Notas |
- MARIA EUGENIA AGUIRRE LYNCH nació el 10-VI-1882, en la casa quinta de la calle Esmeralda 705, contigua a la barranca de "El Retiro". Cinco dias mas tarde (15 de junio) Manuel J. Aguirre le escribió a su padre Manuel Alejandro, que estaba en Londres: "... Enriqueta tuvo una chica el 10 de éste con toda felicidad y sigue hasta ahora mui bien, lo mismo que la criatura". Tres meses después, la criatura fué bautizada en la Iglesia del Socorro. A los quince años la niña hizo su primera comunión, y también la confirmaron bajo el madrinazgo de Maria Arning - señora que seria de Hasperg -, prima hermana de su madre. Y Maruja, ya mayor de edad, se casó con Carlos Ibarguren, el 15-VI-1904, en la Iglesia de San Nicolás de Bari. El Obispo de La Plata Monseñor Juan Nepomuceno Terrero dió la bendición nupcial a los contrayentes, y fueron padrinos de sus hijos, ante el altar, Margarita Uriburu de Ibarguren y Manuel J. Aguirre.
Un no pequeño escrúpulo me plantea el intento de esbozar la semblanza de mi madre. Ella - tan discreta - siempre receló de los que validos de la literatura o de la confidencia fácil, desnudan para el público sus sentimientos íntimos, sus afecciones más entrañables. No voy pués ahora, en estos nostálgicos recuerdos trasladados al papel, a exteriorizar el cariño que tuve y guardo hacia quien me dió la vida y, con su ejemplo, me enseñó cómo se la debe vivir. Sólo aquí, en pocas palabras, diré sencillamente que tenia raza, cual lo evidenciaban su figura delgada y esbelta, su pelo moreno, sus ojos castaños iluminándole el rostro de facciones finas; el espigado cuello erguido con natural distinción y aquellas manos blancas, suaves, de largos dedos con uñas combadas, pulidas, perfectas...
En 1913 Teodoro Roosevelt - el "riflero terrible y fuerte cazador, con un algo de Washington y cuatro de Nemrod" - al tener a su lado en un banquete oficial a mi madre - joven, bella, elegante, que hablaba fluidamente inglés - le dirigió este piropo justiciero: "Es usted una duquesa, no como las duquesas son, sinó como deberían ser". Y en otra comida, el ilustre huésped norteamericano se lamentó de que a la grácil "ministra" el protocolo la hubiera alejado de su cabecera, sentándola al otro extremo de la mesa, entre el general Roca y el ministro Indalecio Gómez. Es que el enérgico "Teddy", abominador de cobardías y blanduras decadentes, simpatizó al momento con aquella juvenil señora, sobre todo cuando supo que había tenido cinco hijos seguidos. Y cierta tarde en que el prócer yanqui asistía junto al ministro de Instrucción Pública y su mujer, desde la balconada del Consejo Nacional de Educación, a un patriótico desfile escolar en la Plaza Rodríguez Peña, al enterarse que en una sala contigua se hallaban los dos hijos mayores del matrimonio Ibarguren, abandonó el balcón y se vino a conocernos, sellando Roosevelt la despedida con efusivos "shake hands", mientras desplegaba, de oreja a oreja, una irrefrenable sonrisa alrededor de sus dientes enormes.
Mi madre fué profundamente religiosa, y a través de su fé católica esencial, emprendió - intransigente consigo misma - la dura tarea de corregir las que estimó sus imperfecciones. Supo ella, desde luego, asumir las responsabilidades del mundo y atarearse - como Marta - en quehaceres profanos; pero en la intimidad, su espíritu había escogido la mejor parte - como María -, procurando armonizar su medio ambiente con los preceptos evangélicos de Jesús.
