| Notas |
- Gerónima había heredado en 1728 - cuando se distribuyeron los bienes de su padre - "las casas" de morada paterna, sobre las que pesaba un censo de 200 pesos, constituido por ella a favor del Hospital salteño, siendo ya viuda, el 18-XII-1751, ante el Alcalde Josef Cabrera; gravamen que aceptó por dicha institución el Mayordomo de la misma León Refoxos. Y seis meses después, el 15-VI-1752, ante el Escribano López Zevallos, Gerónima Castellanos viuda" y su hijo Agustín Niño Castellanos, hipotecaron por un plazo de 8 años, la referida vivienda al mismo "Hospital del Señor San Andrés", en garantía de aquel censo. Dicha casa componíase "de sala, aposentos bien tratados, con sus puertas, cubierta de tejas, con la mitad del patio, corral y huerta"; y lindaba por el Oriente con casa de Paula Ramírez, viuda de Josef Molina; por el Poniente con sitio del Maestro Pedro Pablo Diez Chaves; por el Sur con la calle real; y por el Norte con el tagarete y las casas del hermano de la propietaria, el vicario Francisco Castellanos.
Casi una década más adelante, el 12-V-1760, Gerónima Castellanos estando "en cama de enfermedad corporal que Dios Nuestro Señor se ha servido darme", otorgó su testamento ante el Notario Miguel Ruiz de Llanos y los testigos "llamados y rogados" Gabriel Arias Velázquez (que firmó a ruego de la causante), Antonio Cuello y Antonio Arcos. Dispuso la señora que se enterrara su cadáver en la Iglesia Matriz "amortajado con el hábito del Señor San Francisco" y que sus funerales se pagaran con el quinto de sus bienes; los cuales resultaban las "casas" de su vivienda (que sabemos), cuya morada - excepto la tienda y traspatio que había dado en dote a su hija Gragoria - la testadora dejaba a su hijo Agustín, junto con dos esclavos negros; Felipe y Lorenza. Nombró albaceas; en primer término a su hermano el maestro Francisco Castellanos "cura Rector Vicario Foráneo y Juez Eclesiástico de esta ciudad"; en segundo "a mi hijo Agustín, comandante del Real Presidio de San Fernando del Valle"; y en tercero, a Juan Blanco.
por Carlos F. Ibarguren
|
