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Coronel José María Sebastián Urien Elías, (*)[1]

Varón 1791 - 1823  (32 años)


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  • Nombre José María Sebastián Urien Elías 
    Título Coronel  [2
    Sufijo (*) 
    Nacimiento 20 Ene 1791  Buenos Aires, Argentina Buscar todos los individuos que registran eventos en este lugar.  [1
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    Bautismo 21 Ene 1791  Basílica Nuestra Señora de la Merced, Buenos Aires, Argentina Buscar todos los individuos que registran eventos en este lugar.  [3
    • Fue su madrina su abuela paterna, María Victoria Basavilbaso. [2]
    Sexo Varón 
    Fallecimiento 9 Abr 1823  Buenos Aires, Argentina Buscar todos los individuos que registran eventos en este lugar.  [1
    Causa: Fusilado 
    Entierro 9 Abr 1823  Cementerio de la Recoleta, Buenos Aires, Argentina Buscar todos los individuos que registran eventos en este lugar.  [2
    ID Persona I45173  Los Antepasados
    Última Modificación 12 Dic 2023 

    Padre Coronel José Domingo Pantaleón Urien Basavilbaso, (*),   n. 26 Jul 1770, Buenos Aires, Argentina Buscar todos los individuos que registran eventos en este lugar.f. 23 Dic 1817, Buenos Aires, Argentina Buscar todos los individuos que registran eventos en este lugar. (Edad 47 años) 
    Madre Rita Josefa de la Trinidad Elías Rivadeneira,   n. 21 Abr 1769, Buenos Aires, Argentina Buscar todos los individuos que registran eventos en este lugar.f. Buenos Aires, Argentina Buscar todos los individuos que registran eventos en este lugar. 
    Matrimonio 14 Oct 1790  Basílica Nuestra Señora de la Merced, Buenos Aires, Argentina Buscar todos los individuos que registran eventos en este lugar.  [4
    ID Familia F17769  Hoja del Grupo  |  Family Chart

    Familia Josefa Catalina Salinas Rivero,   n. 30 Abr 1782, Cochabamba, Bolivia Buscar todos los individuos que registran eventos en este lugar.f. 8 Jul 1844, Valparaíso, Valparaíso, Chile Buscar todos los individuos que registran eventos en este lugar. (Edad 62 años) 
    Matrimonio Bolivia Buscar todos los individuos que registran eventos en este lugar.  [1
    Hijos 
    +1. Manuela Dolores Rita Celedonia Urien Salinas,   n. 3 Mar 1813, Buenos Aires, Argentina Buscar todos los individuos que registran eventos en este lugar.f. 5 May 1843, Valparaíso, Valparaíso, Chile Buscar todos los individuos que registran eventos en este lugar. (Edad 30 años)
    ID Familia F17777  Hoja del Grupo  |  Family Chart
    Última Modificación 17 Abr 2011 

  • Mapa del Evento
    Enlace a Google MapsNacimiento - 20 Ene 1791 - Buenos Aires, Argentina Enlace a Google Earth
    Enlace a Google MapsBautismo - 21 Ene 1791 - Basílica Nuestra Señora de la Merced, Buenos Aires, Argentina Enlace a Google Earth
    Enlace a Google MapsFallecimiento - Causa: Fusilado - 9 Abr 1823 - Buenos Aires, Argentina Enlace a Google Earth
    Enlace a Google MapsEntierro - 9 Abr 1823 - Cementerio de la Recoleta, Buenos Aires, Argentina Enlace a Google Earth
    Enlace a Google MapsMatrimonio - - Bolivia Enlace a Google Earth
     = Enlace a Google Earth 

  • Lugares
    Monte de los Papagayos
    Monte de los Papagayos
    Lugar del fusilamiento de reaccionarios a la revolucion de Mayo.

    Ubicacion: Por ruta provincial 6, unos 2 km al O de Los Surgentes, frente al cementerio sale una calle de tierra hacia el N, tomando por esa calle, 200 mts mas adelante a la izquierda se encuentra el lugar.

    Al amanecer del 26, French encuentra a los viajeros en la posta de Gutierrez y tomando el mando los conduce hacia la posta de Cruz Alta.

    A 12 km antes de la posta los encuentra Juan Ramon Balcarce con una partida de 40 hombres (soldados ingleses desertores de las fuerzas invasoras, elegidos especialmente para evitar que no cumplieran la orden de fusilamiento) quien habia salido de Buenos Aires acompañando a Castelli. Alli hizo quedar los equipajes y a los criados desviando los carruajes hacia el "monte de los papagayos" a un km del camino real, antigua estancia "Las Cañas" de don Benito Casas.

  • Notas 
    • Guerrero de la independencia, oficial tan valiente como cruel, buenmozo y audaz, pero irresponsable y desprolijo, protagonizó un homicidio pasional en la Buenos Aires de 1815 y pagó por sus crímenes, siendo ejecutado en la Plaza de la Victoria el 9 de abril de 1823.
      Los primeros años de la patria, esa lejana sociedad porteña de principios del siglo XIX de no más de 40.000 habitantes, generalmente ha sido representada por figuras idílicas, héroes de bronce que dejaron la vida en el campo de batalla y otros que murieron en la total pobreza y el olvido como consecuencia de su desinteresada entrega a la causa de la libertad y el orden. Cientos de estudiosos que se esmeraron en analizar sus vidas y en seguir sus pasos, para las generaciones venideras tuvieran un relato fidedigno y completo de sus nobles acciones. Sin embargo, hoy en día la manera de escribir historia ha variado (lamentablemente en muchos casos para peor, por ejemplo ese "revisionismo" partidista y desfigurado que tanto resuena), y debemos preguntarnos: ¿no habrá, entre todos esos nombres que se repiten en los manuales y en los documentos, un hombre cruel, desalmado, inmoral? O, mejor dicho, dar un paso más: ¿de entre todos esos jóvenes arrojados oficiales independentistas, que arriesgaron su vida en la guerra por la libertad, no habría alguno que también era un villano? ¿Una oveja negra?
      José María Sebastián Urien nació la noche del jueves 20 de enero de 1791, en aquella ciudad virreinal que todavía era Buenos Aires, siendo bautizado al día siguiente en la Basílica Nuestra Señora de la Merced:
      "En veinte y uno de enero de mil setecientos y noventa y uno D. Juan Antonio Delgado, Presbítero, bautizó, puso óleo y crisma a Josef María Sebastián, que nació ayer noche, hijo legítimo de D. Josef Domingo Urien Basavilbaso, y doña Rita Elías, fue su madrina doña María Victoria Basavilbaso, de que doy fe. D. Juan Cayetano Fernández de Agüero".
      Fueron sus padres el coronel José Domingo Pantaleón Urien, de quien heredó la vocación, pero no la suerte; y de Rita Josefa de la Trinidad Elías Rivadeneira, prima hermana de la madre de Bernardino Rivadavia. La pareja había unido sus destinos el 14 de octubre de 1790 en la Catedral Metropolitana. Sus abuelos paternos fueron Domingo Ignacio Urien Mesperuza, nacido en Bilbao en 1725 y radicado en Buenos Aires por 1760, y María Victoria Basavilbaso Urtubia, porteña de antigua y distinguida estirpe, casados a su vez en la misma Catedral el 24 de diciembre de 1763. Los maternos fueron Juan Gaspar Elías, nacido en Grecos, Bélgica, quien en 1770 servía como sargento del batallón de infantería "Santa Fe" y María Ignacia Rivadeneira Domínguez, natural de Buenos Aires.
      Atendiendo a las costumbres de la época y a la clase social a que pertenecía, es probable que el joven Urien haya cursado sus estudios en el Real Colegio de San Carlos; atendiendo al temperamento del personaje, no sería de extrañar que no haya demostrado mayor interés por el estudio.
      En 1807 Urien formó como subteniente de bandera con grado de teniente en la 1ra compañía del batallón Nº 3 del Regimiento de Patricios, cuerpo de élite comandado por su padre.
      El 27 de noviembre de 1807 Cornelio Saavedra firmaba un informe en el que se leía: "El tercer comandante de éste mismo cuerpo D. José Domingo de Urien, con su batallón, en la tarde del día 1º de Julio de 1807, cuando nuestro ejército caminaba al campo de Barracas de orden del Señor General D. Santiago Liniers, regresó desde el bajo de la barraca de D. Miguel Ventura Marcó a guarnecer y custodiar la plaza, cuya guarnición total en aquel día y siguiente 2 fue sólo de éste batallón, y en la noche del citado día 2, a más de la guarnición, puso el dicho Comandante una gran guardia fronteriza al enemigo; y además se prestó muy activo a cuanto por los Jefes se dispusiese en aquella noche; hasta que regresó la columna del ala derecha del mando del Sr. Balbiani, Cuartel-Maestre General y segundo Jefe del ejército, en que venían los otros dos batallones y la columna de reserva del mando del Sr. Concha".