Fiel militante de la Iglesia, mi madre formó parte de la antigua Archicofradía del Santísimo Sacramento, anexa a la Catedral. Congregación que se fundó en 1633 con el nombre de "Hermandad de la Esclavitud del Santísimo Sacramento", para dar realce y esplendor al culto de la Eucaristía. Su primer "esclavo mayor" había sido el Capitán Pedro de Giles, y la comunidad se estableció entre nosotros como filial de la instituida en Madrid en 1607, en desagravio del sacrilegio llevado a cabo por la soldadesca antipapista de Jacobo I de Inglaterra, que irrumpió en un templo católico arrojando las hostias consagradas a sus caballos. Asimismo perteneció mi madre a la Archicofradía de la Guardia de Honor del Sagrado Corazón de Jesús, canónicamente erigida por el Arzobispo Aneiros en 1889, en la Iglesia de San Francisco; y también fué "Hija de María de la Santa Unión de los Sagrados Corazones", entidad ésta, destinada a la práctica de ejercicios espirituales y obras pías en homenaje y a devoción de la Virgen.
La Sociedad de Beneficencia la contó entre sus damas. Era tradicional en dicha institución, que a algunas descendientes de las matronas fundadoras, o de sus familias patricias, se las eligiera como socias. De tal modo, a partir de 1823, a lo largo de ciento veinticinco años, distintas señoras de Aguirre integraron el benéfico organismo creado por Rivadavia; que, más tarde, dependió del Gobierno Nacional, y tuvo bajo su dirección - a manera de un vasto ministerio de Bienestar Social -, no solo a la Casa de Expósitos y colegios de niñas, sinó a hospitales, consultorios médicos, asilos, maternidades, orfelinatos, manicomios, colonias de vacaciones, escuelas agrícolas y talleres de manualidades; todo ello costeado por la Sociedad con el porcentaje que le asignaba la Lotería Nacional, a más de sus fondos propios, resultantes de legados y donaciones particulares. Justo es reconocer que la administración de tan variados y múltiples establecimientos realizóse honoraria y celosamente por las señoras, con desinterés ejemplar, y un espíritu de caridad hacia el niño y el desvalido exento, por completo, de impasible filantropia burocrática.
Otra corporación benemérita en la cual mi madre trabajó con entusiasmo fué el Patronato de la Infancia, constituido en 1892 con el noble propósito de tutelar a criaturas desamparadas. El Patronato, cuya alma mater era doña Teodelina Alvear de Lezica, tuvo y tiene a su cargo salas cunas con asistencia médica gratuita; dispensarios para niños hasta los 14 años; escuelas de puericultura para madres, y de artes y oficios, industriales y agrícolas, destinadas a capacitar a muchachos sin recursos. Y entre tantas fundaciones de bien público, cabe destacar al internado Manuel Aguirre (que recuerda a don Manuel Hermenegildo), construido gracias a una donación especial de los herederos de Juan de Anchorena, e inaugurado el 4-XII-1900.
Doña Maruja hereda y da vida a "El Retoño"
Fallecido su padre, María Eugenia Aguirre de Ibarguren heredó de éste (además de terrenos en la Capital y barrio parque de San Isidro, del condominio indiviso con su madre y hermanos sobre la quinta e histórica chacra en esa localidad, amén del crédito contra la Comuna metropolitana por la expropiación de la casa de la calle Cerrito) una fracción de campo en el partido bonaerense de General Madariaga, antiguo pago del Tuyú, con una superficie total de 1.139 hectáreas, 56 áreas y 15 centiáreas, y las medidas, linderos y circunstancias expresadas en su título. Agrego que en el plano de subdivisión de "El Chajá" - levantado por los agrimensores Josué Moreno y Esteban Panelo - a dicho lote le correspondió el nº XI, y como su forma era la de un trapecio irregular, y aparecía en el dibujo cual botón, capullo o retoño brotado en el flanco sudoeste de la vasta área, también dividida, de la estancia principal. En razón de ello, Carlos Ibarguren al tener ante los ojos, en el referido plano, la fracción que se le adjudicaba a su mujer, exclamó: "Parece un retoño del 'Chajá', de ahora en adelante ese campo va a llamarse "El Retoño'".
