Notas |
- Don Ricardo del Cerro, era un señor sencillo y severo que traducía en cada uno de sus actos la dignidad substancial de su vida.
Pertenecía a una generación armoniosa, a la que debía el País la evolución económica que le permitió alcanzar los beneficios de la riqueza, y presentarse ante al mundo como una de las potencias jóvenes mas venturosas.
Don Ricardo del Cerro, era el prototipo de nuestros estancieros cultos, que había llevado a la campaña la civilización y los sistemas y métodos que la engrandecieron, dándole esas características que la distinguen por su inigualable fecundidad y poderío.
Tenía el orgullo de su tierra y estaba compenetrado de la trascendencia de su labor a la que atribuía, en su silencioso esfuerzo libre de vanidades, mucha mayor significación por lo que beneficiaba a su colectividad, que por lo podía traducir para él en utilidades, la nobilísima explotación a la que se dedicaba.
A estos hombres, soldados sinceros de un ideal de mejoramiento y de grandeza, debe sin duda la República mucho de lo que ha alcanzado en su marcha incesante.
De abolengo Español y educado en Inglaterra, unía a la tradicional hidalguía de los señores argentinos, la sobriedad de un gentleman.
Ajeno a la ostentación vivía alejado de todo lo que pudiera herir la sincera línea de conducta de su rectitud y su concepto ecuánime de las cosas le había dictado.
No lo gobernaron las pasiones, ni el interés lo desvió jamás de su deber.
Tenía un sentido de la modestia y amaba refugiarse en ella, porque lo animaba la elegancia sencilla de los que pertenecen a la aristocracia natural y espontánea.
Todos los que lo conocieron descubrieron en él, dando realce a su figura atrayente y a sus maneras suaves y cariñosas, la personalidad definida de un hombre que ha comprendido su misión en la vida y da a cada cosa, su valor propio y significativo.
Un hombre así no podía ser sino jefe de un hogar modelo, reflejo de su espíritu y de su cordialidad jamás desmentida.
En él formó los afectos definitivos y difundió el hermoso ejemplo de la vida serena y sencilla, de un caballero sin tacha, ni reproche, dejando el recuerdo de una existencia que brilló por la sinceridad y la nobleza de sus sentimientos.
Por eso cabe decir sin desbordar el marco de la realidad, que los hombres como Don Ricardo del Cerro pueden presentarse a las generaciones actuales, como el prototipo del argentino de una época constructiva, hasta el cual jamás llegaron las tendencias disolventes, ahogadas por el culto de las virtudes patrióticas, las que practicó con naturalidad, sin alardes, como corresponde a un señor de su estirpe.
por Norberto Gorostiaga
PUBLICADO EN BUENOS AIRES POR EL
DIARIO DE LA TARDE
EL 23 DE DICIEMBRE DE 1937.
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