      En los combates del 5 de julio de 1807 la 1ª compañía del tercer batallón luchó en la casa de Juan Manuel Marín y sus adyacencias, detrás de la Parroquia de Nuestra Señora de la Merced. Dirigió sus fuegos a la columna enemiga que intentó tomar el convento; sostuvo la artillería que había quedado al fin de la Alameda, con las de otros cuerpos que estaban en el muelle, y después de muerto su capitán Pedro Velarde, el teniente Félix Castro atacó a bayoneta calada (y a la cabeza de sólo unos 25 hombres) al enemigo atrincherado en la calle de Sotoca, perdiendo la vida algunos hombres y quedado heridos otros, pero logrando destrozar y poner en fuga a los ingleses.
      En el mismo informe ya citado Saavedra expresaba: "El 5 fue efectivamente atacado por una gruesa columna, que entró con un cañón de a 4 a la cabeza por la esquina de la casa del finado D. Pedro Medrano, que hoy ocupa la Señora Virreina, viuda del Excmo. Sr. D. Joaquín del Pino, la que no pasó de la calle de Oruro, por haber sido completamente derrotada; quedando en ella multitud de cadáveres y el cañón, con caballos y cocheros muertos. Habiéndose refugiado parte de esta columna á las casas de la referida Señora Virreina y contiguas, desde sus azoteas hacia un vivo fuego á las casas del Tribunal de Cuentas y bóvedas del cuartel por la parte del Sur; mas viéndose perseguido así de las dichas bóvedas, ventanas del Sur de las casas de Oruro, de las azoteas de la señora viuda de Marull y de las esquinas de la calle, como de la azotea de D. Diego Agüero, que cubría el Capitán Don Antonio Tejo, y de la de D. Pedro García, se consiguió rendirla a discreción con el Teniente Coronel que la manda, Enrique Cadogan, del número 18, herido ya en un hombro, seis Capitanes, ocho Oficiales más, y más de ciento cincuenta soldados que fueron presentados al Señor General, habiendo quedado en la azotea catorce muertos y treinta y cinco heridos, que se llevaron a los hospitales: en cuya defensa y rendición, a más de los Oficiales de la guarnición, se hallaron los Ayudantes D. Juan Pedro Aguirre, D. Eustaquio Díaz Vélez, D. Francisco Martínez Villarino, el Teniente D. Diego Saavedra y el Capitán agregado D. Agustín Pió de Ella. Rechazada esta columna, y antes de su rendición, se mandó una partida de gente a cargo de dicho Aguirre, de D. Gregorio Perdriel, D. Ciríaco Lezica, con destino de atacar los ingleses que estaban apoderados de la casa de D. Martín Elordi, en cuya rendición tuvieron un decidido influjo; y retirados de allí, se ocuparon con el primero de estos Oficiales en la acción de Santo Domingo. El día 6 se destinó un piquete de esta guarnición, al mando del Capitán D. Lucas Obes y el expresado Perdriel, para el ataque de la Residencia".
      Para el ataque sobre el cuartel de la Residencia se destacó un piquete de 20 hombres al mando del capitán Lucas Obes y de los subtenientes Gregorio Perdriel y José María Urien. El asalto fue dirigido por el coronel Elío, resultando en un completo fracaso tras el desbande general y perdiendo la artillería allí emplazada. La declaración del capitán Obes manifestaba que "recibió orden de su Sargento Mayor para que con veinte hombres y los subtenientes don Gregorio Perdriel y don José María Urien fuese adonde les destinase el coronel don Javier Elio", y que "habiendo sido herido otro por los enemigos se entregó nuestra gente a tan desordenada fuga que, habiendo querido el que declara contenerlos con una pistola, un marinero de los que huían le tendió el fusil como para dispararlo".
      Un informe firmado por Saavedra el 21 de julio de 1807 afirmaba: "Los Subtenientes de bandera con grado de Teniente, D. Diego Saavedra, D. José María Urien y D. Juan Francisco Tollo, desempeñaron a satisfacción su obligación".
      Una vez liberada la ciudad, el subteniente Urien permaneció de guarnición hasta finales de 1808, cuando en cumplimiento de órdenes superiores pasó a Colonia del Sacramento. En consecuencia no estuvo presente en la asonada del 1º de enero de 1809. Pero aquí hay un detalle que empieza a develar el carácter del joven patricio. En un informe que Saavedra dirigió al virrey Liniers, manifestaba: "El Alférez don José María Urien de la primera del tercero fue destacado a Colonia, regresó de ella con licencia; debió volver muy a principios de diciembre; no lo verificó; el primero de enero no concurrió ni después volvió a su destino y por su notoria mala conducta que V. E. está impuesto, se halla apresado en el cuartel de orden de V. E. En todo el tiempo que estuvo en la Colonia ni después ha hecho servicio alguno".
      Simultáneamente, el 13 de enero de 1809, la Junta de Sevilla resolvía recompensar a los oficiales de los cuerpos urbanos de Buenos Aires que habían tomado parte en la reconquista y defensa de la ciudad, reconociéndoles los grados concedidos por el Virrey y el Cabildo. Urien fue reconocido como subteniente de Patricios.
      Aunque el oficial no tomó parte alguna en los acontecimientos del 1º de enero, las consecuencias de la asonada lo alcanzarían indirectamente.
      Al día siguiente, el cabecilla Álzaga y otros líderes fueron desterrados a Carmen de Patagones. Los cuerpos urbanos implicados - tercios de Miñones, de Gallegos y de Vizcaínos, incluyendo a los Cazadores Correntinos - fueron disueltos. Sus efectivos fueron repartidos entre los demás cuerpos y los oficiales dados de baja de forma definitiva. Ahora bien, también se hallaron implicadas cuatro compañías del 3° batallón de Patricios que mandaba José D. Urien y algunos oficiales de los otros dos batallones del regimiento, tales como Antonio Texo (capitán del 1° batallón), Pedro Blanco y Tomás Boyso. El comandante Urien fue destituido y a Texo se le acusó de intentar asesinar a Saavedra.
      El 11 de junio de 1809, por motivos desconocidos pero que se suponen, Liniers determinó que el subteniente Urien fuera confinado a Carmen de Patagones en la lancha "Nuestra Señora del Rosario", dando orden al comandante de aquél punto de no permitirle salir de él sin previo conocimiento y licencia del gobierno. Urien fue el último individuo que Liniers confinó en Patagones durante su mandato.
      Mucho no duró el encierro del joven oficial, pues el 31 de octubre de 1809 fue nombrado subteniente del batallón Nº 5 (antiguo Tercio de Andaluces). Cabe recordar que en julio Liniers había sido reemplazado por Cisneros en el gobierno, quien habría ordenado la libertad de Urien en agosto o septiembre.
      En las jornadas de mayo de 1810 el subteniente Urien, tumultuoso y siempre propenso a la acción, se pronunció por la causa revolucionaria.
      El 14 de junio la Junta encomendó a al vocal Castelli la organización de un ejército destinado a sofocar el movimiento contrarrevolucionario encabezado por Liniers en Córdoba. Esta orden también respondía, en parte, al cumplimiento de su propia acta del 25 de mayo, donde se comprometía a enviar una expedición al interior.
      En el "Índice del Archivo del gobierno de Buenos Aires" se lee: "29 de junio de 1810: El ayudante mayor del número 5, consulta si el reo que debe juzgarse en consejo de Guerra, sargento José Pedros, debe elegir nuevo defensor, marchando al Perú el que lo era D. José María Urien, o la superioridad lo nombrará".
      El 30 de junio Urien solicitó el sueldo de Ayudante Mayor, pues el general en jefe le había concedido ese cargo en atención a sus servicios; el 5 de julio reiteraría el pedido.
      Por decreto del 4 de julio el Regimiento Nº 5, donde servía Urien, y el Regimiento Nº 4 - ex Cántabros Montañeses - se fusionaron.
      El 7 partía desde el Retiro la llamada Expedición Auxiliadora, bajo el mando superior del general Francisco Ortiz de Ocampo, desempeñándose Urien como Ayudante Mayor del coronel Antonio González Balcarce, segundo jefe de la expedición. El 25 el ejército estaba en la Guardia de la Esquina, límite entre Buenos Aires y Córdoba, y el 1º de agosto llegaba a Paso de Ferreyra. Allí la Junta de Comisión tuvo noticia de que Liniers y sus compañeros abandonaban Córdoba rumbo al norte llevando entre 300 y 400 hombres, más algunas piezas de artillería volante y carretas.
      El general Ortiz de Ocampo destacó inmediatamente al coronel González Balcarce en su persecución. Éste jefe partió el 2 por la tarde a la cabeza de unos 300 hombres.
      A las ocho de la mañana del 5 de agosto González Balcarce llegó a la ciudad de Córdoba y supo que Liniers y sus compañeros le sacaban como cuarenta leguas de ventaja. Desalentado, pero porfiado, el jefe patriota decidió destacar una reducida fuerza en su persecución. A las diez y media emprendió la marcha a la cabeza de 75 hombres (entre ellos su ayudante Urien), y a las tres de la tarde del día 6 llegaron a la posta desde donde habían partido esa misma mañana los leales al rey.
