Notas |
- Educador, diplomático y militar.
Siguiendo la tradición familiar, en 1885 revistaba en la Compañía de Aspirantes del Colegio Militar de la Nación. En 1892 fue ascendido a Teniente 1° y para 1896 había sido designado mayor del 2° Batallón de la División “Buenos Aires”. En marzo de 1906 el Ministerio de Guerra le concedió licencia por seis meses para que pasara a residir en Alemania.
En abril de 1912, en su calidad de Teniente 1° de la Sección Reserva, solicitó permiso para radicarse en Génova, siéndole concedido por el vicepresidente de la república.
Por esa época, finalmente desencantado con la vida de cuartel, dejó el servicio e ingresó en la vida diplomática: en 1913 actuaba como cónsul auxiliar en esa ciudad.
En agosto de 1916, Urien era cónsul de primera en Milán. Sin embargo, a raíz de ciertas desavenencias con Martín Lucero, encargado de negocios ad interim en Italia, fue trasladado al consulado de tercera clase en la República de Dublín, cargo que ocupó hasta 1918.
En 1919 se desempeñaba como subdirector del diario “La República”, hasta ser designado cónsul en Suiza, con asiento en Ginebra, donde actuaba en 1922.
En 1924 fue nombrado vicecónsul en Alejandría, Egipto, regresando a Buenos Aires en septiembre de 1925.
Tras décadas de residir en Europa, entre 1926 y 1931 ocupó el consulado argentino en Costa Rica, y allí fue donde Urien alcanzó su máxima expansión, dejando una huella indeleble en aquel pueblo, prestando especial atención a la mejora de las condiciones de salud y educación de los niños locales. Fue con este fin que el 31 de octubre de 1929 fundó el Jardín de Infantes.
Con motivo de la colocación de un cuadro de Sarmiento en el aula magna de la Escuela “República Argentina”, en Heredia, el 9 de julio de 1926, Urien pronunció las siguientes palabras:
“Alguien ha dicho que el lado brillante de la historia de la civilización es la historia de las ciencias; y esta historia de las ciencias está por escribirse todavía.
¿Será acaso la misión de nuestra América, la de abrir nuevos rumbos a los destinos de la humanidad, modificando el erróneo concepto en que ésta ha fundado hasta hoy el principio virtual de su pasado?
La ley de progreso que es ley evolutiva, exige con imperio esta reforma y no es aventurado afirmar que este mandato superior y providencial ha sido dirigido para su cumplimiento al sentir pujante de esta nueva civilización que se levanta.
Todo así lo anuncia. Y en esta aula que desde hoy vivificará con su espiritualidad potente un príncipe de la mentalidad y acción, Domingo Faustino Sarmiento, han de forjarse los obreros de mañana, a quienes nosotros entregamos hoy la herencia que recibiéramos de nuestros antepasados, limpia de pasiones y prejuicios, para que a su vez y a su tiempo la armonicen fecundándola; que en esta aula, repito, se elabore el ideal supremo americano.
Vosotros habéis dado ya un gran paso hacia él, que es necesario ampliar y propiciar.
Que vuestra ley de naturalización centroamericana, abarque a todo el continente sin limitación. Que la hermandad sea un hecho basado en la fe, la justicia y el amor.
Y que las fronteras que limitan los estados sean simples líneas abstractas, que permitan el abrazo y el ósculo espontáneo y puro de los venturosos hijos de estas tierras de promisión.
Son estos mis votos y mi esperanza”.
Su amiga Carmen Lyra (1887-1949), escritora, pedagoga y política costarricense, publicaba su semblanza en el Repertorio Americano, Semanario de Cultura Hispánica, N° 9, Tomo XXII, (Costa Rica, 7 de marzo de 1931):
“Durante cinco años algunas de las calles de NE de San José, fueron transitadas casi todas las mañana por un viejo de noble porte, bien afeitado, vestido con pulcritud, gafas negras, marcha balanceada y bastón al hombro, como portan los soldados el rifle (reminiscencia quizá de su época de militar). Detenía el paso ya para quitar una cáscara de la acera — no fuera a ser cosa que alguien resbalara y cayera — ya para evitar que un muchacho pegara a uno más débil o bien para acariciar la cabellera de un niño o para ayudar a quien lo hubiere menester.
