Notas |
- Hay en la provincia de Salta, dentro del florido Valle de Lerma, un lugar para mí inolvidable, señalado en el mapa salteño y en la memoria de las gentes con el nombre de San Agustín.
Lugar de recuerdos gratos e imborrables, punto invisible en la superficie del gran planeta, pero gran mundo de profundas emociones. Vasta finca incrustada en el cuerpo de la provincia y preponderante distrito del Departamento de San José de los Cerrillos. Basta que sea un pedazo del Valle de Lerma para que tenga todos los atributos de la belleza geográfica. En su dilatada extensión los potros vigorosos pueden galopar muchas horas, contando numerosas leguas, y los ganados pueden centuplicarse sobre sus verdes prados y los campos sombreados de bosques y regados por el canal que escapa del río y por los numerosos manantiales que surgen de los terrenos bajos, llevando en sus aguas impolutas los cardúmenes silenciosos y dorados. Los suaves relieves de su suelo y las graciosas colinas aledañas por el naciente, preñadas de mármoles polícromos, lo hacen más pintoresco. El río que pasa sin cesar al pie de esas tierras orientales cantando sus coplas sonoras, y las aves que pueblan los espacios y deteniéndose en la enramada dejan sentir las sintonías de los bosques, completan con la música del viento y de las gargantas, el encanto y la alegría de aquella región.
Yo he pasado muchas veces, viajero solitario, por sus numerosos caminos, contemplando emocionado sus paisajes y otras veces he vivido en su seno largos días felices, oyendo la campanita sentimental de tu oratorio, tres veces centenario, asistiendo a las fiestas legendarias de tu río cuaternario, mezclándome en las alegres y numerosas cabalgatas, visitando tu escuela infantil y durmiéndome en las noches plácidas al arrullo de las ranas, cuando croan dentro de la vecina laguna.
En este lugar, bosquejado más con el corazón que con la pluma, fijó su residencia la joven pareja Figueroa Paz. Sobre un relieve del terreno construyeron su casona los antepasados de don Pío, en su mansión que mira al Norte y que los diversos habitantes se encargaron de mejorar y ensanchar, vivieron felices los esposos y tuvieron la friolera de diez hijos. Este número de herederos demuestra que en aquel hogar no había entrado el sistema francés. Pero, como ocurre casi a menudo, el esposo murió primero, quedando la joven viuda rodeada de sus numerosos hijos y con el caudal de experiencia que se adquiere en la vida conyugal, dispuesta a la lucha. Asumió la dirección y administración de aquella gran heredad, cuyos límites no podían alcanzarse desde la azotea de la casa solariega. Allí, en aquella residencia señorial, distante unos 40 kilómetros al sur de la ciudad de Salta, la bellísima tucumana concretóse al cuidado de sus cariñosos hijos, al cultivo del gran feudo agrícola-pastoril y a la conservación de las costumbres de la familia y del lugar.
Doña Genoveva anualmente dirigía y presidía las fiestas legendarias de San Agustín., las que atraían para Agosto a todos los vecinos del lugar como a los numerosos invitados de nuestra protagonista. El viejo Oratorio, donde se conservaban muchos libros valiosos así como también esculturas artística, era insuficiente para contener a tanto devoto del Doctor de la Iglesia Cristiana. A esas fiestas clásicas acudían gentes de alta configuración social e intelectual destacándose, como es natural, los eclesiásticos, llamados expresamente para celebrar no sólo la antiquísima ceremonia de la misa, sino para dirigir a los concurrentes la palabra sagrada y aplicarles, en resumen, los sacramentos del bautismo, confesión y matrimonio. Se cuenta que en una de esas fiestas, doña Genoveva reclamó al fraile la falta de cumplimiento de sus deberes al no casar a "Tata" Ventura, el fiel capataz que vivía maritalmente con una mujer. El fraile, vacilante en la respuesta manifestó a la señora que él no había dejado de cumplir con sus deberes, pero que esa boda que reclamaba la dueña de casa era imposible.
Doña Genoveva sorprendida por esa respuesta vaga y misteriosa del franciscano, preguntó con curiosidad por qué era imposible. El fraile entonces manifestó que, no obstante prohibírselo el secreto de confesión y para satisfacer a la matrona, tenía que revelar lo que ella ignoraba. El "Tata" Ventura?no podía casarse?con la mujer con quien vivía?porque era?¡casado en otra parte¡
En esos días de la novena, en la que la gran dama obsequiaba a sus invitados con una espléndida mesa, se bebía en abundancia l agua mineral que surgía dentro de la misma finca en el llamado "Ojo del Obispo", en recuerdo del Obispo Gómez, antiguo dueño del fundo.
Pero la noble dama no se encerraba en el misticismo religioso: también sentía latir su corazón al calor de las opiniones políticas. Cuenta un narrador de de la tierra salteña, que allá por el año 1864, cuando la provincia estaba en armas, había sabido nuestra protagonista que un paisano que capitaneaba un grupo de milicianos de la Guardia Nacional, habíase introducido en la finca y sacaba toda la caballada de los potreros. Nuestra dama se dirigió al sitio donde el jefe de la patrulla estaba reuniendo sus caballos y después de encararlo e increparle su delito, lo corrió a pedradas y le quitó sus equinos?
Más tarde, en 1867, llega a Salta el montonero Felipe Varela, que después de tomar por asalto la ciudad, es derrotado y perseguido. Varela pasa por San Agustín con sus tropas y al llegar a la casa solariega pide hablar con la señora de Figueroa. Doña Genoveva se arma de coraje y sale al corredor donde recibe al Varela.
Señora -le dice Varela con todo respeto y con el kepi en la mano- He ordenado a mis soldados que no toquen un solo animal de esta finca, y tengo el honor de saludar a la hermana de "mi grande amigo" el doctor Marcos Paz, vicepresidente de la República.
La señora agradeció las salamerías del montonero, poniendo en cuarentena aquello de la gran amistad entre su ilustre hermano y un forajido.
Los hijos crecieron y la madre tuvo que ir a pasar los inviernos en la ciudad y los veranos en San Agustín. El traslado de un lugar a otro constituía un acontecimiento y daba lugar a un largo proceso de preparativos, arreglos y embalajes. Por aquellos tiempos, las familias pudientes tenían un mueble llamado almufrez, que se parecía a un sobre de carta: era de cuero, de dimensiones más grandes y más alto que un colchón de matrimonio, como que su objeto era el de guardar todos los colchones de la familia. Cuando los nietos de doña Genoveva -los que reunía en su mesa de San Agustín en número de sesenta y dos- veían preparar el almufrez , saltaban de alegría pensando en que se acercaba la hora feliz de marchar a San Agustín, donde los esperaba el aire libre, el baño delicioso, los paseos a caballo, la mazamorra con leche comida a la luz de la luna, la miel de las abejas, las fiestas improvisadas a la orilla del río, con motivo de las pescas con redes, y tantos otros motivos de profundas satisfacciones que se graban eternamente en el corazón y en la memoria de los niños, despertando sus afectos, creando el amor a la tierra natal y produciendo en el ocaso de la vida y en la ausencia del terruño, aquellas amargas y silenciosas nostalgias.
Esta dama, que vivió para los suyos durante sesenta y ocho años, murió en la ciudad de Salta en 1885, rodeada por el amor de la numerosa familia que había formado.
por Augusto Marc del Pont, publicado en "EPOCA" de Salta "Crónicas del Tiempo Viejo" 28 de mayo de 1935
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