de Mercedes de Anchorena, hija de don Juan José?
A la vuelta de dos años, el 22-V-1866, Rosas le expresaba a su perdurable confidenta Pepa Gómez; "los que se decían mis amigos, al morir, ni antes, nada, absolutamente nada me han dejado. El Sor. Dn. Nicolás Anchorena ni me escribió, ni pagó más de sesenta mil pesos fuertes metálicos que me debía. La Señora doña Da. Estanislada se ha negado, como sus hijos, a pagarme esa suma, que con sus réditos monta a más de ochenta mil pesos. Mi primer amigo el Sr. Dn. Juan Nepomuceno Terrero le entregó una carta mía hacen dos o más años; carta que hasta hoy no ha sido contestada. Cuando se publique esa mi carta, o antes, la verá Ud. y verá algo más en orden a la ferocidad de los hombres ... ".
El crédito contra los Anchorena en el testamento de Rosas
Tiempo atrás, el 28-VIII-1862, Rosas había redactado su testamento ológrafo, que fechó en Southampton y firmó tres días más tarde, el 31 de dicho mes. Diez años después, el 8-VIII-1872, el testador resolvió modificar algunas disposiciones del primitivo manuscrito en un extenso codicilio, que, finalmente, transcurridos cuatro años, procedió a legalizar el 22-IV-1876 en Burgess Farm, ante los testigos Henry Bancroft y Alfred Ede, cual lo prescribía la ley inglesa.
En esa larga meticulosa y solemne manifestación de voluntad postrera, el causante sustituyo a su anterior albacea Lord Palmerston (Enrique Juan Temple, ex Ministro de la Reina Victoria fallecido en 1865) por su hija Manuelita y su yerno Máximo Terrero; y en lugar de estos, si fallecieren, a su "primer amigo y compañero" Juan Nepomuceno Terrero; y si también todos ellos murieren, a sus nietos los hijos de Manuelita; precisando que en los casos dudosos, dichos albaceas tomaran consejo de su noble amigo José María Roxas y Patrón.
Tanto en la primera disposición, como en el posterior codicilio, Rosas enumera uno por uno sus cortos bienes. Dispone como deben pagarse sus deudas y las cantidades que sus amigos le han facilitado para atender su subsistencia. Lega sus libros y papeles a Manuelita, y a Roxas y Patrón "el pabellón" que le acompañó en la expedición al Desierto junto a la espada de puño de oro regalada por la Legislatura, que ? aclara ? "esta sin la vaina que he vendido para atender mis urgentes necesidades". En cuanto al sable corvo de San Martín, se lo deja a su "primer amigo" y consuegro Juan N. Terrero, y en defecto de este a su esposa Juana Muñoz y Ravago y a sus hijos. En esa prolija distribución, el causante no se olvida de sus sirvientes y peones, para quienes reparte pequeños legados; y Mary Ann Mills, su ama de llaves, resulta favorecida con el mobiliario de su "rancho" en Burgess Farm. "Mi cadáver ? ordena Rosas ? será sepultado en el cementerio católico de Southampton, hasta que en mi Pátria se reconozca y acuerde por el Gobierno la justicia debida a mis servicios. Entonces será enviado a ella previo permiso de su Gobierno, y colocado en una sepultura modesta, sin lujo ni aparato alguno", junto al cuerpo "de mi compañera Encarnación, el de mi Padre y el de mi Madre ... ".
Respecto del crédito contra los Anchorena, don Juan Manuel lo explicitó así en su testamento ológrafo de 1862; "Artículo 24º.- En el largo período de mis ocupaciones públicas, no me fué posible arreglar con los Señores Dn. Juan José y Dn. Nicolás Anchorena el precio de mis servicios y de mis gastos en su beneficio. Después, durante el tiempo de mi administración y como Jefe del Estado, siguió aún mayor esa imposibilidad. El tiempo no me bastaba ni aún para el más preciso descanso. Y desde el dos de febrero de mil ochocientos cincuenta y dos, nada he escrito al Señor Dn. Nicolás, ni después de su muerte a su Viuda la Señora Da. Estanislada (esto lo estampó Rosas en 1862), ni a sus hijos, porque el silencia de aquellos y de estos me hacía conocer sus temores. Y aunque el Sor. Dn. Juan Nepomuceno Terrero me hizo bien conocer, en alguna de sus cartas, finos ofrecimientos hacia mí del Sor Dn. Nicolás, como este nada me escribió, ni me dijeron sus hijos cuando vinieron a Europa, yo también creí prudente continuar en el mismo silencio, puesto que las circunstancias del país, y las mías, podrían mis cartas causarles algún mal. Pero muerto yo, mi albacea debe arreglar ese asunto, pidiendo yo el importe de esos mis largos y muy riesgosos servicios, pues que les fundé y cuidé varias estancias en los campos entonces más expuestos a las invasiones de los indios, cuando estos, el año 1818, sus primeras tolderías empezaron en la Cabeza del Toro, a la corta distancia de tres y cuatro leguas del Salado, y seguían numerosas sin interrupción a esas estancias de los S.S. Anchorena, que poblé y cuidé más de doce años. El Sor. Dn. Juan José Anchorena, y después el Sor. Dn. Nicolás, su hermano, varias veces quisieron entregarme el dinero en que yo estimase mis servicios, manifestando siempre el desinterés con que les servía; y por mis ocupaciones públicas, así, de acuerdo entre ambas partes, dejábamos ese arreglo para mejor oportunidad. Después de mi retiro de la vida pública, en los once años corridos, he tenido sobrado tiempo para meditar y arreglar el precio de mi trabajo. Considero justo que se me abone por los herederos de mis primos los S.S. Dn. Juan José y Dn. Nicolás Anchorena y sus Viudas, o ya sea por la testamentaría, 200 pesos fuertes metálicos, en cada mes, que en doce años son 28.000 pesos fuertes metálicos. El rédito en 23 años desde el 30 (1830) al 6% (monta) $ 39.744 (más, o sean) $68.544. Se suman a ellos $ 4.000 que entregue a Dn. Urmestada Ramírez para las compras, gastos de peones y demás en las conducciones de las haciendas a los Inojales y a los Toldos Viejos, donde lo mataron los indios, como a todos los peones; y mis gastos ($6.000) en las comisiones de Sta. Fé, Entrerrios y en otras diferentes empresas patrióticas por cuenta de los S.S. Dn.Juan José Anchorena y Dn. Nicolás Anchorena". Todo lo cual monetariamente importaba "setenta y ocho mil quinientos cuarenta y cuatro pesos fuertes metálicos". ($ 78.544).