Pero ya los que acostumbraban encontrar a su paso al anciano caballero, no lo verán más, pues hoy, 20 de febrero de 1931, se embarcó con rumbo a su patria, la República Argentina…
Pocas personas de las llamadas importantes, se dieron cuenta del paso de este hombre por aquí. ¡Tienen tantas cosas inútiles que hacer, las personas importantes! También pasó inadvertido en el mundo diplomático. El trató de explicarme el por qué no frecuentaba tan elevados planos:
— Es que yo soy apenas un cónsul de segunda orden, y los cónsules somos para los asuntos comerciales, mientras que los diplomáticos tienen que ver en los trascendentales, — Y levantaba la diestra para dibujar en el aire una vaga espiral.
Yo me reía y le preguntaba: — ¿Asuntos trascendentales llama Ud. estos de importar champagne sin pagar derecho alguno para luego venderlo obteniendo una gran ganancia, dar comidas alumbradas por candelas de cera de colores según la última moda de los snobs, enredar las líneas imaginarias de las fronteras y provocar conflictos para salir de los pobres, conseguir que un país reconozca a un gobierno después que los respectivos presidentes se han tratado mutuamente de ‘grande y buen amigo’, etc., etc.?
Además, yo comprendí que para una alma sin encrucijadas como la suya, hubiera sido imposible andar entre seres importantes y diplomáticos…
En algunos círculos fue considerado como excéntrico, en otros como intransigente e intolerante. Supongo que se debió a su manía de expresar con pasión lo que pensaba. Parecía no comprender que la mejor manera de hacerse simpático a sus semejantes es tomar sonriendo, como artículos de fe, sus torpezas, mentiras y demás puntos de vista…
Tuyo en Costa Rica unos dos o tres amigos, personas de verdadero valor y por lo tanto sin la menor campanilla en el nombre. Después su amistad anduvo con los humildes, las mujeres y los niños. Casi puedo asegurar que lo que le pareció más digno de atención entre las relaciones que hizo aquí, fueron las mujeres (Puede que tal suposición haga sonreír a cualquier obsesionado, pero he de declarar, que éste ha sido uno de los pocos hombres que he encontrado en mi camino que me han dado la impresión de que trataba de sacar las cuestiones sexuales del dominio de lo sucio y del pecado para elevarlas al de lo admirable y digno de respeto)...
El día en que don Arturo Urien llegó a la Escuela Maternal, figura como uno de los más faustos en la historia del establecimiento.
Cuando le explicamos la forma en que trabajábamos y le contamos que nuestro mayor anhelo era mantener sanos, limpios y alegres el cuerpo y el espíritu de los niños que nos rodeaban, pidió permiso de seguir visitándonos. Y desde entonces, durante más de dos años, llegó a la Maternal cada mañana. Sólo faltaba cuando estaba muy enfermo. Enseguida lo quisieron los niños. Al verlo entrar, dejaban su juego o su trabajo, corrían a su encuentro y se le colgaban de los brazos como de las ramas de un árbol.
Lo primero que hizo, fue calzar cuanta patilla descalza había en la escuela. Le mortificaba pensar en aquellos pies desnudos, expuestos a los anquilostomas y a las numerosas infecciones posibles en los climas tropicales. Gracias, pues, a un extranjero, los pies de un buen número de niños costarricenses han ido protegidos por el suelo de su patria.
Y en cuanto una carilla pálida y marchita se acercaba a sonreírle, ya estaba él pensando en la leche y el bacalao, para que la salud volviera a encender el pequeño rostro apagado.