      Esa noche los patriotas divisaron una lumbre en el bosque. González Balcarce encontró a dos hombres cuidando algunos animales y al interrogarlos supo que ésos eran los animales de Liniers, oculto en una choza perdida en el monte, a tres cuartos de legua. En el acto el jefe de la fuerza dispuso que una ligera partida al mando de su ayudante José María Urien saliera a hacer una descubierta. "Aquel oficial - dice González Balcarce - llegó al destino, observó que nadie estaba vigilante, y deseando aprovechar los momentos con una sorpresa, acometió inmediatamente a su choza donde aprendió al General Liniers, Canónigo Llanos, y otros 2 mozos, y un criado que estaban en su compañía".
      Transcribiré un documento anónimo publicado en Montevideo en 1812, donde un testigo (Groussac propuso al cura Llanos) relataba las amargas circunstancias de la prisión del ex-virrey y sus compañeros:
      "A media noche los sorprendió la partida que los perseguía mandada por el teniente José María Urien, joven que siempre se ha distinguido por estar adornado de todos los vicios, los recordó poniéndoles las bayonetas al pecho, los precisó a vestirse y enseguida los ató con los brazos atrás, pero con tal crueldad al señor Liniers que le reventó la sangre por las yemas de los dedos. Correspondiente a este tratamiento era el que de palabra le hacía Urien tuteándolo y no llamándole sino 'pícaro sarraceno'. Sarracenos llaman los rebeldes a los que por fieles a la buena causa son opuestos a su sistema.
      Tres horas permanecieron atados, que fueron las que tardó en amanecer el día, y parte de ese tiempo se ocupó Urien en saquear los equipajes de los presos, siendo de bastante valor el de S. E. [contenía joyas y algún dinero; Urien además se apoderó del bastón, el reloj y una espada de Liniers] Luego que amaneció dispuso Urien conducirlos al lugar señalado por Balcarce, y montando él en la silla y con las armas del señor Liniers, le puso a éste una indecentísima e incómoda montura. [...]
      Con la citada orden de suspensión dio la Junta de comisión de conducir los Ilustres Sentenciados a Buenos Aires, y que el Canónigo Llanos y demás oficiales con todos los criados se llevasen a Córdoba; cumplióse así dejando aquellos SS. sin más criados que los sirviesen que un esclavo cocinero del señor Liniers. Para cumplir la primera parte se entregaron los Ilustres presos al oficial Urien, que prendió al señor Liniers, dándole una escolta de 50 hombres; sin duda en esta disposición se consultó la mortificación de estos señores; la primera diligencia de este oficial al recibirse de ellos fue un registro general, en que les quitó cuanto habían podido conservar, o les habían dejado los mismos oficiales que los prendieron y otras personas del tránsito, de modo que iban casi desnudos, pues al que más le dejó tres mudas de ropa blanca, excepto del señor Liniers a quien le dejó únicamente la que tenía vestida, de forma que para limpiarla se ponía la de otros, y hubo ocasión en que por lavar toda la suya se quedó enteramente desnudo metido en la cama. [...]
      En este intermedio, sabiendo la familia del señor Liniers el estado de su respetable padre, le enviaron al camino alguna ropa blanca que cayó en manos de Urien y nunca la llegó a ver S. E.".
      El 7 de agosto González Balcarce oficiaba desde la Posta del Pozo del Tigre a su superior, Ortiz de Ocampo:
      "También merecen un particular elogio, y que V. S. los recomiende a la Excma. Junta Gubernativa, el capitán de granaderos graduado de teniente coronel del regimiento Nº 3 Don José León Domínguez, y el alférez de su compañía don Benito Escalante, el subteniente graduado de capitán del regimiento Nº 4, Don José María Urien, que ha dado pruebas de valor conocido, y por un accidente no ha sido víctima; el teniente de granaderos del mismo regimiento D. Domingo Albariño, y el subteniente de fusileros Don Juan Anderion; y últimamente el cadete graduado de subteniente del regimiento Nº 1º D. Manuel Roxas, que ejerce funciones de ayudante de campo; pues todos estos oficiales, que son los que me han acompañado, se han esmerado en adelantar su tropa, y conducirla en la precipitada marcha que se ha seguido, con el mejor orden y disciplina, contribuyendo, además, cada uno con cuanto ha estado de su parte para que no frustrase el éxito a que anhelaba".
      ¿A qué se refería el coronel con aquello de que Urien "por un accidente no ha sido víctima"? Responde Groussac: cuando Urien intimó la rendición a Liniers, éste le disparó sus dos tiros de escopeta, escapando aquél a la muerte por la doble y extraña casualidad de haber fallado las cebas.
      El 8 de agosto - tercer día de marcha - Urien y sus hombres llegaron a la Aguadita. "La prontitud - continúa el anónimo - con que se les hizo caminar desde la Aguadita y la escasez de cabalgaduras, les obligó a caminar muchos días sin camas, y a pesar de las crueles noches de frío del mes de agosto en este hemisferio del sur, envueltos en sus capotes. En uno de estos días hicieron noche en casa de una pobre mujer, que se afanó en preparar para el Señor Obispo una cama menos incómoda y lo más decente que pudo, pero habiéndolo observado Urien, usando de las expresiones obscenas que precedían y acompañaban siempre a todo cuanto hablaba, dijo a la mujer '¿y qué deja usted para mí?' Y tomando él la cama dejó a Su Ilustrísima pasar aquella noche con los demás.
      Los frecuentes registros que Urien hacía a sus presos los obligó a entregar al negro cocinero algunas cosas que les ofreció la compasión y les obligó a aceptar la necesidad; pero duró muy poco este asilo porque habiéndolo observado Urien lo registró también y le quitó todo y 13 pesos que tenía para comprar alimentos.
      Otra pobre mujer del tránsito que llegó a entender la desnudez en que venían y que ella sin duda se figuró aún mayor, compró seis pañuelos de narices, muy ordinarios pero que acaso le costarían todo cuanto poseía, y bañada en lágrimas se los distribuyó, y los recibieron con el aprecio que en su sensibilidad merecían las demostraciones de esta alma no menos sensible; bien poco les duró su posesión pues al siguiente día fueron presa de Urien en el registro.
      El doctor Rodríguez era un extremo fumador en papel y por absoluta falta de él caminaba con mucha mortificación, y compadecido de ésta uno del tránsito, le dio dos pliegos que por más que él procuró ocultarlos con la mayor cuidado, también fueron presa de Urien, que se mostró con su acostumbrada fiereza, por más que le encarecía aquél virtuoso hombre su necesidad, y sólo consiguió rescatarlos dando por ellos un par de charreteras de oro de calzón que había conservado hasta entonces porque las ocultaban las botas.
      Se extrañará la franqueza con que algunos trataban y socorrían a los presos por estar en oposición con el maltrato que digo recibían de Urien, pero se satisface con decir que no era efecto de su indulgencia sino de sus vicios, que precisándolo éstos a que siempre que tenía ocasión jugase y bebiese hasta ponerse ebrio y otros desórdenes menos decentes, abandonaba enteramente los presos a otro oficial, quien con los soldados los miraban con alguna más atención y cuando Urien se llegaba a verlos, era sólo para insultarlos con obscenidades e injurias; de este modo desahogaba el calor del vino y el de la pérdida en el juego; no contento con lo que les robó, y con presentárseles vestido con las mismas prendas, llegó a tal grado su bajeza que hasta los pantalones del cochero del señor Liniers no se exceptuaron y los usaba.
      Sabiéndose en Córdoba que debían pasarlos por el lugar de Ranchos, que dista 20 leguas de la ciudad, salió de ella con licencia del General Ocampo, el teniente coronel Urbano D. Manuel Derqui, sobrino político del Dr. Rodríguez y secretario del Gobernador Concha, con una carretilla de bastimentos y ropa que enviaron las esposas y familias de los ilustres presos, y con los criados que le quitaron cuando los prendieron; todo les entregó y les suministró algún dinero propio, para lo cual los esperó en este lugar a donde llegaron el 10 de agosto, y teniendo que demorarse para componer un coche que se les había descompuesto se alojaron en casa del respetable presbítero el maestro D. Felipe Ferreira, quien desplegando su fidelidad a la nación, usó con estos señores toda generosidad y nada perdonó para obsequiarlos y servirlos.
      Para proporcionarles algún descanso se retardó la compostura del coche; ni daba esto ningún cuidado a Urien, que ocupado en dar a sus vicios el pasto que le proporcionaba la tal cual población y civilización de aquel lugar, y por otra parte obsequiado del presbítero Ferreira que pudo vencer aparentemente la oposición y disonancia que había entre sus costumbres y las de Urien para merecer su amistad y confianza a beneficio de los presos, y que logró obtenerlas con algunos sacrificios pecuniarios, franqueándole gratis reses y caballos para la tropa, no tuviera cuidado Urien de permanecer algunos meses en este lugar.