Mi madre sentía veneración por la memoria de su padre y amaba al "Chajá", impregnado de reminiscencias paternas, donde ella jugara de niña entre los árboles y recovecos del monte, y con infantil esmero, cerca de la calle de membrillos, a un costado de los añosos robles, cultivó su pequeño jardín, hoy desaparecido, en cuyo sitio todavía florecen y dan fruto los naranjos. Así Maruja, impelida por ese arraigo firme al terruño, cierta tarde otoñal de 1914, acompañada de su marido y sus hermanos Julián y Hortensio, y llevando también consigo a sus dos chicos mayores, salió de "El Chajá" en el coche grande a recorrer aquel "Retoño" de la estancia madre que ahora le pertenecía. Como ese campo iba a ser arrendado por el momento, la dueña se propuso reservar 30 hectáreas, a fin de plantar un monte y, quizás, edificar allí, más adelante, una casa de veraneo rodeada por el parque que vislumbraba en su imaginación. De tal modo los excursionistas, después de haber apreciado las distintas perspectivas que a la vista se ofrecían desde algunas elevaciones del terreno, no dudaron en elegir el lugar exacto para el venidero casco: frente al precioso panorama de la laguna Salada, limpia como un lago y casi siempre azul, poblada de pájaros y con las verdes lomas de "Cerrillos" recortando el horizonte.
Resuelto el emplazamiento de la futura cabecera de "El Retoño" se alambraron esas 30 hectáreas, que fueron concedidas al "gringo" Santini, quien las disfrutaría sembrando maiz en su exclusivo beneficio, con la ºnica condición de plantar un monte de acacias y álamos en las proximidades y en torno del rancho mandado levantar para él y su familia.
Seis años más tarde, encargaron mis padres al arquitecto Roberto Soto Acebal los planos de la casa que, bajo su dirección, quedó terminada en la primavera de 1920. Y una luminosa mañana de diciembre, la familia de Ibarguren se instaló en "El Retoño", inaugurando esa alegre casona española, que a esta altura del tiempo, sobrepasado el medio siglo, encierra, envejecida como nosotros, un mundo de recuerdos.
Huelga decir que al hacer el rápido bosquejo del parque de "El Retoño", no pretendo deslumbrar a nadie, ni parangonar su equilibrada y graciosa pequeñez con los enormes establecimientos argentinos del tiempo de las vacas gordas, que se mostraban, y se siguen mostrando, a ilustres visitantes extranjeros. Nada de eso. Pero como dentro de su modestia el casco familiar es una creación exclusiva de mi madre, y por tanto lleva el sello de su personalidad que invisible me acompaña y satura la atmósfera moral de la estancia, no puedo dejar de recordar que ella delineó con grande amor sobre contorno virgen, sin asistencia de ningún paisajista profesional, la traza de calles y caminos, y dispuso, con artístico sentido de la perspectiva, la ubicación de cada planta, de cada macizo arbolado, de cada variedad de arbustos en abiertos espacios verdes.
De aquí y de allá Maruja sacó ideas para sus combinaciones botánicas: de los establecimientos vecinos y familiares; de nuestra quinta de San Isidro, que proyectó Forquell; de un rincón granadino del jardín de Larreta en Belgrano. Ella misma dirigió sobre el terreno las plantaciones. Los árboles (lambercianas, cipreses, eucaliptus, nogales y robles americanos) en su mayoría se compraron en viveros del Gran Buenos Aires y de Mar del Plata. Sin embargo, también las estancias cercanas y no pocos parientes y amigos de nuestra entusiasta arboricultora, le proporcionaron abundantes ejemplares que, por cierto, darían renovado estímulo a su tarea. Obviamente, los robles europeos fueron retoños de aquellos gigantescos antecesores desarrollados en "El Chajá". De "La Felicidad" provienen, sin duda, los olmos y las acacias primitivas. De "Hinojales" y "El Granado" vinieron los álamos, algunos pinos, y las araucarias, aromos, paraísos y árboles del cielo. Desde su "Pancho Díaz", en la Magdalena, Emilio de Alzaga mandó un espléndido cedro azul. Luis Quirno, por su parte, contribuyó con otro magnifico "deodara", sumado a una remesa de fresnos que hizo traer de "La Larga" de José Uriburu. Hortensia Aguirre de Leloir, a su vez, aportó algunos "pecanes" aclimatados en su chacra de Morón; y Guillermo Zorraquín regalaría quince naranjos de Concordia, de los cuales sólo dos se lograron al margen de la fuente andaluza. Así, con tantos elementos a mano, mi madre - émula heterodoxa de Le Nótre - pudo armonizar felizmente los coníferos de hojas perennes con las especies de caduco follaje; el cedro libanés con el vernáculo aguaribay; el ombú solitario con la abigarrada fronda vegetal.