— Hay que fortalecer a los niños física y moralmente — decía — para ver si algún día la tierra se vuelve habitable para el hombre.
Cuando nos veía desanimadas en nuestro trabajo, nos daba alientos: — Si queremos hacer algo efectivo, apoderémonos de los niños. En esto pienso como Lenin y los Jesuitas.
Tantas y tantas criaturas dejadas de la mano de Dios y de los hombres, que nunca podrán olvidar a don Arturo, aquel señor de anteojos oscuros y cabello blanco, ensortijado, sin asomos de calvicie, que todas las mañanas llegaba a la escuelita: Arabela, la chiquilla que hacía pensar en una ardillita enferma; Manuelillo Madrigal con su cara de prócer pobre, Carmen, Myrella, Jorgillo… Confiados se acogían a esta fuerza que al hacerles bien no pensaba en que estaba comprando un palco de platea en la gloria de Dios, sino en que es preciso que los niños tengan salud y vivan en una atmósfera de limpieza tanto en lo que se refiere al cuerpo como en lo relativo al pensamiento, si queremos que algún día la tierra sea un planeta habitable.
Es una obsesión en él esto de volver la tierra habitable, y el principal medio, a su juicio, es la educación, pero una educación basada en la verdad, en la observación científica y no en la mentira y el empirismo.
¿Y la Colonia Escolar Permanente de San Isidro de Coronado? Por negligencia de la mayor parte de la directiva (yo formaba parte de la parte negligente), la finca adquirida en ese lugar
con el fin de llevar al campo escolares débiles, había ido a parar a manos de un particular. Cuando don Arturo Urien lo supo, no volvió a estar tranquilo sino hasta que su empeño al frente del de unas cuantas personas de buena voluntad, consiguió que la propiedad pasara de nuevo a una directiva que la acondicionara para servir como establecimiento preventivo. Hasta entonces no había sido posible llevar ni un niño a ese magnífico clima. Después de eso, cuántos escolares han ido allí a almacenar salud para su vida futura! Sin la oportunidad que don Arturo Urien ayudó a ponerles en el camino, lo más probable es que habrían llegado a ser parásitos de la comunidad en donde vivieran — individuos para hospitales, clínicas, asilos de incurables, etc.
Es sobre todo a su esfuerzo que queda funcionando una sección de kindergarten en la Escuela García Flamenco, con todo el material necesario, que hasta su piano le dejó. El día de la apertura de este kindergarten, fue de fiesta para don Arturo. Tiene mucha fe en la educación pre-escolar. Aquí ningún Ministro de Educación ha hecho por la educación pre-escolar lo que hizo este Cónsul de la República Argentina. Cada lunes visitó el kindergarten de la Escuela García Flamenco y yo creo que nunca faltó a las reuniones de la directiva que vela por la vida de la pequeña institución.
Este viejo es un enamorado de la educación. Para él, en el momento presente el hombre más grande del mundo es Bakulé, el educador tchekoeslovaco.
La huella que don Arturo Urien, cónsul de segunda clase, dejó en Costa Rica, no la ha dejado todavía el diplomático más empingorotado.
He aquí labor verdadera de acercamiento latinoamericano e internacional, sin discursos ni cacareos por la prensa”.
La ensayista y cuentista Lilia Ramos Valdeverde, comentaba en el Repertorio Americano del 23 de julio de 1932:
“Don Arturo vino a Costa Rica en calidad de Cónsul de la Argentina, su patria. Recuerdo que se enojaba mucho cuando a alguien se le ocurría llamarlo extranjero. ‘Un indoamericano no puede ser extranjero en ningún país de Indoamérica’. La diplomacia es para don Arturo un medio para hacer el bien en todas las partes a que llega. Recordamos aquí una figura interesante de la diplomacia, al Conde de Gobineau, quien aprovechaba su Carrera para emprender ciertas investigaciones de carácter histórico.