      Por otra parte había quien regalaba a los soldados y los tenía contentos, y todo produjo el deseado efecto de que en los 9 días que permanecieron en los Ranchos fueron visitados y tratados de todos cuantos lo solicitaban, llegando hasta el punto en que Su Ilustrísima acompañado del Presbítero Ferreira y de un religioso de la Merced salió a visitar la iglesia parroquial y otra que se estaba edificando a más de un cuarto de legua de distancia, pero el párroco de este lugar D. Manuel Aguirre nunca se presentó a saludar a su obispo. En la misma tarde el presbítero pidió a Urien una hermosa escopeta de dos cañones del señor Liniers, a quien la presentó para que saliese a cazar como lo verificó; pues era su pasión dominante.
      En el propio lugar se presentó al señor Liniers un soldado que servía a Urien con un caja de oro guarnecida de brillantes propia de S. E., que estaba tasada en el Río Janeiro en 7.500 pesos fuertes, diciéndole que aquél se la mandaba vender a 400 pesos y que de ellos pudiese rebajar 50, y que sabiendo era de S. E. y creyendo que valía mucho más le proponía si quería tomarla; agradeció el señor Liniers esta propuesta y temiendo que fuese alguna trama de Urien se valió del presbítero Ferreira para que facilitase el dinero y la comprase como para sí; sin embargo el soldado lo comprendió y al tiempo de recibir el dinero pidió a S. E. se le entregase 10 pesos menos que Urien le había ofrecido para él si la vendía. No podía la generosidad del señor Liniers admitir esa noble acción, y haciendo que se le entregasen los 10 pesos, le manifestó con toda la emoción de su sensibilidad la pena que tenía en no haberlo conocido en el tiempo de su mando, y tomando su nombre le ofreció tenerlo presente cuando las circunstancias le fuesen más favorables y premiarlo como merecía su buen corazón.
      A los dos días el mismo soldado hizo igual venta en dos onzas de oro de un alfiler de pecho de un solo brillante avaluado en 1.200 pesos; también de la propiedad de S. E. y que por su orden tomó el presbítero Ferreira. Del valor y aprecio que hizo Urien de estas dos alhajas se pueden deducir sus conocimientos.
      Estas alhajas las tenía en su poder el señor Liniers cuando lo pasaron por las armas y no se ha sabido su paradero, que no lo ignoraban Castelli y sus socios en aquella horrenda acción.
      La libertad que se ha dicho gozaban en los Ranchos los presos; la buena disposición en que se hallaban los soldados para con ellos, particularmente con el señor Liniers, a quien era imposible tratar y no amarlo y a quien siempre llamaban 'nuestro libertador', hizo ocurrir a dos sujetos de aquel lugar la idea de proporcionarle la fuga a tierra de los Indios Pampas, que amaban en extremo al señor Liniers por el buen trato que de él recibieron mientras fue Virrey y por la misma razón al señor Concha desde que le conocieron Gobernador; debe advertirse que en el tiempo del mando del señor Liniers vinieron a visitarlo infinidad de Indios por conocer al vencedor de los enemigos que atacaron aquél país.
      Combinado perfectamente el plan de fuga se lo manifestaron a los Ilustres presos haciéndoles ver que en dos o tres días podían llegar pues estaban auxiliados con más de 200 caballos excelentes, de prácticos o baqueanos del camino, dinero y armas y que ellos mismos los acompañarían; añadiéndoles que entre los Indios estarían con seguridad hasta ver con el semblante que tomaban las cosas adonde podían pasar con utilidad del estado: Ninguna objeción hicieron a la facilidad y total seguridad del plan, pero hubo diversidad de parecer entre ellos en favor y contra de la fuga, y por fin todos convinieron en que se interesaba más la buena causa en que siguieron viaje a Buenos Aires, pues la presencia del señor Liniers, sus conexiones y el ascendiente que tenía sobre las tropas como lo estaban observando y aun sobre algunos individuos de la Junta (tal creían) podría producir que se cortase la revolución o de moderarse en los sangrientos efectos que calculaban".
      En "La Gaceta de Buenos Aires" correspondiente al 13 de agosto de 1810 se leía: "Se recibieron noticias de la captura del general Liniers, comandante de armas Allende, gobernador Concha, oficial real Moreno, y asesor general Rodríguez. Liniers fue sorprendido de noche en un rancho por un oficial de Buenos Aires, llamado Urien, quien empleó para con él una conducta de persona no decente, despojándole de la ropa, dinero, reloj, alhajas, etc. Cuando Liniers se puso en camino por la mañana siguiente, sólo llevaba puesto un viejo chaquetón de algodón, correspondiendo a éste el resto de su ropa".
      Continúa el testigo anónimo: "El 15 de agosto solicitó el presbítero Ferreira permiso de Urien para que celebrase el señor Obispo el Santo sacrificio de la Misa en aquella festividad, cuya privación mortificaba infinito a Su Ilustrísima, que es muy espiritual, y sólo consiguió por respuesta que el reo de estado no podía decir misa. Viendo Ferreira que sus esfuerzos habían sido inútiles se valió de una mujerzuela a quien obsequiaba Urien y por este conducto de ignominia se consiguió que al siguiente día 16 dijese Misa el Sr. Obispo y en ella comulgaron con especial devoción y recogimiento interior los 5 señores restantes y luego todos juntos renovaron entre sí el juramento que habían hecho de fidelidad a Fernando VII y a la nación española de defender sus derechos y derramar su sangre por la justa causa que seguían. Esta comunión sin pensarlo ellos fue el sagrado viático con que a los 10 días entraron en la eternidad. [...] El 19 siguieron el viaje a Buenos Aires, mandando ya la escolta el Ayudante mayor de Dragones de Buenos Aires graduado de capitán D. Manuel el Garajo [Manuel Garayo] por haberse relevado a Urien a solicitud de la tropa".
      Al capitán de dragones Luis García y al capitán José María Urien se les exigió que "certifiquen si en tiempo que dicho D. Santiago Liniers estuvo reo en el paraje de Los Ranchos al cargo de los expresados oficiales declaró en voz alta y terminante expresando la libertad desde aquel momento". Se trataba de la libertad de los esclavos que llevaba consigo el ex-virrey cuando lo capturaron.
      Mientras tanto, el vocal Castelli y los coroneles Nicolás Rodríguez Peña y Domingo French salían escoltados de Buenos Aires con la orden terminante de ejecutar a los prisioneros en el lugar en que fueran encontrados.
      El reemplazo de Urien por Garayo permite suponer que el ayudante mayor no se encontró presente en la ejecución de Liniers y sus compañeros, como aseguran algunas fuentes; quien cumplió dicha tarea fue el coronel González Balcarce. Según la crónica, momentos antes de ser fusilado, cuando los prisioneros fueron amarrados, Liniers entregó al soldado el cordel que Urien había usado para atarlo, diciéndole: "Asegúrame con éste para que, ya que él empezó mi ignominia, la consume".
      El ex virrey fue tratado tan desconsideradamente que el 2 de septiembre la Junta ordenó procesar a Urien: "Ha llegado a noticia de la Junta que el ayudante Urien no se ha manejado con la pureza y honor que debía en la prisión de Don Santiago de Liniers, ocupando sus alhajas, y como en caso de verificarse este exceso es preciso castigarlo como corresponde, ha resuelto se prevenga a V. S. disponga se le forme causa sobre el referido hecho, y proceda a aplicarle la pena que se considere justa si resultasen ciertos sus excesos, persiguiendo las alhajas que hubiese dilapidado y dando cuenta a la referida Junta para su conocimiento y que salga de la sorpresa que le ha causado tanta extraña conducta".
      A continuación transcribo la opinión que se formó sobre Urien el célebre historiador Vicente Fidel López: "El general Ocampo había remitido a los presos con dirección a Buenos Aires, bajo la custodia del capitán de patricios José María Urien, conocido generalmente por Pepe Urien para no confundirlo con su respetable tío [no era su tío, era su padre] el comandante Don José Domingo Urien. Pepe Urien era un joven bravo hasta la temeridad y seguro como patriota, pero era irreflexivo y calavera, sin escrúpulos y sin responsabilidades, era capaz de todo; a tal punto que por sus buenas condiciones de militar contaba con infinitos amigos en todas las clases de la sociedad, sin contar con el aprecio de nadie por los defectos que hacían desgraciada su índole. Para él, fusilar a Liniers, a Concha, al obispo, y a cien más como ellos, si se lo mandaban, era lo mismo que fusilar a cien perros, tan contento y con tan buen humor hacía lo uno como lo otro; nada era grave para él en política o en costumbres, fuera de su adhesión a la patria". López también se refiere a él como "el monstruoso capitán Urien".
      Dámaso Uriburu, que residía en Córdoba en 1810, señaló en sus 'Memorias': "Aquél [González Balcarce] pasó en el momento con su fuerza en persecución de Liniers, a quien ya toda su comitiva alcanzó en la villa del Chañar, a cincuenta leguas de Córdoba, un destacamento ligero al mando del capitán don José María Urien, que los hizo prisioneros sin resistencia alguna y les dio un trato poco correspondiente a su elevada clase, e indigno de hombres a quienes su mismo infortunio los hacía merecedores de una lastimosa consideración'.
