Notas |
- Nota necrológica del diario La Nación, del 13-9-2002:
ADOLFO JOSÉ GÜIRALDES
EL FALLECIMIENTO
Quizás en la despedida el viento traiga un estilo, y tras el responso parezcan oírse aires de milonga, porque ésa fue una de las principales compañías que tuvo en vida Adolfo José Güiraldes, un cultor de las cosas de nuestra tierra, que trajinó por el campo durante 89 años hasta ayer, el día de su muerte, y que será sepultado hoy, a las 11, en el cementerio de San Miguel del Monte.
Fue allí, en Monte, en su estancia El zorro, donde prefirió vivir. Se radicó en la tierra de sus mayores maternos, los Videla Dorna, pero a leguas nomás de los pagos de San Antonio de Areco, lugar en el que su apellido paterno resume una distinción en el culto tradicional en dos vertientes: el patriciado criollo de sus abuelos, Güiraldes y Guerrico, y la herencia cultural de un escritor argentino, Ricardo Güiraldes, de quien fue sobrino.
Hijo de José Antonio Güiraldes y Elsa Videla Dorna, Adolfo fue con el tiempo convirtiéndose en casi una leyenda campera. Trazar una semblanza de él es evocar la idealizada presencia de la cultura argentina, acuñada en las antiguas conductas y las costumbres típicas. Pero, más que un intérprete de aquello, Güiraldes fue más bien una extensión, refinada por el tiempo, del criollo creador de esa personalidad que nos distingue.
Se lo recordará como un exquisito bailarín de las danzas nativas, pero su legado está más allá de esa figura airosa que encantaba la rueda: Güiraldes fue un argentino que, vistiendo las prendas camperas o en la solemnidad elegante de los salones, también dio muestras de personalidad de una clase de hombres por cuya extinción solemos preocuparnos.
Bailó, guitarreó, cantó, animó con naturalidad la rueda de fogón tradicional, galanteó la reunión social y despertó la curiosidad por el pasado costumbrista del país. Conoció bien lo que es el gaucho devenido en paisano de estancia, amparó desprotegidos, fue aplomado patrón de estancia y uno más en el rodeo.
Cuidó e hizo de protagonista en la clásica película de Manuel Antín "Don Segundo Sombra". Con todo, no le fue extraño el destino de su país; fue líder rural por antonomasia, se hermanó con las peonadas, desechó esa condición de ser líder y prefirió la de compañero, la de aparcero y de amigo de mano tendida.
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