Don Arturo, más que todo, desempeñó aquí y desempeña siempre, una labor docente: sin ser maestro de profesión, ni padre de familia, educa con su ejemplo, porque su vida. Es un espíritu que se renueva constantemente; sus actos de hoy están muy bien ligados con los anteriores. Pero, lo que más admiramos en esa renovación es que ella se efectúa dentro de una perfecta unidad.
Son tantas las cosas buenas que hizo don Arturo en Costa Rica y tantas las que continúa haciendo, que no podemos permanecer indiferentes ante ellas.
Muchos maestros visitaban a don Arturo, ya fuera en busca de su agradabilísima compañía, ya para obtener referencias de libros, o bien, con la seguridad de recibir éstos como obsequio. Un día hablábamos de la celebración de las fiestas cívicas. El no está de acuerdo en que sólo deben recordarse días determinados. El maestro debe, según su parecer, pensar cada día en su patria, con el propósito de buscar medios de dignificarla, de ennoblecerla, pues únicamente así se puede ser capaz de formar en los niños el verdadero orgullo ciudadano. Yo, que tampoco creo en esas jornadas de civismo en que se dicen mentiras en formas muy bellas, le pedía a mi amigo una idea para celebrar un 15 de septiembre. — Funde una biblioteca, me dijo — ¿Con qué dinero?, repliqué. — Vaya a la Librería Lines y escoja veinte volúmenes interesantes y que me pasen la cuenta. Además, agregó, dé la sugestión a otra maestra, para que funde un botiquín en esa misma fecha. Las boticas de la ciudad le darán muchas cosas que en esa escuela de ustedes hacen falta. Ambas ideas se llevaron a cabo.
Don Arturo hizo, siempre por su cuenta, una serie de publicaciones muy importantes. Obsequiaba con los folletos a los maestros, a los escolares y a todos aquellos a quienes interesara la lectura. Fue así como conocimos a Horacio Quiroga, a Frank Crane y a otros escritores más.
Su labor en la Escuela Maternal que dirige Carmen Lyra no puede ser más eficiente. Don Arturo fue para estos niñitos, un abuelo lleno de ternura y de preocupaciones por su suerte. (Hay mucha gente llena de preocupaciones que no pasan de estar en su magin). Don Arturo las tenía hasta que lograba hallarles una solución adecuada. La Escuela Maternal fue para él un gran campo de acción. Mientras vivió en Costa Rica, no quiso que estos chicos anduvieran ‘con las patillas desnudas’, y por eso les regalaba siempre los zapatos.
Ya ha comprado dos acciones para la edificación del local que se necesita. Desde la Argentina envió dinero para que en Navidad, sus ‘queridos pibes tuvieran juguetes’...
La actividad y el entusiasmo de don Arturo son inagotables. Los niños pobres de Buenos Aires le preocupan muchísimo, y esto lo ha hecho comprar un gran terreno donde se edificará, por su cuenta, una escuela al aire libre…
La huella que dejó don Arturo Urien en Costa Rica, es como la huella que deja el Sol en el surco: invisible, pero llena de un noble poder creador. Es una memoria con más fuerza que cientos de presencias. Ya lo decíamos al principio: su recuerdo no nos deja perder por completo la confianza en la vida”.
Al regresar a la Argentina, a comienzos de 1932, fiel a su convicción y misión humanista, Urien se retiró de la vida pública y compró con sus ahorros un terreno en Máximo Paz (provincia de Buenos Aires). Allí fundó una escuela a la que llamó “El Cortijo”, con la intención de convocar y educar a “cuanto pibe desvalido se le presentara”.
Lamentablemente, poco después, en agosto de 1933, Arturo Urien fallecía, quedando trunco este último proyecto de un alma desinteresada, bondadosa y gentil.