      El 4 de septiembre de 1810 los porteños entraron a Yavi, provincia de Jujuy. Estando en ese pueblo el coronel González Balcarce se enteró de que los realistas habían abandonado Tupiza el día 9, y el 11 la ocupó. El 25 de agosto de 1810, en Lima, una junta consultiva había resuelto enviar un ejército de 2.000 hombres a Potosí, para hacer frente a la ofensiva patriota. González Balcarce inició la marcha desde Yavi al frente de 400 hombres, y desde Tarija llegaron otros 600, de los cuales sólo incorporó 300 por la falta de pertrechos.
      El 20 de octubre Urien se encontraba en San Miguel de Tucumán, revistando como subteniente graduado de capitán del Regimiento Nº 4 de Infantería, perteneciente a la 2a compañía, al mando del teniente coronel Álvarez Thomas.
      El 5 de noviembre un contingente realista de 1.200 hombres marchó hacia Tupiza, que estaba en manos patriotas; González Balcarce tuvo abandonarlo al día siguiente, situándose en Nazareno, donde recibió un refuerzo de 200 hombres y algunas piezas de artillería.
      Reincorporado al ejército, Urien se encontró en la batalla de Suipacha, el 7 de noviembre de 1810, donde el ejército patriota obtuvo su primera victoria contra las armas realistas. Participó igualmente en el avance victorioso hasta Potosí, donde entró el ejército el 25 de noviembre. Allí se creó el Regimiento de Voluntarios de Infantería de Potosí, quedando Urien como segundo jefe con el grado de teniente coronel.
      El teniente coronel Urien intervino en la batalla de Huaqui, el 20 de junio de 1811. Tras la derrota, los desorganizados restos del ejército patriota retrocedieron precipitadamente, refugiándose primero en Potosí - abandonada por Juan Martín de Pueyrredón, quien salvó los caudales -, luego en Jujuy, y finalmente en territorio salteño, donde recibirían la protección de Martín Miguel de Güemes.
      Entre el combate de Suipacha y el desastre de Huaqui, el teniente coronel Urien contrajo matrimonio con la joven cochabambina Catalina Salinas y Rivero, hija de Mariano Salinas y Petrona Rivero, ambos altoperuanos.
      El fracaso de la campaña al Alto Perú, sobre todo después del combate de Nazareno, el 12 de enero de 1812, devolvió a muchos soldados a sus hogares, entre ellos a Urien, quien regresó a Buenos Aires en compañía de su mujer. Pero no lo esperaba el mejor de los recibimientos: se lo sometió a un consejo de guerra por su presunta cobardía e ineptitud. Cuando el juicio se cerró sin condena ni absolución, a mediados de año, solicitó y obtuvo su baja del ejército. Por ese tiempo compró en un remate un lote (el número 24), quizá una vivienda para pasar a habitarla con su familia o una tienda, y se dedicó al comercio.
      En los primeros días de octubre de 1812 llegó a Buenos Aires la noticia de la victoria de Tucumán, donde el general Manuel Belgrano había derrotado al general Tristán. El día 8, el coronel de los flamantes Granaderos a Caballo José de San Martín (llegado hacía poco de Europa y con fuertes conexiones masónicas) encabezó un movimiento organizado por la Logia Lautaro, buscando derrocar al Primer Triunvirato por juzgarlo demasiado tibio en lo concerniente al proceso independentista.
      El día de la revuelta se envió una nota al Ayuntamiento, exigiendo la renuncia del gobierno, y entre las decenas de firmantes se encontraban José María Urien y su padre, José Domingo. Presionados por los cuerpos de la guarnición y gran parte del pueblo, se disolvió el organismo de gobierno y lo reemplazó el Segundo Triunvirato, conformado por Nicolás Rodríguez Peña, Juan José Paso, y Antonio Álvarez Jonte. Se exigió, además, convocar a una Asamblea Suprema de delegados de todas las provincias, con el fin de declarar la independencia y dictar una Constitución.
      El 29 de abril de 1814 Urien fue designado Alcalde de Barrio sustituto por el cuartel Nº 7 (compuesto por las manzanas comprendidas entre las calles San Martín-Bolívar, Esmeralda-Piedras, Hipólito Irigoyen y Sarmiento). En el acta del Cabildo correspondiente a esa fecha leemos: "Regidores D. Miguel Gutiérrez, Manuel José Galup, D. León Ortiz de Rozas, D. Manuel Navarro y D. Felipe Trillo, siendo igualmente presente el caballero Síndico Procurador Gral. D. Manuel Maza: Se vio un escrito de D. Julián Panelo presentado al supremo director porque se remitió a informe del cabildo, en que solicita licencia para pasar a Santa Fe en negocios propios, y que se prevenga a este ayuntamiento nombre quien lo substituya en este interín en el cargo de Alcalde del Cuartel número siete; y los SS. acordaron se informe a SE. no encontrar inconveniente, para que se le conceda la licencia, que solicita, respecto a estar conforme en que lo substituya D. José María Urien propuesto al efecto por D. Julián Panelo".
      A mediados de 1814 José Román Baudrix (pariente político de Manuel Dorrego) demandó a Urien para que desocupara una casa de su propiedad, por haber expirado el año del arrendamiento acordado. El Tribunal de Cuentas (cabe señalar que desde el 12 de febrero de 1812 José Domingo Urien se desempeñaba como contador del mismo) propuso un nuevo contrato por el cual el propietario alquilaría la propiedad un año más, estableciendo un nuevo importe y otras cláusulas, y comprometiéndose ambas partes a su total cumplimiento.
      En marzo de 1815 Urien se reincorporó al ejército, siendo agregado como oficial al 2° Tercio Cívico de la Guardia Nacional de Infantería, una vez más a las órdenes de su padre, desde el 6 de agosto de 1814.
      Se vivían grandes convulsiones políticas. Artigas que representaba uno de los principales peligros para los centralistas porteños, y el Director Supremo Alvear propuso a cambio de su retirada de las provincias del litoral, conceder la independencia a la Banda Oriental. Artigas rechazó el ofrecimiento con altivez.
      Sobrevino el motín de Fontezuelas, el 3 de abril de 1815, que puso en jaque las ambiciones de Alvear; y Buenos Aires se plegó al movimiento. En aquella ocasión el 2° Tercio Cívico donde servían ambos Urien, padre e hijo, jugó un rol destacado. El 15 de abril, ante la posibilidad de un ataque por parte del ejército directorial, que avanzaba desde San Isidro con Alvear a la cabeza, sus hombres se declararon "resueltos a sepultarse antes que entregarse a Alvear". Alvear se vio obligado a renunciar y darse a la fuga, refugiándose en una fragata de guerra inglesa.
      Luego de estos acontecimientos, quizá hastiado de la vida de cuartel, el 23 de mayo de 1815 Urien solicitó permiso al gobierno para establecer una casa de remates en su domicilio, lo que le fue concedido.
      Aquí es preciso abrir un paréntesis en la historia de nuestro biografiado. En algún momento, en la década de 1810, José María había conocido a María Josefa Gutiérrez. Esta mujer, esposa del comerciante español Manuel Larrica, protagonizaría el desenlace final de su existencia. Veamos cómo se desarrollaron los hechos.
      A fines del siglo XIX el periodista y escritor Rafael Barreda escribió una novela acerca de los amoríos de José María "Pepe" Urien y de María Josefa "Pepa" Gutiérrez, valiéndose para ello de los recuerdos y testimonios de los pocos testigos que todavía vivían.
      Este autor nos deja un esbozo de los principales protagonistas de la tragedia.
      En primer lugar encontramos a José María Urien: "Por la calle de Cangallo venía hacia la acera del café, caminando despacio y con paso seguro, un joven alto, de esbelta y simpática figura, quien a pesar de su traje de paisano, denotaba a las claras su origen militar. Negras guedejas de cabello fino y lustroso que hacían resaltar el blanco mate de su rostro, le asomaban por debajo del sombrero de castor que un tanto caído sobre sus ojos, negros también como su largo y sedoso bigote, dábanle un tinte de sombría tristeza a su fisonomía donde a veces se reflejaban los relámpagos de un carácter indomable. Vestía una chaqueta de seda azul abrochada con alamares negros y pantalón de paño oscuro, adornando su cuello un pañuelo de seda blanco atado con un nudo sobre el que lucía un grueso diamante."
