Notas |
- Abogado, director de Tránsito de la Municipalidad de Buenos Aires, vocal de la Comisión Directiva del Jockey Club. Soltero.
Relata su sobrino José María "Chito" Areco de Tezanos Pinto que: "David, a quien sus familiares y su legión de amigos llamábamos “Davicito”, fue uno de los seres más simpáticos que yo haya conocido. Era muy amigo de mi padre, de quien era coetáneo, y sin duda uno de los personajes más populares y queridos de la sociedad porteña de su época. Enrique Loncán, conocido escritor y periodista que firmaba con el seudónimo “Américus”, relata en una de sus publicaciones, anécdotas que tuvieron a Davicito por protagonista. Tenía siempre en su mente el comentario oportuno y sus ocurrencias eran celebradas, con beneplácito general, en tertulias y reuniones sociales. Recuerdo que cuando cumplió sus 80 años, sus amigos le ofrecieron una demostración en el Jockey Club de la calle Florida que era algo así como su segundo hogar. Sus sobrinos mayores fuimos invitados porque Davicito tenía amigos de todas las edades y la nutrida concurrencia colmó la capacidad de los amplios salones de aquel magnífico edificio que debió ser demolido después de ser incendiado por hordas criminales durante una de las presidencias de Perón. Fueron muchas las personalidades que se hicieron presentes y abundantes los discursos, unos serios y otros chispeantes, pero lo que ha quedado grabado en mi memoria de adolescente son unos triunfos y milongas que, acompañado con la guitarra, cantara el tradicionalista Santiago Rocca y también unos versos que recitara el pintor Alberto Güiraldes. Abundaron en la sobremesa los “cuentos de Davicito”, algunos ya conocidos por mí, por tradición familiar y otros inéditos acaso inventados para la ocasión pero muy a tono con la personalidad del homenajeado. No puedo resistir la tentación de recordar aquí algunas de las anécdotas -o hechos que se le atribuyen- pues creo que mis nietos pueden tener interés en conocer los ragos salientes de la personalidad de ese querido pariente, digno de figurar entre los personajes más populares de la sociedad porteña de aquel entonces, cuando Buenos Aires había dejado de ser “La Gran Aldea” para convertirse en la gran ciudad. En una oportunidad fue conducido a una seccional de policía con dos amigos, a raíz de un desorden ocurrido en un cabaret, posiblemente el “Armenonville” al que tanto frecuentaba. El comisario comenzó el interrogatorio de práctica, preguntándoles sus respectivos nombres. Casualmente los acompañantes de mi tío tenían el nombre de sus ascendientes que habían ocupado un lugar destacado en nuestra historia. No recuerdo exactamente cuáles eran, pero valga para el cuento los que consignaré seguidamente. El primero responde, Mariano Moreno; Manuel Belgrano, contesta el segundo y cuando llega el turno a Davicito, dice sin hesitar: José de San Martín, a lo que el comentario acota “Cabo, páseme a estos tres próceres al calabozo y manténgalos allí hasta que se les pase el pedo…”. En otra ocasión, según se comenta, actuaba en el viejo teatro “Casino” de la calle Maipú una troupe de acróbatas cuyo acto central consistía en el “doble salto mortal” en el trapecio con los ojos vendados. La prueba estaba perfectamente sincronizada y el trapecista se arrojaba al vacío cuando oía la voz de mando de su compañero, momento éste en que el trapecio iba a su encuentro. Davicito, que ya había visto el espectáculo en oportunidad anterior y que seguramente estaba con unas copas de más, no pudo resistir a la tentación de gastar una de sus bromas y pronunció la palabra mágica (“Hop”) anticipándose a quien debía hacerlo y cuando el trapecio no había salido aún en búsqueda del acróbata. La caída del desairado trapecista sobre la red de protección y los repetidos rebotes que se vio forzado a dar antes de lograr la posición vertical, puso fin al espectáculo, con gran pánico y alboroto