En 1928, mientras la familia viajaba por Europa, la casa de "El Retoño" fué ampliada, de acuerdo al plano del mismo arquitecto Soto Acebal, quedando unida esa segunda construcción con la primera mediante una garbosa torre, que le otorgó renovada belleza y equilibrio al edificio, dentro de su doble tamaño. Subsidiariamente - salvo la cochera que data del año 20 -, a lo largo del tiempo fuéronse construyendo los distintos alojamientos y dependencias - "las casas" - que integran hoy el casco de la estancia; con otro recinto levantado por piadosos motivos de tejas arriba: la Capilla (semejante a alguna ermita de Acelain), en cuyo pequeño oratorio frecuentemente se celebraron misas y fueron bautizados e hicieron la primera comunión varios nietos y bisnietos de doña Maruja.
Orígenes de nuestra heredad campestre
Respecto a esa estancia tan querida - "el condado de Maruja" la llamó Paul Groussac -, ¿cuál fué el remoto pasado de su campo? Antes todo era pampa salvaje. A partir de Garay, que instaló a nombre del Rey de España un incipiente enclave civilizado al borde del platense rio, al desierto terrestre circundante nomináronlo "realengo". Corre una centuria, y la enorme región, desamparada y baldía, queda a merced de las tribus invasoras araucanas que, a fines del siglo XVIII, alcanzaron con sus malones casi las orillas de Buenos Aires. Después, el espacio vacante se convierte en suelo fiscal - "la tierra pública" - que Rivadavia hipotecó a los acreedores ingleses en garantía de un empréstito. Sancionada la ley de enfiteusis por iniciativa de dicho empecinado promotor de castillos en el aire, cierto vecino de la guardia fronteriza de Chascomús, Jacinto Machado, pobló en 1827 un territorio impreciso, que englobaba al futuro dominio de la señora de Ibarguren, tangente con los campos de Anchorena y de Ramos Mejía.
Tuvo por padres Jacinto Machado, a Mauricio Machado, oriundo de Córdoba, y a Teresa Díaz, chascomucera como su hijo. Este se casó con Juliana Lamadrid, que le daría 11 vástagos, a saber: Patricio, Pedro José, Gumersinda, Benito (unitario beligerante y después valeroso coronel en la lucha contra los indios), Francisca, Urbana, Ervidio, Matilde, Paula y Petrona Machado Lamadrid.
Lanzado el 29-X-1839 el "Grito de Dolores" por los autotitulados "Libres del Sur" - que intentaron voltear a Rosas en connivencia con la escuadra francesa del almirante Le Blanc y sus aliados unitarios de la "Legión Libertadora" al mando de Lavalle -, el eco de ese grito retumbaría, dos días después, en Chascomús, donde unos cuantos hacendados y comerciantes se pliegan a la revuelta. Entre ellos Jacinto Machado, su hermano Mariano y José Cruz Dehesa, cuñado de ambos, miembro de tradicional familia cordobesa y marido de Cármen Machado. Los facciosos declaran caduca la autoridad del Juez de Paz rosista Felipe Girado, y en su reemplazo - escribe Angel J. Carranza en su Revolución del 39 - "el respetable vecino don Jacinto Machado obtuvo el voto unánime de sus convecinos, que le prometieron, en alta voz, ayudarle con entera consagración".
El júbilo antifederal de Jacinto era grande, al punto que engalanó su casa de negocio con pañuelos de espumilla celeste y blanca, a guisa de banderas. Empero, poco duraría la euforia del revoltoso Juez de Paz; cinco días solamente permaneció en el cargo: del 2 al 7 de noviembre, fecha del combate de Chascomús, donde Prudencio Rosas derrotó por completo a los "Libres del Sur". En consecuencia; Jacinto Machado no fue ya mas libre, cayó prisionero, y sus victoriosos enemigos lo pasaron por las armas en el pueblo de Dolores, el 22-III-1840. De yapa, las haciendas del reo quedaron embargadas: 2.500 vacunos, 1.000 ovejas y 500 caballos, que pastoreaban en "las lomas de Machado", campo que el poblador enfiteuta había solicitado comprar al gobierno en 1838.