      Acerca de María Josefa Gutiérrez de Larrica nos dice: "Alta, erguida, en toda la esplendidez de un desarrollo meridional; tez morena mate, frente estrecha, marcándose las arrugas y el ceño que denotaban decidida y enérgica voluntad; ojos pardos y hundidos, pequeños y rasgados, brillando en ellos la vivacidad y firmeza de su carácter; rostro largo y pomuloso; boca pequeña, labios sonrosados y gruesos por entre los que dejaba ver cuando hablaba o sonreía dos hileras de dientes pequeños, blancos e iguales: una montaña de cabellos negros, lustrosos y rizados, recogidos en desorden hacia atrás y por debajo de las orejas en una monstruosa castaña. Más que elegante marchaba con maneras desenvueltas y apostura marcial. Braceaba con donaire y sus manos casi siempre cerradas parecían más dispuestas a empuñar la espada de mando que no el femenil abanico. Voz algo bronca: pero, a veces, de un sonido tan vibrante y entero que hubiese cuadrado a un comandante de escuadrón de veteranos y no para pronunciar las tiernas frases que tan dulces sean en labios de mujer."
      Y por último se ocupa del desgraciado Manuel Larrica: "Era don Manuel Larrica, rico comerciante, hijo de Lisboa, bajo, rechoncho, feo y pecoso de viruela; de rostro abotagado y barba y cabellos cenicientos; ojos chicos y recelosos; labios delgados y frente rugosa, leo que no obstaba para que su fisonomía ocultara un fondo de cándida bonhomía, velada por humos jactanciosos. Hombre de pasiones lujuriosas, o de sangre ardiente, como dolían decirle sus paisanos, gastó una parte de su juventud en gastar aquellas, y otra en adquirirse la regular fortuna que tenía." En realidad no era portugués, sino español, natural de la villa de Huerta del Rey, en Castilla la Vieja, España, hijo de Pelayo Larrica y Rosa Ortega.
      María Josefa Gutiérrez debe haber nacido alrededor de 1790 en Buenos Aires, hija (seguramente natural) de Esteban Gutiérrez y de María Antonia Sosa. Abandonada de pequeña, fue adoptada por la parda Rufina, una especie de madama que dirigía un café en la Recova al que asistían "vagos y mal entretenidos" en busca de diversión. En pocos años Pepa - como todos la conocían - se había convertido en una atractiva, inteligente y sensual mujer, inspiradora de un virtual club de admiradores. Entre ellos, el acaudalado Manuel Larrica.
      El 9 de junio de 1808, en la parroquia de Nuestra Señora de La Merced, contrajo enlace con Larrica, pudiente comerciante afincado en el Río de la Plata durante los últimos años del Virreinato. Manuel había casado en primeras nupcias con María Marta Montes de Oca, el 12 de febrero de 1806, en la parroquia de San Nicolás de Bari.
      En 1807 el español formó en la compañía 1º de los Castellanos Viejos, y al igual que el jovencísimo Urien, tomó parte en la defensa de Buenos Aires. En julio de 1810 organizó una compañía dentro del Regimiento América para marchar al Alto Perú. Y en julio de 1811 revistaba en Buenos Aires como capitán de una compañía de dicho regimiento.
      Dado de baja del servicio, se dedicó a los negocios y al comercio, llegando a acumular un considerable patrimonio. Para 1808, cuando contrajo matrimonio con Josefa, ya era viudo de María Marta Montes de Oca, lo que quizá le haya reportado una interesante herencia.
      El matrimonio Larrica-Gutiérrez tuvo cuatro hijas: Regina Mercedes, nacida el 7 de septiembre de 1809; María Josefa de los Dolores, el 8 de diciembre de 1810; Manuela Estanislada, el 13 de enero de 1813; y Estefanía Rosa, el 3 de agosto de 1814.
      Cuándo y dónde se conocieron exactamente Urien y Gutiérrez no podemos saberlo, pero existen algunos datos que permiten intuirlo. Por ejemplo, entre los suscriptores anuales al Teatro Coliseo, en la temporada del año 1815, Urien figura abonando 5 pesos fuertes por la luneta número 106. Además, y por el mismo precio, tenía reservada una cazuela: la número 88. La número 82 la ocupaba Josefa Gutiérrez de Larrica; sin embargo, el nombre del marido no figura entre los abonados. Es posible que allí, a seis lugares de distancia, los amantes comenzarán el cortejo (como veremos, el desenlace de la historia apoyaría, en cierta medida, esta posibilidad).
      Fiel a su carácter desarreglado y pasional, Urien se dispuso a enamorar a la señora de Larrica, pero ¿cómo conseguirlo? Entonces tuvo una idea: el Director Supremo Pueyrredón había decretado un impuesto que debían pagar todos los comerciantes europeos residentes para costear los ejércitos patriotas. Urien se acercó a Larrica, prometiéndole conseguirle una rebaja en las contribuciones (recordemos que Urien se desempeñaba como Alcalde de Barrio, siendo una de sus funciones tratar con los contribuyentes), y para ganar la confianza del hombre, cumplió su palabra. Así estrechó amistad con el comerciante. Ganarse los favores de María Josefa no le debe haber sido difícil: Urien tenía 24 años, era alto y buen mozo, su foja de servicios lo precedía, y un contemporáneo dice de él: "De muy buen aspecto, era un favorito de las mujeres, y todo un hombre de mundo". Ella tendría 20 años, era atractiva, inteligente e inescrupulosa. Así se encendió la llama de la pasión y su relación pasó a ser "un secreto a voces".
      En julio de 1815 Manuel Larrica desapareció. Su mujer no tardó en denunciar que el marido la había abandonado, y se hicieron las averiguaciones pertinentes a fin de dar con el paradero del comerciante. Sin embargo, no volvió a saberse de él. Larrica fue asesinado, muerte decretada por su mujer, como instigadora, y por su amante, como ejecutor. Al parecer, Urien lo llevó engañado a una casa, con el pretexto de vender cierta mercadería, y allí lo ultimó. Luego de descuartizar el cadáver, lo enterró en distintos lugares, creyendo que su crimen nunca sería descubierto. Entretanto, la infiel pareja continuó con sus amoríos, que no eran secreto para nadie.
      Sin embargo, alrededor de marzo o abril de 1822 una noticia sacudió a Buenos Aires. En el sótano de una casa ubicada en la calle de San Andrés (hoy Chile), dentro de un saco de yerba, apareció el cadáver (o parte) de Larrica cosido a puñaladas. Todos los ojos se posaron sobre la pareja. La parda Rufina intentó salvar a su protegida e inculpó a Urien. Sin embargo, algunas cartas y la infidencia de los criados permitieron establecer que no uno, sino los dos estaban involucrados en el homicidio. Fueron encarcelados de inmediato, para escándalo de la familia Urien e indignación de la célebre Rufina.
      María Josefa Gutiérrez fue confinada a Bahía Blanca tras el escándalo. Pero el 25 de enero de 1825 la encontramos en los registros de ingresos del puerto, desembarcando en la capital acompañada de su hijas "Pepa, Mercedes, Mariquita y Rita y como criados, hombres y mujeres", procedentes todos de la Bajada del Paraná, en la provincia de Entre Ríos.
      Su atractivo permanecía intacto cuando, en la década de 1830, se desempeñaba como agente federal en Montevideo: enamoraba a oficiales unitarios para sacarles información. Pepa Larrica era en Montevideo, al igual que otras mujeres de su condición y especie, uno de los espías más activos de la tiranía. Valiéndose de su hermosura y su encanto, se hacía seguir por aquellos jóvenes inocentes e ingenuos hasta el campo de Oribe, donde eran tomados prisioneros.
      Sabiendo lo que sabemos de una mujer como "Pepa", no debe sorprendernos que también haya sobrevivido a Caseros, pues según el censo de 1855 vivía en Buenos Aires. Contaba 56 años, era viuda, sabía leer y escribir, y poseía un piso con azotea en la calle Esmeralda, número 239, donde residía con sus hijas Josefa, de 32 años, Emilia de 22, Carolina de 20, y dos nietos: Lindoro de León y Juan Gutiérrez. Cabe señalar que todas sus hijas llevan, en la planilla del censo, el apellido Larrica, aun cuando fuera imposible que Emilia y Carolina fueran hijas de un hombre que llevaba muerto más de tres décadas.
      María Josefa "Pepa" Gutiérrez de Larrica falleció en Buenos Aires el 19 de noviembre de 1864 a consecuencia de una "fiebre", según consta en el acta correspondiente; la difunta tenía sesenta y cinco años, era viuda, y estaba domiciliada en la "calle del Temple 359" (actual Viamonte).
      Tras este necesario paréntesis, es momento de continuar con la historia del personaje que nos incumbe.
      Corría el año 1823. Desde la cárcel Urien pagó 400 pesos para su defensa y buscó gente poderosa que lo protegiera. Uno de ellos fue el Dr. D. José Tomás Aguiar, del que nos ocuparemos más adelante. El reo lo había llamado por medio de una criada y algunas cartas, para pedirle que se empeñara con los camaristas y el abogado defensor, para el buen resultado de su causa.
      Urien permaneció once meses en un calabozo del Cabildo, hasta el 19 de marzo de 1823.
      El 15 de marzo el comandante de San Nicolás de Arroyos advertía a las autoridades que se buscaba derrocar al gobierno de Buenos Aires y el de la de Santa Fe. Al mediodía del 19 se supo que se estaba seduciendo a mucha gente en este sentido y a las diez de la noche que en Cañuelas Juan Hilarión Castro reunía gente con el objeto de alzarse esa misma noche.
