Notas |
- Leocadia Francisca Xaviera Ignacia de Riglos y Torres Gaete, la cual nació el 26-X-1709 y fue bautizada "de socorro" por el Padre Pedro de Ledesma, de la Compañía de Jesús. Después, el 29-VI-1710, en la Catedral porteña, el Deán Domingo Rodríguez de Armas le impuso óleo y crisma a la criatura, llevada a la pila por sus padrinos el Tesorero Antonio de Anuncibay y su hija Constantina de Anuncibay. El 29-1-1729 Leocadia se casó con Nicolás de la Quintana.
Leocadia de Riglos sobrevivió más de una década a su marido; hasta 1778, en que ella expiró a los 70 años cumplidos. De la intimidad de su vida - fuera del cargo de Abadesa de la tercera orden franciscana - nada he podido saber. Unicamente en los protocolos notariales - que nunca supo firmar - pueden encontrarse vestigios de su persistencia en el tiempo a través de compraventas de algunos esclavos y de otras escrituras que hizo suscribir por gentes de su confianza, antes y después de la muerte de su marido.
Así, verbigracia, el 17-V-1758, ante Juan Antonio Carrión, la señora le compró a Ignacia Gari, viuda de Antonio Martínez, en 350 pesos, una negra nombrada Rita de 18 años. Y el 29-V-1759, ante el mismo Carrión, ella manifestó; "que por que tengo por mío propio un negro mi esclavo nombrado Francisco, oficial peluquero, como de 30 años, que compré de los bienes de la testamentaría de don Roberto Yunget, médico que fue de esta plaza, y (el fígaro motudo) me ha pedido le otorgue Carta de Libertad por la compensación de 300 pesos", declarábalo "por libre de captiberio y servidumbre, para que desde el día de la fecha en adelante goze de toda livertad".
Posteriormente, el 26-III-1767, como albacea de su marido, doña Leocadia dió fianza, ante el Escribano Conget, para ser designada tutora de sus hijos por el Alcalde de 2º voto y Juez de Menores Manuel de Basabilbaso. Y cuatro años más adelante, en 1771, en oportunidad de casarse su hija María Rosa con el Coronel de Dragones Juan Antonio Marín (mis antepasados), la viuda de Quintana dotó a la contrayente con dineros, vestidos y alhajas por valor de 7.092 pesos y 4 reales. (Ver los detalles de esta Carta Dotal en el apellido Marín).
Fallecidos don Nicolás y doña Leocadia, sus hijos herederos legítimos, por escritura del 25-IX-1779 ante el Escribano Conget, convinieron la manera de "dividir entre ellos amistosamente sin pleito, el residuo del precio de la casa que quedó de nuestros padres" (morada que compró el heredero Lajarrota para su yerno Agustín Casimiro de Aguirre); de cuyo precio - (22.000 pesos) "se ha de sacar el quinto de la mitad del caudal perteneciente a nuestra madre doña Leocadia de Riglos, quien mejoró en él a su hija doña Narcisa (de Espinosa) nuestra hermana". El documento expresaba también "que por parte de unos de los herederos se han suxcitado dificultades y reparos, que no solo destruirán la buena armonía de la familia, si también demoraran el negocio de que se trata, con grave perjuicio de los interesados. Los hermanos Quintana Riglos acordaron, uniformemente, nombrar al Coronel Marcos José de Larrazabal - su cuñado -, "por la satisfacción que tenemos de su buen juicio y talentos", liquidador de las sucesiones paterna y materna, junto con el contador Custodio Braga.
El heredero suscitador de dificultades a que se refiere la escritura anterior fue Ignacio de Irigoyen, marido de Francisca de la Quintana, el cual estamparía en su testamento ológrafo, fechado el 22-II-1784: "Prebengo a mis albaceas que algunos albaceas de las testamentarías de los finados mi suegro y mi suegra, sin la menor formalidad de inbentario, tasación de alajas y demás vienes, muebles, hizieron partición y dibición así del valor de dichos bienes muebles como del producto de la venta de la casa a don Agustín Casimiro de Aguirre, a cuya venta asentimos mi Muger y yo sin proceder el preciso consentimiento". Según Irigoyen, los liquidadores de los bienes sucesorios de sus suegros, "entre ellos se partieron la parte que a la citada mi Muger lexítimamente le tocaba, bajo pretexto de haserse pago, en parte, de lo que yo debo a dichas testamentarías por cesión hecha de un pagaré mío de tres mil pesos, por mi cuñado Don Xavier de la Quintana, que solo le devía dos mil y quinientos pesos". Como se echa de ver, en tratándose de repartir dineros la codicia sale a campear por sus apetitos en cualquier época de la historia.
Piñuflerías aparte, la hidalga condición del linaje de Quintana, había merecido un categórico reconocimiento por parte del Cabildo en su acuerdo del 19-XII-1762. En tal circunstancia leyose un informe del Procurador de la ciudad Manuel Vicente de la Colina Prado, quien, al opinar sobre una "Información de nobleza y genealogía" presentada al cuerpo por Francisco Xavier de la Quintana, manifestó que la aceptaba totalmente "por constarle de público y notorio ser cierto quanto en ella se expresa". Sus colegas, entonces, declararon por unanimidad que a todos ellos les constaba "lo distinguido de la familia De la Quintana", y que los antepasados del susodicho Francisco Xavier habían ocupado, "en esta República", "los primeros empleos en los estados eclesiásticos, políticos y militares".
por Carlos F. Ibarguren
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