Para poner término a este lamentable asunto de Rosas con los herederos de los Anchorena, recordaré el siguiente episodio; al finalizar el año 1873, Juan de Anchorena, hijo de don Nicolás, fué nombrado Director del Banco Nacional. Con este motivo, el diario Standart de Buenos Aires, redactado en inglés, refirióse a la personalidad del flamante funcionario, y a la actuación histórica de su influyente familia, de la cual ? manifestaba el Standart ? Rosas había sido "capataz" de sus estancias. Al enterarse en Inglaterra del aludido artículo, Máximo Terrero, yerno de don Juan Manuel, le dirigió a Juan de Anchorena esta enérgica carta, que ? aunque parezca increible ? no tuvo contestación.
"Londres 17 de Febrero de 1874".
"Sor. Dn. Juan Anchorena".
"Buenos Aires"
"Muy Sor. mío".
"Se lee en el número del Standart, que se publica en esa en inglés, fecha 28 de Diciembre del año último 1873, el artículo de que acompaño copia impresa, con motivo de la elección del nuevo Directorio del Banco Nacional del cual Ud. forma parte"."Como no encuentro en los números siguientes del Standart, también recibidos, la rectificación que tal artículo merecía de parte de Ud., al mencionarse allí el nombre del General Rosas, espero que si no lo ha hecho Ud. posteriormente, no demore hacerlo luego de recibir esta, pues de lo contrario me veré obligado a preguntar a Ud., públicamente, cuando ni como Rosas fué el capataz del Sor. Dn. Nicolás Anchorena, padre de Ud. u otras personas de esa familia, y sobretodo, con que lo recompensaron o que sueldos pagaron al Capataz".
"Los servicios prestados a Ud. por ese Capataz son notorios en ese país, así como a él deben la fortuna de la que hoy disfrutan. Fortuna que aseguraron las inmensas propiedades rurales que les hizo adquirir y valer el Capataz Rosas, nunca remunerado"."Se menciona también en ese artículo, el nombre del respetable tío de Ud. Don Tomás Manuel de Anchorena, como uno de los diputados que firmaron el acta de la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, pero no olvide Ud. que si ese acto merece ser recompensado históricamente, no lo es menos el de aquellos que lo hicieron efectivo, es decir, que lo llevaron a cabo con su esfuerzo y espada".
"Entre esos nombres resplandece el del Ilustre General Don José de San Martín, quien al testar, legó su gloriosa espada al General Rosas, por los servicios prestados a la patria en defensa de sus derechos, honor e Independencia"."Quiera Ud. pues, en honor y justicia al General Rosas, llevar a cabo esa rectificación y creerme de Ud. affmo. S.S.: Máximo Terrero".
También desde Burgess Farm, el 25 de octubre de aquel año 74, Rosas le escribió a Leonardo Pereyra; "Después de la triste muerte de mi amigo el Señor Dn. Simón (padre de Leonardo), quien, luego de mi separación de la vida pública y de mi Patria, manifestó a mi Apoderado amigo, el Señor D. Juan Nepomuceno Terrero, su amarga pena y, ... me hizo íntimas ofertas para auxiliarme en mi desgracia. Esto mismo me repitió por Máximo (el marido de Manuelita) al retirarse este para Europa en ese tiempo". Y continuaba Rosas (en vano, pues nunca obtuvo respuesta); "... animado por las noticias que tengo del buen corazón de V., y de los recuerdos que hace de su digno Padre, y de su amor filial, pienso haber llegado el caso de recurrir a V., por si atento a mi pobre situación le es posible ayudarme anualmente. Si así fuera, las cantidades con que V. me auxilie serían devueltas, con el aumento del moderado interés que V. señalase, cuando mis propiedades me sean entregadas, o cuando me paguen los S.S. Anchorena y los herederos de la Señora Da. Estanislada, la grande suma que deben por los muchos años que me ocupé en poblar y administrar sus estancias e inmensos ganados, librándolos de los robos de los Indios, muchas veces con riesgo de mi vida, según, es bien sabido de muchísimas personas, sin haber recibido jamás ni un cuartillo, ni cosa alguna que lo valga. Ni contestó la Señora Estanislada a mi carta pidiéndole mi dinero. Carta que puso en sus propias manos mi amigo el Sr. D. Juan Nepomuceno Terrero. Y si muero antes de la devolución de mis bienes, o de que los S.S. Anchorena me entreguen la suma que me deben, mi Albacea hará el abono de las cantidades con que haya sido yo auxiliado por mis buenos amigos, cuando mis propiedades sean devueltas o entreguen los S.S. Anchorena lo que me deben, según todo así lo dispongo yo en mi testamento ... ".
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