Posteriores antecedentes jurídicos de las tierras fiscales en cuestión
Transcurre movido, cambiante y violento, más de un cuarto de siglo de historia argentina, y el 5-X-1875 se presenta ante las autoridades de la provincia de Buenos Aires Benito Ruiz, apoderado de Patricio Machado, y expresa: Que según constaba en el expediente respectivo, la señora Juliana Lamadrid, viuda de Jacinto Machado y madre de su poderdante, había seguido una larga cuestión, desde 1855, con Juan Antonio Areco y con Dámaso Bellido, acerca del derecho sobre unos terrenos fiscales en el partido del Tuyú, cuya controversia se transó oportunamente en 1869, deslindándose las porciones de cada parte, tras una mensura general del terreno en disputa. Que en mérito de tal arreglo, consideraba llegado el momento de verificar la transferencia, a favor de Machado, de la tierra que le fuera adjudicada. En los aludidos autos, además, constaba que en 1827 el padre de los Machado pobló el campo en cuestión, cuya compra estuvo solicitando a partir del año 1838; y que en 1840 dicho campo había sido embargado, por lo que le alcanzaban los beneficios de la ley que devolvía los bienes a toda persona a quien Rosas damnificara con esa medida.
Zanjado pues ese pleito con Areco (el cual - acaso por la constancia con que había porfiado en el litigio de referencia - quedó propietario de dos campos que él llamó "La Constancia" y "La Porfía") y con Bellido (quien obtuvo "La Merced", agrandando así a "La Felicidad", cuyas estancias luego recayeron en su nieta Nicolasa Pita Bellido, consorte de Teodoro Serantes Aristegui, y, después, en los hijos de ellos); la fracción que correspondía a los herederos de Machado - ¡oh ritmo imperturbable de la burocracia! - recién el 5-VII-1880 el jefe de la oficina de Tierras Públicas resolvió pasar el expediente respectivo a la mesa de liquidación a fin de que ajustase el precio de ese terreno. Su valor estimativo se verificó sobre una legua cuadrada y 171, 10 milímetros, a razón de 150.000 pesos moneda corriente la legua, o sea la suma de 152.567 pesos, incluídos los arrendamientos; precio que los Machado abonaron en la forma siguiente: 27.427 pesos, importe de la sexta parte al contado, y el saldo restante de 127.140 pesos los compradores lo pagarían en Letras por igual valor, en cinco cuotas anuales, hipotecando el bien en garantía de las Letras a vencer.
Bajo tales condiciones, el 29-VII-1880, el Vice Gobernador de la provincia José María Moreno, en ejercicio del mando, otorgó - ante el Escribano Pedro Vicente Acevedo y los testigos Nicolás Mariño y Adolfo Mendiburu - la escritura de dominio a favor de la sucesión de Jacinto Machado y de su esposa Juliana Lamadrid, representada por el heredero Patricio Machado, vecino de Chascomús. La superficie que se enagenaba en el partido del Tuyú, componíase a 2.746 hectáreas, 04 áreas y 50 metros cuadrados; lindera al Este con Mercedes Anchorena de Aguirre ("El Chajá"), al Noroeste con los herederos de Juan Antonio Areco ("La Constancia") y al Sud y Sudeste con Nicolasa Pita de Serantes ("La Felicidad" y "La Merced", respectivamente).
Complementando estas aburridas precisiones notariales, indico que el derecho sobre el campo del que derivan "El Retoño", "La Fé" y la loma de Matías Elso, había recaido en condominio en los once hijos de los cónyuges Jacinto Machado y Juliana Lamadrid, según división de bienes aprobada en la testamentaria por auto del 4-V-1855, y declaratoria de herederos dictada el 31-III-1868, por los Jueces José A. Acosta y Emilio A. Agrelo de modo respectivo.