Con motivo de su fallecimiento, su amiga Lyra decía en el Repertorio Americano Semanario de Cultura Hispánica, N° 12, Tomo XXVII, (Costa Rica, 23 de septiembre de 1933):
“Era don Arturo Urien un viejo de noble apariencia, pulcro en el vestir, más bien alto, de tronco recio con una hermosa cabeza blanca sin el menor asomo de calvicie. El rostro moreno aceitunado, con unos ojos que se asomaban mucho al exterior, abiertos de par en par como para que entrara toda la luz, con una mirada que parecía invitar a su interlocutor a adentrarse en la conciencia limpia, sin polvo ni repliegues, ni rincones oscuros que su voluntad había ido lavando hasta dejarla así, como las manos de un trabajador que después de la faena se las friega bien con simple jabón y agua pura…
Fue este un hombre que se había ido haciendo joven conforme pasaban los años, al revés de los mortales, y así el correr de los días, en vez de robar energía y frescura a su espíritu, lo volvía ágil, fuerte y dispuesto a la renovación. La experiencia no agrió ni desilusionó su pensamiento, sino que lo hizo generoso, como el curso del tiempo vuelve generoso al vino hecho con buen mosto…
Pero si en Costa Rica no frecuentó la alta sociedad, frecuentó en cambio la de los niños, pobres que es algo así, con respecto a aquélla, lo que los bastidores de un rico decorado en una representación teatral.
Tenía todas sus esperanzas puestas en los niños de hoy y creía de buena fe, que la salvación de la sociedad está en la escuela. Decía que aun cuando la escuela es un instrumento del capitalismo, éste no puede impedir que las letras que la escuela enseña, sirvan de canal a las nuevas ideas.
Aquí en Costa Rica se entusiasmó, frecuentando nuestra Escuela Maternal, le interesó mucho lo que puede hacer la educación pre-escolar, creía con las personas amigas suyas que trabajábamos en ello, que es de primordial importancia, poner mucha alegría en las bases de la vida humana para que haya fuerza en la lucha futura.
Hay que defender a los niños — se decía con absoluta convicción. Y entonces, en vez de dar banquetes a los diplomáticos y personajes oficiales, empleaba el dinero que ganaba en calzar patillas descalzas para librarlas del anquilostoma, en alimentar niños hambrientos y en ayudar a las pobres madres que no tenían con qué pagar la casa.
En una ocasión fui a solicitar del Presidente de la República, que en ese tiempo era don Cleto González Víquez, se interesara en la construcción de un edificio adecuado para la Escuela Maternal y le conté lo que por los niños costarricenses desvalidos, hacía este cónsul que nos había mandado la Argentina. El único comentario al respecto que se le ocurrió al Presidente de la República fue el siguiente:
— ¿Aquel que dicen que es chiflado...?
— Sí — le contesté — dicen que es chiflado porque ahora llaman chiflado al hombre honrado y al que tiene un egoísmo diferente al de las gallinas con pollos, que no cubren con sus alas sino a las criaturillas que han salido de los huevos empollados a su calor.
Pero don Cleto no hizo caso de mis palabras. En general al Presidente de cualquier república de éstas, no le interesa mucho la salud de los niños del país que gobierna. Luego pensé también, que en los círculos diplomáticos y oficiales, no puede tener valor alguno un cónsul que no da banquetes ni asiste con plumas en el sombrero y cruces en el pecho a las recepciones, y que se interesa porque los chiquillos del país en donde sirve no tengan anquilostomas”.
Desde su residencia en Máximo Paz, el ex-cónsul dirigió varias cartas a su amiga costarricense, con informes sobre su proyecto: “Mi proyecto campesino marcha lentamente. La crisis tremenda que nos ha invadido, ha destruído mis cálculos. Esto sin embargo, yo continúo manteniendo el propósito y trabajando para ver si a la larga venzo. Si bien el dinero me falta, tengo a mi favor la ausencia de deudas, y trabajando la tierra e ingeniándome por otros medios voy a tantear de desfacer el entuerto. ¡Adelante con los faroles!