      El gobierno delegado (el gobernador Rodríguez se hallaba en campaña) se reunió en el Fuerte, citó a los generales Las Heras y Viamonte, y dio orden al coronel Benito Martínez para que se trasladara al Fuerte. Todas las tropas de la capital se pusieron sobre las armas, ocupando puntos estratégicos para la defensa.
      A las dos de la mañana entró en la plaza el coronel Rufino Bauzá, a la cabeza de 150 hombres de infantería, mientras el comandante José Guerrero y los comandantes Benito Peralta y Miguel Aráoz hacían lo propio. Cargaron sobre la guardia del Cabildo, forzaron las puertas de la cárcel y pusieron en libertad a Urien, entre otros. Éste formó rápidamente un piquete de 20 a 25 delincuentes, y vistiendo un uniforme de coronel salió a incorporarse a los sublevados. Enseguida marcharon por debajo del arco de la Recova, hasta quedar frente al Fuerte. Entonces se bajó el puente levadizo y salió un batallón de infantería mandado por el coronel Martínez; alcanzó la plaza y sonó una nutrida descarga, con lo que los rebeldes se desbandaron completamente, dejando algunos muertos y varios heridos. El coronel Martínez fue herido de gravedad, pues como marchaba delante de sus hombres éstos lo balearon accidentalmente en la oscuridad. Tras quince minutos de tiroteo las tropas leales sofocaron la revuelta, y los implicados fueron detenidos en gran número. Sin embargo el coronel Urien logró huir, al amparo de la oscuridad de la noche.
      De inmediato la Policía ofreció una recompensa a cualquiera que detuviera o delatara el paradero de los prófugos. Desde el lugar en que se ocultó, Urien escribió la siguiente carta a su tío el ministro Rivadavia, pidiendo garantía de su vida, y ofreciendo delatar a todos los cómplices:
      "Mi tío y señor
      Un hombre desgraciado implora su protección, y que tenga presente las lágrimas de mi señora madre. Suplico se me permita presentar donde se me ordene bajo la garantía de mi vida y dándoseme pasaporte para Montevideo, sin que pueda volver al país en ningún tiempo, ofreciendo delatar a todos los cómplices cuyos sujetos no se han obrado y están en nuevos planes, y otras cosas grandes que se sabrán, pues han sido unos bajos cobardes que no han hecho más que comprometerme con ofertas y tropas las que no hubo, y con la capa de unir la religión. Si esta súplica hubiese lugar ante el gobierno, dé la garantía a mi madre por escrito, y una circular a los jueces de Barracas hasta la Ensenada de Barragán que si me presento se me conduzca ante el gobierno; mas digo que asegurado que sea de que antes de las 24 horas se me dé mi pasaporte para embarcarme, haré sorprender un depósito de sables y pistolas y municiones, y quince mil pesos en onzas de oro, destinado sólo para dicha revolución. Espero se duela usted de un pariente desgraciado. Yo en mi vida no he alborotado ni he puesto en desorden a mi Patria; al contrario he esgrimido mi espada con honor contra sus enemigos como es constante por miles de documentos que conservo, pero me ha dado la calumnia del bajo Nogué acusándome de asesino de la Rica, de aquella muerte, soy inocente, y sin embargo de serlo se me ha detenido en un calabozo once meses, los que me han causado desesperación. Suplico por la respuesta y espero de su generoso corazón así lo haga para sosiego de mi desgraciada madre, la que me aseguran está sin consuelo".
      Rivadavia leyó impávido la súplica, pero como le interesaba descubrir el depósito de las armas mencionadas, el 22 de marzo ordenó conceder una garantía al prófugo.
      Urien se entregó en la mañana del mismo 22, previa promesa de que la pena de muerte le sería conmutada por la de destierro perpetuo. El juez García Cossio pasó a tomar al reo su declaración indagatoria, en la que éste expuso los nombres de los responsables, los motivos que lo llevaron a participar del movimiento y el armamento que se suponía oculto a tal fin.
      Tomada esta declaración se practicaron todas las diligencias relativas a averiguar si las armas y municiones que se hallaban donde decía Urien, pero nada fue verificado. Urien había jugado su última carta, y había perdido la mano.
      John Murray Forbes, el cónsul norteamericano, apuntó la mañana del 25 de marzo de 1823: "Acabo de recibir la más penosa visita. Se trataba de la madre de Urien, anciana respetable, a quien acompañaban otras tres señoras. Ella se postró a mis pies y con el acento más desgarrador, impetró mi influencia para salvar la vida de su hijo, condenado a morir, a despecho de la promesa escrita y formal del gobierno, de conmutar esa pena por el destierro perpetuo. Le dije que yo estaba convencido que el gobierno cumpliría con su palabra, pero que tenía motivos muy poderosos para saber que mi intercesión de nada valdría y que sería rechazada. Que tenía resuelto nunca solicitar una gracia, salvo en casos de mis propios compatriotas, únicos que caían bajo mi competencia".
      Urien, acompañado de la policía, fue al almacén donde en teoría se ocultaban las armas. Allí trató de probar la verdad de sus declaraciones, pero todo fue en vano. Después, llevado a declarar ante el juez por segunda vez, se enredó, se contradijo; erró el golpe y precipitó la caída. Se le informó que la garantía de su vida ya no era válida, sugiriéndole que nombrara padrino para proceder al acto de tomarle su confesión. Finalmente José María Urien sufrió el peso de su ominosa soledad. Mientras los otros acusados encontraron padrinos y abogados de renombre que los defendieran, sus conexiones y relaciones familiares no bastaron para conseguir un padrinazgo. Propuso sucesivamente a los generales Alvear y Las Heras y al Dr. Vicente Anastasio Echeverría, pero todos se negaron: finalmente, debió designar al Defensor de Menores y Pobres, doctor Ramón Díaz. Los términos procesales fueron utilizados discrecionalmente contra el acusado; al corrérsele vista de los antecedentes de la causa, se le acordó un plazo perentorio; su abogado contestó "que hoy a las 8 de la noche se le ha avisado que la vista era hasta las 22" y al hacer su alegato de defensa recordaba que Urien había sido "abandonado hasta de sus amigos y que no ha encontrado quien le sirviese de padrino en el momento crítico de su confesión" solicitando no se le aplicara la pena máxima porque "cuántos hicieron otro tanto sin que la merezcan por ley".
      Se procedió a tomarle confesión; limitpandose a repetir que la desesperación causada por la prisión y el haber creído que era inevitable el movimiento, y que no podía fallar, lo habían decidido a entrar en él. Rogaba al juez se empeñara en recuperar su garantía: pero no habiendo revelado ninguna cosa de importancia, puesto no tenía más datos que los dados por Aguiar, el juez oyó la defensa del padrino y procedió a sentenciar al reo a la pena ordinaria de muerte.
      En la noche del 7 de abril el juez procedió a formar un careo entre Aguiar y Urien. Aguiar comenzó recordando a Urien los servicios que le había hecho en el pasado, libertándolo de los rigores de su padre cuando éste lo corregía; declaró que no visitaba a la madre por considerarla llena de trabajos por las desgracias del hijo; y concluyó pidiendo a Urien que se decidiera a hablar la verdad como si ya se hallara ante el eterno. Urien replicó recomendando que se tuvieran presentes los datos que ponían de manifiesto la verdad de sus exposiciones: 1º Que Aguiar le había recordado esos servicios con el objeto de disimular o encubrir la verdad, pues no podía tener otro propósito su sermón. 2º Que la verdad de su declaración se infería de no mencionar Aguiar las cartas que le escribió y que había roto, no por insignificantes, como aseguraba, sino por contener conceptos revolucionarios. 3º Que lo había visitado ocho o diez veces en su calabozo; como lo podrá acreditar el alcalde y el portero de la mismo, y que lo hacía a toda hora. 4º Que sí era cierto que lo había llamado para rogarle se empeñara con los camaristas, que esto era natural en su situación; y en consecuencia lo provocaba a que nombrara al camarista a quien había hablado del asunto. 5º Que corroboraba lo falso de este pretexto, por cuanto nunca lo había considerado de influjo; y que en esa virtud no podía valerse de él para aquellos objetos; mucho más cuando en ese sentido ya lo habían servido otras personas de mayor crédito. 6º Que en apoyo de lo expuesto debía traerse a consideración que Aguiar era un revolucionario conocido, desde el movimiento de los patricios. 7º Que también debía considerarse que el exponente no había profesado odio ni mala voluntad a Aguiar, para que su declaración pudiera atribuirse a otro principio que al de decir simplemente la verdad. 8º Que si hubiera querido valerse de la calumnia, no hubiera tomado por objeto a Aguiar, si no más bien a cualquiera de los jefes que acudieron a la cárcel cuando salió de ella. 9º Que no se olvidara que ninguno de los jefes o conjurados que se hallaban presos o sindicados entró jamás a verlo en todo el tiempo de su prisión; y que de consiguiente sólo Aguiar fue quien le habló y lo preparó de antemano; que por él supo de la revolución; y que la noche en que estalló esperó preparado, uniformado, armado, y municionado aguardando que lo fueran a sacar, como Aguiar se lo había prometido. 10º Que por lo expuesto se ratificaba de una manera indudable haber sido Aguiar quien le habló de la conjuración, le llevó cartuchos a bala, le entregó diez onzas de oro el día antes, y le informó de los pormenores; y que en esta virtud creía que el indicado Aguiar era uno de los más orientados en el plan revolucionario y que se le debía exigir la verdad, porque la sabía y la ocultaba, partiendo del principio que sólo negándolo todo podía salvarse. Que él había sido sacrificado por el mismo Aguiar, que lo provocó al movimiento, trayéndole a la memoria los padecimientos de su larga prisión, y la segura victoria del movimiento.