Posteriormente, Patricio Machado - además de la parte que le correspondía por derecho propio como heredero de su padre -, había ido comprando a sus hermanos coherederos Pedro José, el coronel Benito, Gumersinda, Francisca, Urbana y a la sucesión de Evidio, las porciones de cada cual. Así, al escriturar el gobierno ese campo a favor de los Machado, Patricio resultó dueño de 7 partes; y a la semana de aquella última escritura, el 6-VIII-1880, Patricio vendió tales porciones a Josefa Moreno viuda de Cabrera; la cual, al correr del tiempo, fué adquiriendo por distintas compras las parcelas restantes de otros copropietarios ([16]). Por lo demás, el 16-X-1899, ante el Escribano de La Plata Tomás Bravo, convino Josefa Moreno con sus hijos y herederos de su finado marido Segundo Cabrera, que el campo comprado por ella a los descendientes de Jacinto Machado fuera considerado bien ganancial propio.
En 1905 falleció Josefa Moreno de Cabrera. De los autos sucesorios respectivos que tramitaron ante el Juez Puig Lomes, resulta que la causante legaba por testamento el 5º de sus bienes al menor Segundo Natividad García, criado y mantenido a su lado, y que los herederos forzosos suyos resultaban los 9 hijos legítimos que ella tuvo con Segundo Cabrera: Ceferino, Domingo, Rudecindo, Agustina, Emiliana, Clara, Marcelino, Serapio y Benito José. Entre los bienes declarados en la testamentaria, encontrábase la fracción de campo conocida como "Lomas de Machado" (que ahora comprende "El Retoño" y la loma de Matías Elso), pués el dominio de casi la mitad del terreno originario, había sido transferido a Domingo Cabrera por su madre en vida. (Esta mitad es la que conforma la estancia sucesivamente llamada "La Cecilia" de Cabrera, "La María Luisa" de Sáenz Valiente, hoy dividida en dos: "La Fé" de Eleonora Guerrero de Schindler, y "La Ernestina" de Héctor Guerrero).
Aquella extensión hereditaria dejada por la causante (1.396 hect. y 12a. y 32c., lindante al E. con Manuel J. Aguirre, al N. y 0. con Juan J. Areco, y al S. con Domingo Cabrera), fué repartida entre los coherederos y el legatario de la viuda susodicha, pero al no ponerse ellos de acuerdo acerca de su destino común, resolvieron dividirla en dos lotes: uno fué adjudicado a varios condóminos, y abarcaba casi la mitad del actual campo "El Retoño" (sus potreros confinantes con el puente y cañadón del "Toruno"), adjunto a la "Loma de Cabrera" (que hogaño pertenece a Elso), antaño se llamo "La Nueva Porfía". Respecto al otro lote (que actualmente incluye la loma con el monte del casco de "El Retoño" y casi toda la laguna Salada) fué sacado a remate por intermedio de los martilleros Román Bravo y Cia., comprándolo, en 69.000 pesos m/n, mi abuelo Manuel J. Aguirre.
Por tanto, el 15-V-1905, en La Plata, el Juez Tomás Puig Lomes, en los autos "Moreno de Cabrera doña Josefa, su sucesión", ante el Escribano Isidoro F. Boyé, transfirió a Manuel J. Aguirre, representado en la escritura por Hipólito Oyenard, la propiedad de aquel lote de campo, compuesto de 674 hectáreas, 96 áreas, que lindaba al N.N.E. con el lote que se reservaron los sucesores de la viuda de Cabrera, al E. con campo del comprador (el potrero "Cerrillos" de "El Chajá"). al S.S.O. con Domingo Cabrera (hoy "La Fé"), y al N.O. con Juan José Areco ("La Constancia").
A su vez, el lote pegado al flanco N.N.E. del que acababa de comprar mi abuelo Aguirre, experimentará, en adelante, modificaciones en su dominio y estructura, efectuadas entre los herederos y el legatorio de la causante Josefa Moreno, hasta quedar el hijo de ella Domingo Cabrera, como único dueño de 464 hect. 60 a. y 15 c. que correspondían al lote 11 del respectivo plano de subdivisión. Entonces, el 15-XII-1910, ante el Escribano de La Plata Esteban F. Achinelly, Domingo Cabrera, vecino de General Madariaga, vendió a Jacobo Iphar, vecino de Dolores, aquel lote 11, por el precio de 60.000 pesos m/n.