Y bien, ahora estoy en tren de resolver en forma más práctica, según me parece, el magno problema (se refiere a su escuelita al aire libre). Esta noche espero a un amigo que está interesado en el asunto, y actualmente ocupa un cargo de inspector de arte de las escuelas secundarias Falcini, a quien Amighetti, que supongo ya en Costa Rica, conoce por haberlo presentado yo cuando estuvo aquí y con el que espero poder darle una solución más acertada a todo esto. Además para diciembre tendré listo a Samuel que aún está sirviendo a la ‘patria’ y todos nos trasladaremos allá a capear el temporal. Pero aquí me asalta una idea que me hace sonreír: ¿Y todos los de esta nueva empresa, llegaremos a uniformarnos en el propósito? ¿Qué difícil y dura es la vida, eh? Bueno, no importa, adelante, viejilla, con los faroles. No estamos en este mundo para pasar mirándonos el ombligo como Ud. bien dice, y en consecuencia, hemos de apechugar con la vida tal cual se nos presenta, sin asco
y sin melindres.
Vengo de confirmar el primer derrumbe triunfal de mi proyectada colonia educativa que he denominado ‘EI Cortijo’ en Máximo Paz. Y espero que a éste, puede seguir algún otro derrumbe, lo que no dudo ha de producirme igual contento que el que me proporcionó el actual y que me ha de ofrecer un mayor acopio de fuerzas para poder seguir adelante con más bríos y mayor resolución. La pareja que llevé no ha podido ni sabido comprender la belleza de la realidad que me esforcé en inculcarles, mejor dicho, demostrarles práctica y teóricamente. No he podido vencer con los mejores razonamientos esa dura corteza y todos mis esfuerzos los veía estrellarse ante la codicia, la incredulidad y las manifestaciones bien marcadas del ambiente irrespirable de este medio. En fin de cuentas, es el resultado lógico que debía tener este primer paso en el momento y en el lugar elegidos. No he sido sorprendido pues. Esta aparente derrota, no es sino una justificación para el propósito. Si esta deformación de la vida no existiera, viviríamos más felices y en ese caso no habría sido necesario el esfuerzo y el ensayo. De modo que me consuela el saber que no estaba errado en mis juicios, y que la obra se impone y en consecuencia, el esfuerzo ha de redoblarse con serenidad y energía”.
Lyra termina su artículo diciendo:
“No resisto el deseo de transcribir aquí una carta suya en que comenta los momentos presentes. Se refiere al gobierno de su país, pero lo que dice se podría aplicar a cualquier gobierno capitalista:
‘El gobierno fluctúa y no atina a orientarse. Le falta comprensión y unidad. En una palabra, ignora su misión y el momento en que actúa. Conservador, sin darse cuenta hasta qué punto lo es, ensaya actitudes que resultan ridículas e inofensivas para sus propósitos, empleando viejos sistemas, que en el pueblo, hasta el menos avisado, bien conoce. En fin, se palpita ya que la liquidación de los viejos usos se avecina. No hay, pues, más que seguir en la brega. Nada de debilidades. Un esfuerzo más y habremos derrumbado hasta los últimos escombros. Pero esto obliga a preparar los elementos con que hemos de reedificar (Nota: aquí aparece la fe que tenía el viejo Urién en la escuela), vale decir, continuar la obra, esta vez en sentido verdaderamente positivo. Si la primera tarea fué ruda, la segunda debe ser formidable. Tendremos que superarnos, enrolándonos ahora también en las legiones de ‘ataque’ para demostrar así que no sólo servimos para destruir, sino también para construir’.
Al morir, encargó don Arturo Urien que quemaran su cuerpo y regaran sus cenizas en el suelo de la chacrita con su escuela al aire libre. Quería seguir identificado con su obra, que parte del polvo que formó su cuerpo anduviera entre el polvo que hollarían pies de niños.