      Aguiar contestó a la primera reflexión de Urien, que el recordarle sus servicios tenía como único objeto que dijera la verdad. A la segunda, que las cartas que Urien le había dirigido era llamándolo, y sin tales conceptos revolucionarios. A la tercera, que sólo dos o tres veces entró a la cárcel con conocimiento del alcalde, y otra, por no estar éste, con licencia de la mujer; y que de noche no había estado, ni había solicitado permiso para ver a Urien. A la cuarta, que era verdad no haber hablado con ningún camarista, porque sus negocios no se lo permitieron, y porque ignoraba el estado del asunto de Urien; pero que pensaba hacerlo en cuanto tuviera la oportunidad; y que nada probaba en su contra la quinta declaración, pues aunque Urien tuviera otras personas de quien valerse para aquellos fines, no dejó por esto de acudir a él. A la sexta dijo; que en los primeros tiempos de la revolución había errado por inexperiencia; pero que estaba arrepentido y que su vida posterior era un comprobante de haber sido siempre un hombre de paz, pudiendo acreditar con su amor al gobierno y el bienestar general. A la séptima dijo, que en efecto debía tenerle mala voluntad, porque en la cárcel le había dicho que no saldría bien parado hablando mal de Rivadavia y del juez; que esta mordacidad de Urien lo obligó a no verlo más, y que con esto también contestaba la octava. De la novena dijo, que nada sabía sobre las preparaciones de Urien para salir de la prisión la noche de la asonada; y que los que entraron a la cárcel serían los que estaban de acuerdo con él para ponerlo en libertad. A la décima expuso ser falso y falsísimo cuanto decía José María Urien. Así terminó el careo, sosteniendo las partes sus conceptos mientras duró la diligencia.
      El sumario pasó al gobierno, y éste lo dirigió al tribunal de justicia a los efectos ulteriores. El tribunal, el 8 de abril, falló en los términos siguientes: "Vistos: con el mérito de la causa seguida y sentenciada contra el reo por el homicidio de don Manuel Larrica, que estaba pendiente ante este supremo tribunal en grado de apelación, y con el expuesto por el señor fiscal; se aprueba la sentencia definitiva pronunciada por el juzgado ordinario de 1º instancia, con la calidad que ella contiene: y devuélvanse, remitiéndose primero al superior gobierno con el correspondiente oficio".
      "El 8 de abril - escribe Ricardo Piccirilli -, Urien sintió que la noche total e inevitable empezaba a descender. En el corto espacio de unas semanas, como la cintura del genio descripta por Anatole France, que vencida por el deseo de lo desconocido había consumido en pocas horas el ovillo de la vida, el sobrino del ministro apuró la asonada, la libertad, el proceso y la condena".
      En el libro "Cinco años de residencia en Buenos Aires: durante 1820 y 1825", redactado por un anónimo que residió en la capital en aquella época, se relata detalladamente la ejecución de Urien, el 9 de abril de 1823:
      "El primer fusilado que había estado implicado en la asonada fue el coronel Francisco García. A esta ejecución le siguieron dos más, las de Peralta y el coronel Urien. Este último había sido oficial tanto en Buenos Aires como en el Perú, y ahora era castigado por la participación en la conspiración, y por un asesinato cometido unos años atrás. Estaba detenido en el Cabildo, aguardando su sentencia por la última de las ofensas, y - porque estaba emparentado con Rivadavia - se estaban moviendo influencias para liberarlo, cuando los conspiradores lo rescataron. Una intensa búsqueda del prófugo fue llevada a cabo, y unos pocos días después él mismo se entregó, a condición de ser amnistiado a cambio de la delación de los involucrados en la conspiración. Varias personas fueron arrestadas a raíz de sus declaraciones, entre ellas un comerciante inglés de nombre Hargreaves, acusado de haberles vendido armas a los rebeldes a la una y las dos de la madrugada del día 19 de marzo. Una investigación demostró que todas las acusaciones eran falsas: los acusados fueron liberados, y Urien se preparó para morir.
      Urien era bien conocido en los cafés de Buenos Aires. Estaba muy endeudado, y algunos de sus acreedores eran ingleses. El asesinato por el que había sido sentenciado había sido cometido en complicidad con una mujer - esposa del hombre asesinado - y el cadáver había sido cortado en pedazos y enterrado en distintos momentos y lugares. Desde el crimen, Urien había estado en Perú, y luego había vivido también en Buenos Aires, libre de toda sospecha. De muy buen aspecto, era un favorito de las mujeres, y todo un hombre de mundo.
      La ejecución de Urien y Peralta tuvo lugar entre las 10 y las 11 de la mañana. Fueron conducidos desde la prisión del Cabildo en grilletes y rodeados de guardias. Lentamente se encaminaron a través de la plaza hasta el lugar señalado, cerca del fuerte, donde fueron descubiertos, cada uno de ellos portando una cruz, acompañados de sacerdotes. Urien atraía mucho la atención, dada su elevada estatura, su contextura morena y expresiva. Vestía una levita de seda, y caminaba sin ayuda, con gran firmeza; cada tanto aparecía una sonrisa en su rostro, mientras conversaba con los sacerdotes. Se hubiera ganado la simpatía general, de no haber sido por sus crímenes tan terribles. Como estaban las cosas, a la piedad se mezclaba el disgusto de que semejante hombre pudiera ser tan culpable. El otro pobre hombre, Peralta, cubierto por un largo saco, absorto, sostenido por sus amigos y los sacerdotes, era la personificación de la miseria. Al llegar al arco que dividía las plazas, les fue leída la sentencia; y una vez más al llegar al lugar fatal, al que tardaron un rato en arribar, dada la lentitud con que la procesión avanzaba. Ya cerca del Fuerte, Urien divisó a los artilleros armados sobre la muralla, su resolución pareció flaquear, y aparentemente deseó prolongar el tiempo en el lugar de la ejecución, conversando con los que lo rodeaban. Finalmente, tomó asiento. Su compañero, durante su tardanza, se había sentado, y, llegado el momento decisivo, pareció más compuesto que Urien. Los soldados abrieron fuego: Peralta cayó muerto, pero Urien seguía en su lugar, en apariencia sólo superficialmente herido. El redoble de los tambores cesó, y a continuación se desarrolló una escena espantosa. Varios soldados apuntaron con sus mosquetes a la cabeza de Urien: uno después del otro, todas las armas fallaron; finalmente, uno detonó, pero de acuerdo con el reporte recibido, estaba apenas cargado. El pobre infeliz cayó al suelo, pero no muerto aún; intentó erguirse, apoyándose sobre uno de sus codos. Una nueva descarga de los mosquetes, y Urien quedó inmóvil. Es fácil imaginar el sentimiento de los espectadores ante esta tremenda escena. El ataúd y el coche fúnebre esperaban, y, tras el paso de las tropas, los cuerpos fueron subidos a él y llevados a enterrar. Una gran cantidad de público presenció la ejecución".
      El mismo día de su ejecución Urien fue sepultado en una fosa común en el Cementerio del Norte, recién inaugurado, junto con Benito Peralta.
      Durante un siglo la historiografía oficial evitó siquiera mencionar su nombre. Su sobrino nieto Carlos M. Urien, famoso historiador y hombre de letras, no renegaba de él pero prefería evitarlo. El resto de la familia tomó el mismo partido, callando su historia generación tras generación, intentando cubrirla con el velo del olvido hasta el punto en que el nombre maldito fuera borrado de una vez y para siem [2]

  • Fuentes 
    1. [S475] Pertiné, Julio Jorge (h), Los Urien, (Revista del Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas. Nº 20, 1982).

    2. [S378] Espel Polisena, Juan Ignacio, Espel Polisena, Juan Ignacio, (juaniespel(AT)gmail.com).

    3. [S1147] Family Search, (www.familysearch.org), https://www.familysearch.org/ark:/61903/3:1:9396-XRS7-5K?i=723&cc=1974184.

    4. [S378] Espel Polisena, Juan Ignacio, Espel Polisena, Juan Ignacio, (juaniespel(AT)gmail.com), https://www.familysearch.org/ark:/61903/3:1:939D-VB9V-NC?i=225&wc=MDBK-L38%3A311514201%2C316597501%2C317388801&cc=1974184.