del público hasta desmayos de algunas señoras. Una madrugada, después de una noche de “farra”, resolvió ir al Jardín Zoológico para presenciar la alimentación de las fieras y, al pasar frente al stand del hipopótamo, en el preciso instante en que el animal abría su boca, como haciendo un enorme bostezo, Davicito le arrojó un ladrillo con tan buena puntería que el proyectil penetró por la garganta y pasó al tuvo digestivo del valioso ejemplar. Presenciad el hecho por un guardián del Zoo, resultó detenido y se le inició un expediente por daño en la propiedad ajena, que no se mandó al archivo hasta que los veterinarios dieron fe de que el hipopótamo estaba fuera de peligro. El hecho es absolutamente real y está documentado. Según me contaron cuando, muchos años después, Dago Holmberg fue director del Jardín Zoológico, encontró en el archivo el expediente respectivo caratulado “Tezanos Pinto, David (h) v. Hipopótamo. Intento de eliminación”, según esa referencia el animal estaba valuado en $ 50.000 (de entonces) suma que debería haber abonado Davicito en caso de siniestro. Hubiese sido interesante sacar copia de dicho expediente y destinarla al Museo de la Ciudad como exponente de hechos curiosos acaecidos en las postrimerías del siglo XIX o principios del XX. Un comentario más sobre las andanzas de Davicito, y creo que será el último. En una oportunidad, en la década del año 30, vino a Buenos Aires el filósofo y escritor alemán Keisserling [sic Keyserling], cuya visita a nuestro país fue todo un acontecimiento por tratarse de una figura cumbre del pensamiento universal. Ricardo Güiraldes, que era su amigo, lo invitó a su estancia “La [Porteña]”… [texto faltante] …donde se desarrolla la acción de su obra “Don Segundo Sombra”, libro que el filósofo conocía y
le había despertado la curiosidad de hablar con el
protagonista de la misma, el ya legendario rasero
Segundo Ramírez. Junto con Davicito estaba en la
comitiva el enano Devoto, además de otros amigos de
Güiraldes. Quiero aclarar que el llamado “enano”
Devoto cuyo nombre de pila no conocí era un hombre
muy apreciado en la sociedad porteña. Era hijo de Dña.
Juana González de Devoto y dueño, en consecuencia, de
una gran fortuna. Vivía con su madre y hermanos en el
suntuoso edificio existente en la Avenida del Libertador
y Ugarteche, obra de su cuñado, el arquitecto Alejandro
Bustillo. Pues bien, Devoto se había desarrollado
normalmente, tanto en su físico como en su intelecto, si
hacemos abstracción de sus extremidades que, debido a
alguna causa por mí ignorada, habían quedado al
margen de ese desarrollo. Su estatura, por consiguiente,
era muy escasa y por tal razón era conocido como el
enano Devoto. Estuve varias veces muy cerca suyo, y
siendo yo un adolescente no muy esbelto, lo superaba
ampliamente en altura. Prosigo el relato interrumpido
para hacer esta aclaración que consideré pertinente para
su mejor comprensión. Durante su estadía en los “pagos
de Areco”, tuvo el filósofo oportunidad de mantener una larga conversación con Devoto y, conciliada ésta y cuando se había ya retirado su interlocutor, comentó Keyserling la simpatía del mismo, a lo que Davicito acotó: “Efectivamente, es muy simpático, pero si se tira un pedo levanta tierra”. Coméntase que Keysserling sacó de su bolsillo su libreta de apuntes y tomó nota de la ocurrencia de Davicito. A propósito de su visita a la estancia de Güiraldes, que tanto agradó a mi tío, quiero recordar algo que él mismo me contara: una noche estuvo Keysserling conversando a solas con Don Segundo y tomando nota de sus respuestas: cuando Davicito tuvo oportunidad de preguntar a éste qué opinaba del alemán, obtuvo, como única respuesta: “¡Qué lo parió!…”. En los puntos suspensivos de esta reflexión queda patente la impresión que le causara al resero sanpedrino tan ilustre visitante". [1, 2]
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