¡Hermoso romanticismo el de este viejo, que brilla sobre esta época de la inflación y del tanto por ciento, como debe brillar la estrella de los Magos sobre los rascacielos de Wall Street!”.
Otro que recordó la figura del cónsul fue Rómulo Betancourt (1908-1981), político y periodista venezolano:
“Aquel diplomático no era de la misma estirpe palaciega y despreciable de los otros. Aquel anciano no tenía tampoco esa bondad negativa de los que ya no pueden ser pícaros porque su fisiología en bancarrota se los impide, sino que estaba en posesión de esa otra bondad juvenil y agresiva que se resuelve en descontento con las formas de vida existentes y en ansias de vida nueva.
Después, nos escribimos en muchas ocasiones. Me enviaba folletos, libros, literatura revolucionarios. Sus Su cartas estaban todas impregnadas de una enérgica fe porvenirista. Ante el espectáculo de la organización capitalista en franca decadencia, no adoptaba la actitud spengleriana de vincular a ella el fin mismo del proceso cultural humano. Enfocando el problema certeramente, sólo veía inminente el derrumbe de un determinado tipo de cultura, forjado sobre la espalda doliente de millones de explotados, para abrirle paso a una forma superada, y con amplia base humana, de cultura nueva. Era socialista, dándole a este concepto su prístino sentido y no la desnaturalizada interpretación contemporánea al uso entre los MacDonald y los Vandelverde.
En su interpretación de los fenómenos sociales acaso no era fiel a principios ortodoxos. En su ideario, las concepciones socialistas científicas se mezclaban con reminiscencias anarquistas y con acentuadas influencias del utopismo saintsimoniano. Asignaba una virtualidad exagerada al poder transformador de la escuela. Creía, con el mismo impulso generoso y desorientado con que Roberto Owen se dió a organizar colonias comunistas en Florida, que aun dentro del régimen vigente, los niños educados en escuelas de nuevo tipo podían llegar a realizar el tipo de hombre nuevo. La muerte le llegó precisamente cuando estaba levantando una escuelita de esa índole en una ‘chacra’ de los alrededores de Buenos Aires. Este proyecto, como todos los suyos, tenía una dosis grande de ese romanticismo anhelante, y un poco desorbitado, que caracteriza a los grandes espíritus del socialismo pre-marxista. ¡Pero, cuánta honradez, cuánta fuerza inteligente, cuánta desinteresada abnegación ponía en sus empresas! Me he rozado, en las peripecias de esta lucha en que milito, con varias docenas de técnicos en el álgebra revolucionaria, muy nutridos de ‘El Capital’, de Marx y muy saturados de leninismo teórico, que sin embargo jamás han sentido esa fanática convicción socialista de don Arturo Urien. Probidades como la suya tampoco abundan mucho, desgraciadamente, entre los ‘peritos’ en revoluciones sociales.
Su labor anheló más la profundidad que la extensión. Por eso no dió a su actividad proyecciones de masas. Creyó, en mi concepto erróneamente, que bastaba con una acción de grupos, con un superamiento de grupos, para forjar los núcleos capaces de realizar una transformación social de vastas proyecciones. Fiel a ese criterio, no militó en los partidos obreros, ni vivió la vida caldeada del sindicato, ni dijo desde la tribuna del mitin lo profundamente que odiaba a este desorden social en que vivimos. Su muerte ha pasado anónima, por estas circunstancias, para los mismos en cuya redención soñaba y por cuyo mejoramiento combatía. Esto prueba que ni siquiera tenía en sus actividades la ambición del proselitismo, el acicate de saberse respetado y seguido por millares de hombres. Los que le queríamos, le conocíamos en su esfuerzo perseverante, éramos unos pocos en su país y otros pocos regados por las tierras en donde vivió.
Hizo labor callada y terca de sembrador de inquietudes este anciano que acaba de morir en Buenos Aires”. [4]
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