Finalmente, el 19-VI-1912, ante el Escribano Alberto M. Haedo, Jacobo Iphar - que figura como vecino de Madariaga - transfirió el lote antedicho, por la cantidad de 74.336 pesos y 24 cents. m/n, pagados al contado, a Manuel J. Aguirre. Así, al adquirir mi abuelo aquellas 464 hects. 60 a. 15 c. para sumarias a las 674 hects. y 96 a. Iimítrofes - que antaño comprara a los Cabrera -, redondeó las 1.139 hects. 56 a. 15 c. que conforman la superficie de ese trapecio anexo, como un "retoño", a su viejo "Chajá".
A par de su heredado "Retoño", Maruja Aguirre de Ibarguren llegó a poseer, en el partido de General Madariaga, el campo llamado "La Verde", con una superficie de 881 hects. 8 a. 9c., que fué parte de "El Chajá", y que heredara Alejandro Aguirre a la muerte de su padre don Manuel. Fallecido Alejandro soltero y sin hijos, "La Verde" pasó a su madre, y al morir doña Enriqueta, el campo en mayor área salió a la venta en 1940, adquiriendo la fracción referida la señora de Ibarguren, como bien propio, de sus hermanos coherederos. Otro de los campos poseidos por doña Maruja fué "Las Rosas", compuesto de 418 hects. 8 a. 97 c., fracción desprendida de la antigua estancia "La Felicidad", que perteneciera, sucesivamente, a Bellido, Pita, Serantes y a C.O.F.I.M.A.R., de cuya Sociedad Anónima la hubo por compra Carlos Ibarguren en 1948, a fin de agregar "Las Rosas" a la explotación de "El Retoño". También heredó doña Maruja, tras la muerte de su hermano Hortensio en 1952, un lote de campo de 258 hects. que era parte del establecimiento "Hinojales", heredad de éste desprendida de "El Chajá". Así, pués, estos tres campos reunidos con "El Retoño" sumaban en conjunto 2.716 hects. 73 a. y 11 c., que se explotaron por su dueña y su marido en sociedad con el elaborador de estas referencias.
Final de doña Maruja Aguirre
Por hábito profesional, sin duda, incurrí en larga y descolorida digresión acerca de los antecedentes y transferencias del dominio de "El Retoño" y demás campos de mi madre; sepa tolerar el pegote quien, benevolente, haya avanzado hasta aquí en la lectura de este mamotreto familiar. Cerrando el paréntesis, sólo me resta agregar que doña Maruja, después de sobrevivir seis años a su marido, entró en el misterio de la muerte el 24-X-1962. Al día siguiente el diario La Nación, en nota necrológica sin firma (que luego supimos fué escrita por Adolfo Mitre), así destacaba en términos nada convencionales algunos rasgos característicos de su persona: "La larga enfermedad que había alejado de los círculos de nuestra sociedad tradicional a Da. María Eugenia Aguirre de Ibarguren, y que ayer puso fin a su noble existencia en Buenos Aires, a la edad de ochenta años, no pudo disminuir el interés que rodeaba a su excepcional figura. Desde su casa, en el seno de su familia, prolongaba día a día, para quienes llegaban a su aislamiento, una imagen perdurable de encanto y señorio. Allí se extinguió, entre sus recuerdos y entre quienes llevan en la sangre su claro mensaje argentino, cerca de los retratos y los libros que evocaban la personalidad de su ilustre esposo, el doctor Carlos Ibarguren, y de los testimonios que proclamaban, a lo largo del tiempo, la continuidad de una estirpe vinculada a muchos episodios memorables de la patria ... Poseía una elegancia innata que se evidenciaba en sus menores ademanes ... Desaparece con ella una verdadera señora de Buenos Aires, generosa y fina, bella y bondadosa, dedicada a hacer el bien sin alardes y a ennoblecer, por la sola virtud de su presencia, el medio en el que le tocó actuar y en el que cumplió con dignidad la misión responsable que le correspondía...".
- Archivos de Actuaciones Judiciales de la Nación "AGUIRRE de IBARGUREN, María Eugenia". Leg. 38528 año 1962.
[2]
|